Durante la guerra del 36 la ciudad de Almería quedó enmarcada territorialmente en la retaguardia republicana. Y así permanecería prácticamente hasta el final de la contienda. Si bien los frentes de batalla quedaron establecidos en la provincia de Granada, la situación geoestratégica de la capital, abierta al mar, supuso la llegada de los aparatos franquistas que atacaron desde el cielo desde septiembre de 1936 hasta finales de febrero de 1939. Y también de la armada de guerra sublevada.
Más de medio centenar de ataques a objetivos específicos unos e indiscriminados otros, como los depósitos de la Campsa en el puerto, con la llegada del crucero Canarias el 8 de noviembre de 1936. Pero también la población civil fue un objetivo para minar la moral del adversario. Las cuevas de La Chanca se llenaron de familias enteras intentando guarecerse de la sinrazón. José del Pino describía la existencia de más de cuatrocientas.
Mas los sucesos acontecidos en Almería entre 1936 y 1939 traspasan el guion de cualquier película de ficción. Los habitantes de la capital sufrieron en primera persona la violencia atroz de los ataques aéreos y marítimos. La noche de Reyes de 1937 en la ciudad se recuerda con tristeza. Recordemos una crónica de la época para imaginar por un instante bajo qué circunstancias convivieron los almerienses. El diario Adelante publicaba la siguiente noticia:
“Un nuevo crimen de los aviadores fascistas: Esta madrugada, próximo a las dos, ha hecho su aparición en nuestra ciudad un pajarraco fascista, el que, como siempre suelen hacerlo estos desalmados, arrojó tres bombas sobre la ciudad indefensa, donde sólo pueden caer víctimas inocentes, ajenas a los fragores de la lucha. El miserable y mal nacido que se posara sobre esta noble y hospitalaria ciudad con el propósito de sembrar la muerte entre una población que se viene destacando por su ecuanimidad con los malhechores que tanto luto nos ha traído a la República, porque no supieron ganar en las urnas un triunfo que tampoco supieron conquistar, hizo su aparición sobre la ciudad cuando se hallaban sus habitantes confiados al reposo, como las hienas, para cebarse más en el número de víctimas. Una primera y potente detonación que hizo romper gran cantidad de cristales, algunos en nuestros talleres y Redacción, sembró la alarma en el pacífico vecindario, y al escrutar la bóveda, a esa hora tanochada de estrellas y con una gran oscuridad, otra segunda detonación nos volvió a la realidad…El pánico empezó a correrse entre las mujeres que salían de sus viviendas, agarradas de la mano de multitud de inocentes criaturas, en busca de los refugios donde guarecerse, cuando una tercera y potente bomba, acompañada de una rara iluminación descendió en el espacio, viniendo a caer en la casa de dos pisos que se hallaba enclavada en la calle de Braulio Moreno, número 14, donde cuatro familias, ajenas a la tragedia que les deparaban esos viles traidores, descansaban tranquilamente. El edificio en cuestión quedó hecho añicos y sus moradores prisioneros de los escombros. Personadas las autoridades se empezaron los trabajos de retirar los escombros, donde pronto se empezaron a oír los lamentos que daban las víctimas de este execrable atentado contra el derecho de gentes y de lesa humanidad.
Primeramente se encontró a una mujer, después a otra, luego a un niño y así sucesivamente se fueron retirando los cuerpos de tres muertos y ocho heridos. La relación de estas nuevas víctimas del fascismo canalla es la siguiente.
Muertos: Isabel Guisado González, de 28 años de edad, natural de Cádiz, que hace unos dos meses vino de Madrid, en compañía de su esposo y varios niños, huyendo el bombardeo que la misma canalla hacía sobre Madrid. Pedro Besga Ayaluce, de 33 años de edad, honrado vecino, empleado en el Banco de Bilbao. Alberto García Guisado, de 6 años, hijo de la anteriormente nombrada”.
La guerra continuaba, Madrid resistía a la presión del ejército franquista y los objetivos militares se diversificaban, la guerra de columnas dio paso a la guerra de trincheras, las grandes batallas, los éxodos masivos como el de Málaga a Almería de febrero de 1937 masificaron la ciudad generando graves problemas de salubridad. Y la aviación franquista siguió golpeando nuestra ciudad. El 12 de febrero tuvo lugar otro atroz ataque que generó 50 víctimas mortales y un centenar de heridos. Ese fue el recibimiento que encontraron los refugiados venidos de Málaga.
Las autoridades pusieron en marcha la construcción de los refugios de Almería. Estas galerías salvaron muchas vidas durante los ataques pero también comportaron la pérdida de otras provocadas por avalanchas y aplastamientos. La gente se agolpaba en las bocas de entrada. Tal es el caso del ocurrido el 2 marzo de 1938 según cita una carta del Ministro de Defensa Nacional al presidente Manuel Azaña:
“Mi querido amigo y respetado Presidente: Almería fue hoy bombardeada. En la referencia que he hecho para la prensa, consigno el número de víctimas: 18 muertos y 7 heridos, pero no digo algo más terrible aún que el número de víctimas, a saber, que estas no han caído por efecto de la metralla, sino aplastadas en los refugios por el pánico de la gente. Los muertos son once niños y siete mujeres. Esto clama al cielo, si es al cielo a donde hay que clamar”.
Episodios como este tuvieron su repetición en varias ocasiones, mencionamos el sucedido en la Calle Conde Ofalia a finales de la contienda, cuando varios soldados de la quinta del saco tiraban sus maletas en presencia de una gran masa de gente desesperada ante el estruendo de las sirenas antiaéreas. María del Carmen Lago Santiesteban era una niña que salvó la vida milagrosamente. Una mujer pereció allí aplastada. El pánico hacía presa en la población, la guerra total sacudía directa o indirectamente la población de Almería.
Oleada de solidaridad Desde enero a mayo de 1937 la capital vertió su sangre como consecuencia de los bombardeos tanto desde el aire como desde el mar.
El protagonizado por la escuadra alemana engendró el miedo con el que ya convivían los almerienses. Pero también supuso el inicio de una gran oleada de solidaridad entre la población, testimonios orales como el de Pepita Carpintero dan fe de ello, su padre y tío trabajaban en la Fábrica de la Azucarera de Adra, esta institución fue una de las tantas que se sumaron a colaborar con las familias de las víctimas de la barbarie nazi en Almería.
Las donaciones llegaron durante lo que restaba de año tanto desde dentro como fuera de la provincia. Entre otros muchos el ministro de Estado José Giral también apoyó esta iniciativa. Hoy la memoria de aquellos almerienses sigue viva en el recuerdo de un tiempo donde Almería estuvo al acecho de las bombas.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/5/vivir/177581/almeria-al-acecho-de-las-bombas