Decidí no volver a usar las gafas. Comprendí que la miopía era, más que un defecto, una oportunidad. Costó un poco al principio, lo reconozco, pero mereció pena esta drástica decisión. De pronto, los delicados trazos de la estética se hicieron gruesos y traslúcidos y el foco de lo intrascendente rebajó de inmediato sus lúmenes y dejó de encandilarme. Decidí no volver a usar las gafas. Y dejé de ver el fútbol y los telediarios.
Aprendí a las personas por su gusto, intuí las cosas por su voz, la gran literatura por su aroma, el amor por su piel. Decidí no volver a usar las gafas. Y el espejo se olvidó de mis manías y el horizonte de mis miedos. Conocí la palabra espera, habité la elipsis de los días, transité la textura de mi yo y supe al fin que el mar no era de color azul.
Tardes de poesía
Hoy nos acompaña en las Dulces Tardes Poéticas aquel niño que nació en el mar, aquel adolescente que creció en el mar, aquel padre que llevó a sus hijos al mar, aquel viejo que miraba el mar, el poeta que comprendió que el mar no es azul sino profundo: Ben Clark. Ben firma la plaquette Santa Paula que hoy de nuevo recuerda a José Ángel Valente a través de aquel pastelillo de luz que tomaba el poeta gallego en el antiguo establecimiento de La Dulce Alianza.
Ben Clark es un poeta prolífico con vocación y convicción, dos cualidades que le han hecho acreedor del ancho espacio poético que hoy ocupa con tan solo 34 años: once poemarios publicados, la mayoría con apellidos de premio y reconocimiento. Quizá la clave en la evolución de Ben es haber sido consciente de sus carencias el momento y lugar adecuados. Su paso por la Fundación Antonio Gala supuso un punto de inflexión en la cantidad y calidad de sus lecturas y en la concepción de la creación como binomio crítica – mejora continua. Es un poeta que ha sabido conjugar el verbo de la humildad en el lenguaje del talento. Y eso es raro.
La poesía de Ben plantea un diálogo con el lector fácilmente asumible desde la claridad de las palabras pero con una semántica plural, “al releer [mis] poemas uno se encuentra pequeñas trampas, pequeñas bombas que había dejado en ellos y que [dan] siempre una pequeña interpretación nueva. Me gusta que sea posible entender el poema pero que al mismo tiempo pueda sorprenderte con cada nueva lectura. [Los trabajo] muchísimo, intento insertar múltiples lecturas y capas en ellos”, nos dice nuestro autor.
Clark posee una voz reconocible. Su decir le ha llevado a ser él mismo en cada momento literario y ser distinto cada vez. Hablamos de convicción: el poeta no debe residir demasiado tiempo en el mismo domicilio del lenguaje pues corre el riesgo de repetirse y acercarse a la amortización y el desahucio poético, “he encontrado un lugar donde estoy cómodo y por eso mismo debería buscar otro sitio donde me encuentre incómodo otra vez, ese lugar en el que uno no sabe muy bien qué va a ocurrir. Ahora tengo una voz que me gusta y que me sirve para expresar las cosas que me interesan, pero insisto en la necesidad de no acomodarse en un espacio, ya sea en términos metafísicos o de carrera profesional o cualquier otro ámbito”, apunta Ben.
En la pócima del poema no debe faltar el ingrediente de la emoción pero debe contener una buena dosis de pensamiento y reflexión para evitar la excesiva melosidad del sentimentalismo en la receta. Y Ben, por supuesto, es un magnífico Chef, “soy una persona que siente de una forma muy pasional [pero que] reacciona de forma muy analítica. No sé si es algo de flema británica, pero en cualquier caso la emoción contenida es la que más me interesa. Soy un enamorado de Lorca, pero un obseso de Philip Larkin”, nos dice nuestro autor.
Lejos de instalarse en la crónica anecdotaria del poeta, la poesía es la intérprete de su realidad, visible o no, es la concreción de su lucha contra el olvido. Hablamos de vocación: “La poesía es el testimonio de lo que nos hace humanos. No sirve para nada pero, a la vez, es capaz de contenerlo absolutamente todo. Por eso tiene un papel fundamental a la hora de enfrentarnos a situaciones límite, como la precariedad o la muerte. Los poemas son cápsulas de tiempo y emoción, espacios a veces muy pequeños donde quedan encerradas cosas que, de otro modo, hubieran desaparecido.”
Ben Clark es trabajo y es honestidad: un poeta fiable, un poeta que siempre paga sus facturas.
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