Siempre me han interesado los iluminados que, tras sufrir algún tipo de epifanía, real o provocada por algún desvarío etílico, o por un estado alterado de conciencia, cambian radicalmente de vida y se convierten en líderes de un movimiento religioso. Más fascinante, si cabe, es que haya gente dispuesta a creerles. La casuística aportada por los estudiosos de las religiones, entre los que me incluyo, modestamente, es de lo más rica y variada. Existen decenas de Homo insolitus de este tipo. Pero hay que me tocó especialmente mi oxidado corazón de descreído. ¿Conocen la historia de Potter Christ? Imagino que no. Vamos con él.
Estados Unidos vivió a mediados del siglo XIX una efervescencia religiosa sin parangón. Por un lado, los cristianos protestantes se readaptaron a los nuevos tiempos y surgieron movimientos como los metodistas, los baptistas o los evangélicos. Por otro, también dentro de la esfera del cristianismo, aunque mucho más lejos de la ortodoxia, surgieron otras propuestas, como los adventistas del séptimo día o los Testigos de Jehová, que estaban convencidos de que el fin del mundo, la llegada del Reino de Dios y la segunda venida de Jesús eran inminentes; o los mormones, que bajo la batuta de otro iluminado, Joseph Smith Jr., llegaron a convertirse en una curiosísima versión a la americana del cristianismo.
Fue precisamente en el seno de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días, como se llamó la rama mormona que lideró Brigham Young tras la muerte del profeta, rama que en la actualidad es la más importante de este credo, donde surgió el personaje del que vengo a hablarles.
Se trata de Arnold Potter (1804-1872), un tipo que fue ordenado sacerdote por el propio Smith el 24 de abril de 1840. Años después, tras viajar hasta Utah junto a Brigham Young, recibió de este el encargo de convertirse en misionero de la fe mormona en Australia, hacia donde marchó a mediados de 1856.
Durante el viaje, a bordo del Osprey, algo pasó: según afirmó posteriormente, el espíritu de Jesús entró en su cuerpo y se convirtió —no es coña— en Potter Christ (Pottercristo). Se dejó el pelo largo y dejó crecer sus barbas, comenzó a vestir con una túnica blanca y consiguió reunir a su alrededor a un buen puñado de ilusos australianos. Recuerden que el tipo tenía ya más de cincuenta años…
Además, durante su estancia en Australia, que no llegó al año, escribió un libro que, según afirmaba, le fue dictado por los ángeles. El libro se llamó ‘Revelations of Potter Christ, the messenger of the new covenant’ (‘Las revelaciones de Potter Christ, el mensajero del nuevo acuerdo’). Lo pueden leer aquí, aunque está en inglés: https://archive.org/details/revelationsofpot00pott.
Cuando regresó a California, el 21 octubre de 1857, tuvo las santas narices de presentarse ante sus colegas mormones vestido con una túnica blanca y unas palabras escritas en tinta china en su frente: «Potter Christ, The Living God, Morning Star» («Pottercristo, el Dios viviente, la Estrella de la Mañana»). Por delirante que pueda parecernos, algunos le creyeron y se unieron a su movimiento, Church of the Potter Christ, Iglesia de Potter Christ, que a lo largo de los siguientes años se fue trasladando desde California a Misuri y, un tiempo después, a Iowa. Si bien nunca llegó a tener demasiados fieles, algunas fuentes indican que fueron más de dos mil. Más que suficientes para que se merezca nuestro máximo respeto.
Pero lo mejor estaba por venir. En 1872 se encontraba en Council Bluffs, una pequeña localidad de Ioea, cuando aseguró a sus fieles que había llegado el momento de su ascenso al Cielo. Dios en persona se lo había dicho.
Todos entraron en éxtasis y le siguieron, mientras se dirigía a lomos de un burro, hasta un acantilado cercano. Una vez allí, saltó, con la esperanza de ser elevado, pero no… Tanto el bueno de Potter Christ como el desgraciado borrico se precipitaron al vacío.
No deja de sorprender que algunos de sus seguidores llegasen a asegurar a la prensa que habían visto ascender su alma hacia el Cielo. Hubo quien afirmó que iba a lomos del animal y que les saludaba mientras ascendía…
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