Terra es una exposición de fotografía del desaparecido fotógrafo Manuel Falces, a cargo de su compañera de vida y también fotógrafa Matilde Sánchez, la cual recoge las esencias visuales de parte de lo que somos.
Cuando los ojos miran en verso
Nos dice en el prólogo del catálogo de esta exposición María Luisa Giménez Burkhart, coordinadora del encuentro ‘Almería desde la imagen’, que estas fotografías tiene el cariz de la avanzadilla que siempre representará Manuel Falces en la historia de la fotografía. Cuando ella las vio apenas empezaban los años 80 y los invernaderos todavía andaban en mantillas en todos los sentidos, Falces ya había sido capaz de captar la belleza de este universo nuevo, que andaba formándose en nuestra Terra; un salto cualitativo a otra dimensión, inimaginable desde estas fotografías de hace cuarenta años. Giménez califica al artista de la muestra como de visionario, de adelantado a su época, donde los sentimientos de las gentes de Almería empezaban a florecer hacia la esperanza. Supo captar desde su lente que algo nuevo surgía de las cientos de macetillas que inmortaliza entonces apiñadas debajo de unas sábanas de plástico que las arropaban para dejarlas transformase en oro. Después de largos años de depresión económica agrícola en nuestra provincia, tras la caída de la uva y la naranja como frutos estrella, nuestra tierra necesita ideas que regaran el futuro, si no, estábamos muchos de nosotros condenados a emigrar, a echar raíces fuera.
Las ramas: Matilde Sánchez
La comisaria de la exposición no es otra que la compañera de vida y obra de Manuel Falces, Matilde Sánchez. Ella encarna desde siempre las ramas del artista. Porque Matilde es la que mantiene vivo el árbol, riega con primor el sello Falces. Ella nos dice también por escrito: “Estas imágenes forman parte del paisaje de sus sentimientos. De la tierra son sus protagonistas, de la tierra son sus frutos y de la tierra también es Falces, con unas raíces largas y profundas que formaron parte de su impulso, para realizar desde ella sus mejores proyectos, teniéndola como protagonista en la mayoría de ellos. Y el latín, que tanto utilizaba, es también parte importante de ese paisaje de sentimientos.”
Almería y Goytisolo
De aquellos ‘Campos de Níjar’ de 1960 y que tanto conmovieron al poeta, se toma un párrafo inspirador para acompañar las hermosas imágenes de unas uvas. Ellas parecen concentran el sentimiento de lo que supone el ingenio ante la adversidad y que el ser humano aplica como motor de sus logros como especie, la que da de comer a los hijos: “Los árboles que atraerán la lluvia necesitan, para crecer, el consumo de agua. En Almería no hay arbolado porque no llueve y no llueve porque no hay arbolado. Solo el esfuerzo tenaz de ingenieros y técnicos y la generosa aportación de capitales podrán romper un día el círculo vicioso de ofrendar a esa tierra desmerecida un fruto con agua y con árboles”. Yo añadiría a este párrafo, si pudiera dialogar hoy con Goytisolo, que antes de que los ingenieros poblaran nuestra Terra, estuvieron los ingeniosos, que con el devenir de las generaciones bien pudieran ser hoy la misma persona. Pero en 1960 seguro que Almería tenía muchos más de los segundos que de los primeros. A los dolores de espalda de esos nuestro abuelos y abuelas emprendedores, regantes de grietas de secano, debemos ese mar de plástico tan controvertido en según qué foros, pero que alimenta a media Europa y a nosotros mismos, que nos hace levantar la cabeza.
Terra eterna
Tomates envueltos en nebulosa ensoñación, invernaderos que parecen naves espaciales, algo que le encantaba a Falces y que tan de moda estaba en los 70/80; plásticos colgantes como lienzos antiguos secándose al sol de Almería, pimientos maduros que muestran la simiente del año que viene, la vida de la próxima cosecha; berenjenas durmientes en espera de ser fritas con arte, o pepinos a punto de refrescar el alma; melones que parecen huevos de dinosaurios u ofrendas de reyes; clavellinas listas para hacer un hermoso ramo de amor, son algunas de las imágenes que componen este alma de nuestra tierra, de la suya, de la mía, de la nuestra y que desde el eterno ojo de halcón de Falces hacemos hoy propias en el instante que nos envuelven desde el hall de la planta alta de esta casa vasca. Y todos resultamos la misma cosa: pueblo en movimiento.
Después no se vaya del Museo sin visitar las demás salas. Los indalianos no se lo perdonarían en la vida y doña Pakyta hasta le regañaría a la salida desde su foto. No se resistan a dejarse mezclar con esta propuesta, donde pueden oler a nuestra Tierra desde la poesía visual de Falces, al que tanto seguimos echando en falta. No se despisten, tienen hasta el 15 de diciembre.
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