Si pudiera elegir, sería un río. / Siempre el mismo pero sin ser el mismo nunca. / Un río hundiéndose como daga en el mar / en el exacto instante repetido / en el que nace sin testigo alguno / entre las grietas de una peña y se desliza como lágrima. / Y a cada instante ser también / hilo de agua solitario entre árboles pacientes / que levanta un rumor de agua nerviosa / o se ensancha orgulloso al paso de ciudades / por reflejar torres del oro y vanas catedrales, / o da de beber al ganado en un recodo / o se inventa piscinas para que se bañen los chavales.
Antes de que llegaras, había un saxofón delante de aquel niño que se llamaba como yo. Entonces no sonaban las sirenas en medio de la tarde ni el asfalto inundaba las calles de vacíos, entonces, digo entonces, la vida era un arma cargada de presente. Antes de que llegaras, un puente atravesaba aquella imagen en blanco y negro. Y ocupaban los juegos en el barrio el lugar de los coches, y aquel niño curaba sus paperas con el aire prohibido de la acera. La luz atravesaba los visillos del miedo. Detrás de las ventanas, quedaba todo un mundo por vivir. Y te lo digo porque, antes de que llegaras, mucho antes, yo era la inocencia y no existías y, ahora que me observas y preguntas, recuerdo la mirada, con tranquila nostalgia, de aquel niño que casi se viste como tú.
Hoy nos acompañará en las Dulces Tardes Poéticas el poeta Jerezano Juan Bonilla. Juan, poeta Santa Paula #41, firma la plaquette que hoy recuerda de nuevo a José Ángel Valente a través del pastelillo que da nombre al librito, aquel pastelillo de luz que el poeta gallego degustaba en el antiguo establecimiento de La Dulce Alianza.
Poética
Nos encontramos ante un autor que “vive del cuento” y de ser periodista, un autor que se dedica a “escribir”. Y aunque esta última afirmación parece una perogrullada, vivimos en un país en el que todavía nos asombramos de que un escritor se dedique a todos los géneros que tiene a su alcance. La obra de Juan Bonilla es un bote de cristal repleto de canicas, en las que cada artículo, cuento, relato, poema, novela, ensayo o traducción ocupa su lugar en el continente de vidrio “sosteniéndose las unas a las otras”, un lugar coherente y dispar, inteligente y necesario.
Juan aborda la poesía sin urgencias y se centra en lo importante. Trata lo trascendente y lo anecdótico desde un tono accesible y conversacional, sin estridencias. Y esto, que provoca en principio en el lector una atracción irresistible hacia el campo magnético de la comprensión, corre el riesgo de caer en el abismo de lo banal, pero es ahí donde el autor salva el poema con la pastilla del ingenio. Bonilla demuestra en cada texto que no es imprescindible la solemnidad para lo profundo ni una informalidad excesiva para lo sutil.
Bonilla domina el arte de la ironía. Y la utiliza con habilidad en el poema pues sabe que, administrada en dosis inadecuadas, provoca el efecto secundario de la superficialidad. Es la ironía y el sarcasmo lo que hace de nuestro autor un pesimista alegre y luminoso. El lector obtiene al leer los poemas de Bonilla un doble placer: el de la meditación vestida en la broma fina.
Autor difícilmente ya influenciable por sus lecturas, nos habla de sus preferencias y de lo que busca en cada una de ellas cuando afirma: en el terreno de la poesía me gustan mucho más aquellos poetas que se dedican a decir cosas que aquellos que se dedican a decir cosas bonitas. Pessoa, por ejemplo, me parece un poeta inmenso, de ésos que te bloquean. [También] ...Wisława Szymborska; tiene poemas impresionantes. Me doy cuenta de que la poesía es justo lo memorable, que uno diga “esto no lo he encontrado en otra parte y este autor ha dicho algo que yo de alguna manera necesitaba que fuera dicho”. Luego hay autores que me gustan mucho aunque no han dejado huella y autores que sin gustarme tanto seguramente sí han dejado huella en mi obra. Inevitablemente uno es hijo de quien fue, del adolescente que fue, y autores que hoy no me dicen nada como Herman Hesse o Martín Vigil, por decir un disparate, van mentando quién eres. Ese estilo de Herman Hesse de contar cosas importantes para el alma y el espíritu seguramente creó un poso en mí que me impide dedicarme sólo y puramente a frivolizar. Y no digo que eso sea bueno, digo que es así.
No busquemos en Juan Bonilla una poesía hecha para sus lectores. Un tema fundamental en sus libros es la reflexión sobre la identidad, una búsqueda del yo laberíntica que no llega a resolver una mirada en el espejo, pero que da un juego muy actual para la contextualización de esta poética del viaje interior.
Decir, finalmente, que Juan es un escritor humilde, un autor cuya biografía resume con Juan Bonilla (Jerez de la Frontera, 1966) ha publicado un montón de libros. Vive en Sevilla. Un autor que se ve con la retrospectiva del futuro de esta manera: situarnos en el año 2055 y preguntarnos quién fue Juan Bonilla. Seguramente seré un escritor menor, por el que se interesaron cuatro profesores de Houston o de una ciudad parecida, apenas reeditado y al que alguien, asiduo a las librerías de viejo, a lo mejor alguna vez descubre, se lleva una grata sorpresa y empieza a investigar. Con que le alegre unas cuantas tardes, unas cuantas veladas, unas cuantas noches, con un poema que le diga algo, que le resulte potente o algún cuento que se le quede en la memoria estaré satisfecho.
No, nuestras vidas no son ríos: / ellos siguen naciendo cuando mueren, / siguen corriendo alegres, violentos, / o se remansan en los valles. // Si pudiera elegir, sería un río, cualquier río, / algo que siempre está naciendo, / algo que está pasando siempre, / algo que muere en cada instante.
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