El hombre que se lo comía todo

La leyenda cuenta que sus padres, incapaces de asumir el costo de su apetito, le echaron

Tarrare comía sin mesura cualquier cosa.
Tarrare comía sin mesura cualquier cosa.
Óscar Fábrega
07:00 • 26 ene. 2020

Nuestro Homo insolitus de hoy fue un personaje tan extraordinario como perturbador. Se llamó Tarrare y se hizo famoso por comer hasta límites insospechables y, pese a ello, seguir teniendo un hambre atroz. 



No se pierdan su historia, aunque, aviso, no se trata precisamente de un plato de buen gusto.



El origen



Se sabe que nació alrededor de 1772, pero poco más se conoce sobre su infancia.



 



Ni siquiera conocemos su nombre completo. Le llamaban Tarrare, aunque puede deberse a una expresión popular en la Francia del momento, «bom bom tarrare», usada para referirse a fuertes explosiones.



La leyenda cuenta que, siendo un adolescente, sus padres, incapaces de asumir el costo de mantener su voraz apetito, le echaron de casa. Sí que parece cierto que se unió a una especie de club de mediocres artistas circenses de medio pelo que recorrían Francia y que comenzó a trabajar como showman. 



Su función consistía en comer cualquier cosa delante del aturdido público. Corchos, piedras, cristales... 


Era capaz de deformar su mandíbula e introducirse en la boca varias manzanas a la vez. 


Es más, algunos testigos vieron como comía gatos y perros vivos, o ratas enteras sin masticar. O anguilas…


Dejó el show business en tiempos de la Revolución Francesa para unirse a la lucha por la libertad en París. 


Estando allí sufrió una obstrucción intestinal aguda y fue llevado al hospital Hôtel Dieu, donde llamó la atención de los médicos.


Estudios

Un tiempo después se alistó en el ejército francés. Pero claro, las siempre escasas raciones militares eran poco para él. Pese a que se las multiplicaron, nunca era bastante.

 

Fue entonces cuando un par de doctores militares, el barón Pierre-François Percy, un famoso cirujano, y el dr. Courville, interesados en él, se dedicaron a estudiarle en profundidad.


Tarrare parecía estar cuerdo y, sorprendentemente, muy delgado: solo pesaba 45 kilos con 18 años. 


Eso sí, su cuerpo se había deformado por sus hábitos alimenticios. Tenía el buche extremadamente abultado, lo que le afectaba a las costillas y a la espalda; además, tenía atrofiadas las mandíbulas y las mejillas. 


Por otro lado, todo lo que comía, como es normal, salía… Los médicos que estudiaron sus heces alucinaron, especialmente con el nauseabundo olor. 


Por si fuera poco, sudaba como un condenado, emanando un hedor pútrido que se podía disfrutar a metros y metros de distancia.


Durante la guerra entre Francia y Prusia, el general Alexandre de Beauharnais se interesó por él y llegó a la conclusión de que podía ser útil para su país.

 

Así, realizó un poco políticamente correcto experimento: introdujo un documento en una caja de madera e hizo que Tarrare se la tragase, con la esperanza de que fuese excretado en perfectas condiciones. Y así fue. Fue así como se convirtió en agente secreto. 


Disfrazado de campesino prusiano, en su primera misión debería adentrarse en las líneas enemigas y pasarle un mensaje a un coronel francés prisionero en una fortaleza prusiana.


Pero no tuvo éxito. En su primera misión le pillaron —entre otras cosas, porque no tenía ni idea de alemán—. Sabían que era un espía, pero no podían imaginar su secreto.

Horas después, cuando por fin pudo defecar, se descubrió el truco. Lo curioso es que la nota que había en la caja solo consistía en una petición al destinatario para que hiciese saber si el mensaje había sido entregado con éxito.


Peligro

Los prusianos decidieron ahorcarle. Pero en el último momento un general cambió de opinión y permitió que volviera a las líneas francesas.


De nuevo en casa, el doctor Percy intentó calmar sus ansias de mil maneras. 


Probó incluso con opio y láudano, pero no había manera. De hecho, en cierta ocasión, durante un ataque de hambre, le pillaron bebiendo sangre en un hospital y comiendo trozos de recién fallecidos. 


El colmo fue la desaparición de un bebe de 14 meses. Percy y las autoridades, aunque no pudieron comprobar que hubiese sido él, decidieron dejarle a su suerte por los campos de Francia.


El final

Cuatro años después, en 1798, apareció moribundo en un hospital de Versalles. Se estaba muriendo de tuberculosis. Percy fue a verle y estuvo con él durante sus últimos días de vida.


La autopsia fue reveladora. Tanto los pulmones como el corazón habían sido desplazados. 


Tenía el hígado medio podrido y de un tamaño tres veces mayor de lo normal, y el estómago lleno de ulceras y cicatrices, signo de que en alguna ocasión había reventado… Y los intestinos, llenos de pus…


Según The London Medical and Physical Journal, «el hedor del cuerpo era tan insoportable que M. Tessier, cirujano jefe del hospital, no pudo llevar su investigación en mayor medida».


Imagínense


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