El Pele sale al escenario bajo la bóveda de Los Aljibes después de haber esperado unos minutos bajo el arco lateral de medio punto. Cabizbajo, escuchando la guitarra, quizás recorriendo los caminos interiores de su cante para tenerlos a mano cuando sea menester. Luego, reflexivo y concentrado, abre la velada flamenca en El Taranto de pie, descargando su figura de comandante de revoluciones perdidas en el respaldo de la silla de anea. Un cante que nadie acierta a clasificar inunda la angosta cavidad de piedra como si viniera de otro mundo. Seduciendo a la audiencia, que intercambia miradas de asombro: ¿qué está cantando El Pele?
Sin partituras
Dice El Pele que el cante no tiene pentagramas ni partituras aunque lleve en la solapa una clave de sol. Dice El Pele que el Flamenco es como el amor de la madre. Que no tiene ni corcheas ni sostenidos, porque un beso de la madre no espera ni al compás ni a la armonía. Es compás y armonía.
El Pele habla entre cante y cante con la dulzura de un niño de su edad después de hacer sus genuinas malagueñas. Reposando las palabras y dejando abiertas sus razones para no enturbiar la noche más de lo aconsejable .
“Nadie manda sobre mí”, dice El Pele después de haber sorprendido y seducido a partes iguales con su voz y su creatividad inmediata. Con su Flamenco a flor de piel y de garganta.
Ese primer cante podría haber sido de trilla pero se escapa hacía los cantes de Málaga y luego, gira y busca sin estridencias ni contradicciones el camino de Utrera. O de Lucena. El Pele deja que su voz y sus gestos fluyan libres sin nada que los constriña, sin nada que pueda sujetarlos.
Manuel Moreno Maya sienta cátedra de heterodoxia en El Taranto una vez más. Como siempre, envuelto en un aura de pureza que nadie puede cuestionar. Quién sabe si el primero que cantó por soleá o por malagueñas también pareció heterodoxo a quienes le escuchaban....
En El Taranto, El Pele se siente bien. Se entrega en cada palo reescrito en el aire por su talento. Se deja llevar por sus emociones y por el cariño recíproco. Hace lo que quiere porque ama lo que hace.
Recuerda entre las alegrías y los fandangos sus visitas a Los Aljibes de tantos años atrás y hace profesión de fe de la libertad del artista.
Como diría en la relajada tertulia después de cantar, “la única manera de no traicionarse a uno mismo es escuchándose a uno mismo y seguir adelante”. Aunque también debe ser importante, eso de sentirse amado por el Flamenco, que es un sentimiento que Manuel Moreno experimenta de verdad, porque se emociona un poco cuando habla de estas cosas y baja la voz entre las conversaciones cruzadas sobre la velada flamenca que acaba de concluir.
Más de medio siglo
El Pele ha cumplido más de cincuenta años de Flamenco, despertando pasiones y divergencias, cosechando incondicionales recién llegados y detractores de toda la vida.
Ha cumplido más de medio siglo de profundización personal en el universo Flamenco, reflexionando casi sin saberlo sobre su esencia. Él dice que se deja llevar por donde le lleve el cante, con el único referente de la inspiración y de la dimensión emocional. Así de sencillo y de difícil al mismo tiempo.
Las alegrías El Pele cita a Enrique Morente y evoca viejas polémicas entre puristas y transgresores, rindiendo tributo al cantaor granadino que, como él, tanto dio que hablar y tantísimo que escuchar. Y, también libre de ataduras, se arranca por las cantiñas de Morente con letra de Alberti en uno de los pasajes estelares de la noche.
Alegrías en libertad absoluta, que el cantaor parecía dejar que fluyeran a su antojo, como si tuviesen vida propia. Y en un momento, al final de una estrofa, las alegrías regresan a lo suyo con un puñadito de sal de Cádiz, después de haberse paseado por el pozo sin fondo del talento de El Pele. Los cánones están para eso, para apoyarse en ellos y llegar más arriba.
La seguiriya
“Nunca había escuchado una seguriya así” susurra el espectador que llegó tarde y se quedó de pie junto al segundo arco, viendo de soslayo la figura de El Pele. A veces se le escapa entre labios una exclamación sorda cuando el cantaor ataca una estrofa en un momento álgido de garganta casi rota. Luego experimenta una especie de sacudida que le recorre la espalda y un extraño pudor al saberse emocionado.
Antes de la seguiriya El Pele hace una soleá delicada en los matices y lacónica en los remates y el espectador que se oculta entre los arcos recuerda a un viejo aficionado que ya no está y vuelve a experimentar esa extraña sensación, ese pudor que genera la emoción imprevista.
El Pele acaba por fandangos sabios y de sabor antiguo antes de regalar el cante que todavía le queda dentro. Sonríe, cierra los ojos e inclina la cabeza en señal de gratitud porque se siente amado por el Flamenco.
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