Trino Tortosa, el bruto refinado

El pintor de Olula del Río dedica unas emotivas líneas al galerista, fallecido este sábado

Retrato de Trino Tortosa, obra de Ibáñez, seleccionado por Juan Manuel Bonet para una exposición colectiva sobre realismo español contemporáneo.
Retrato de Trino Tortosa, obra de Ibáñez, seleccionado por Juan Manuel Bonet para una exposición colectiva sobre realismo español contemporáneo. La Voz
Andrés García Ibáñez
10:21 • 15 mar. 2020 / actualizado a las 10:22 • 15 mar. 2020

Conocí a mi amigo Trino Tortosa a mis diecinueve o veinte años. Recuerdo perfectamente como fue. En una de mis primeras exposiciones individuales en Almería, en la sala de Unicaja,  Juan José Ceba me anunció que Trino vendría a verme, que estaba muy interesado en mi pintura.  Y Trino efectivamente llegó a continuación, irradiando su visceralidad verbal, espacial y gesticulante, avasalladora y expansiva.



Recuerdo su sinceridad, sin maquillajes, abrupta, de hombre de pueblo curtido a quien nadie se la pega. Alabó mi entonces inaugurada pintura y al mismo tiempo me dio muy buenos consejos para mejorar. Criticó mi dependencia entonces de la veta sorollesca y me sugirió un camino para mejorar los matices coloristas, para desterrar la “harina” de la paleta, como gustaba repetir frecuentemente. Personaje enérgico y vitalista, bruto en apariencia, poseía en cambio un fino olfato para degustar la buena pintura, para detectar el buen oficio y la sabiduría del verdadero artista.



Recuerdo nuestras innumerables conversaciones sobre el olvidado mundo del siglo XIX español y la enorme categoría de sus numerosos hacedores, a los que defendía con conocimiento y precisión eruditos.



Trino llegó a Almería en un momento cultural de ensimismamiento narcisista, por parte del aún reinante –por histórico- movimiento indaliano y sus epígonos, y por parte de la nueva generación de los ochenta, arrogantillos “modernos” que paseaban su pretendida vanguardia frente a los hocicos de una sociedad culturalmente provinciana, cateta e ignorante. Trino les leyó la cartilla a unos y a otros, con su falta de diplomacia acostumbrada, como un huracán vociferante y arrasador. En este sentido, contribuyó muy notablemente a la superación de muchas tonterías y a colocar las cosas en su sitio, geográfica e históricamente.



Trino me profesó mucho cariño desde el principio y me defendíó a capa y espada, frente a todos, en un momento en el que muchos compañeros de profesión y sus adjuntos me veían como una amenaza real y en crescendo, lo que había ocasionado una persecución hacia mí, mediática e ideológica, verdaderamente asombrosa y casi sin precedentes. En este contexto, Trino apostó firmemente por mi obra, actuando como un marchante verdadero, que compraba por adelantado y luego vendía como podía; no como los galeristas al uso, cuya trapacería e insolidaridad se los ha llevado a casi todos por delante. Los comienzos de un artista son siempre dificultosos y la posibilidad de vender e ir ganándose la vida es algo indispensable. En aquellos años, Trino fue para mí un sostén maravilloso, una oportunidad para seguir viviendo, amando el arte y creciendo en la pintura.



Quiero dedicar estas líneas a su memoria –imperecedera para mí- y dar a sus hijos Trino y Javier un enorme abrazo, para que sigan con dignidad la senda iniciada por su padre, en la calidad y la devoción por la buena pintura.







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