Yo tenía diez u once años y viajaba en el asiento de atrás del coche familiar. Callejeábamos por Granada. No recuerdo el por qué de ese viaje, pero sí que un amigo de mi padre introdujo una casete en el reproductor mientras le decía, casi susurrando: ‘te voy a poner una canción que es raro que no hayan prohibido, Ramón’. Comenzó a sonar, en la voz de Rosa León, esa estremecedora estrofa inicial: ‘Si te dijera, amor mío, que temo a la madrugada…’.
Mi padre que, como Franco, nunca se metió en política, no hizo demasiado caso al comentario, pero a mí se me quedaron grabadas esa letra y esa melodía. Es el recuerdo más antiguo que conservo de Luis Eduardo Aute.
Quizá por eso en mi adolescencia, y con una guitarra recién comprada, de las primeras peticiones que hice a mi amigo José Granados fue que me enseñase los acordes de esa canción tan polémica y que me erizaba la piel cada vez que la escuchaba. Y fueron incontables las ocasiones en las que ambos nos desgañitamos frente a frente cantándola, emulando a esos cantautores que tanto admirábamos.
Y también, posiblemente por eso, el primer disco que compré de Luis Eduardo fue Albanta, ese país imaginario basado en una frase de su hijo Pablo, ‘Las alas del agua vuelan por los ríos de Albanta’. Porque allí por fin grabó Al alba con su voz, acercándose al rock, tras años de arreglos sobrios y acústicos, de la mano del entonces muy respetado Teddy Bautista y con un guitarrista, Armando de Castro, que poco después fundaría Barón Rojo.
Y quizás también por haberla descubierto en esa época, cada vez que escucho Las cuatro y diez me catapultó de inmediato a mis años de colegio e instituto, entre amigos que conservo hasta ahora, de muchas horas de calle y de esos primeros amores juveniles en una España que despertaba a una sensualidad y un erotismo al que Aute sabía cantar como nadie.
Y puede que por eso en esos años tampoco reparé en gastos –y no estaba la cosa para dispendios– hasta completar toda su discografía en vinilos, que estos días he rescatado. Y tampoco me lo pensé dos veces para gastarme las ochocientas pesetas que costaba ir a verlo en directo en aquella infame y polémica carpa que nuestro ayuntamiento montó para los conciertos de la feria del 85.
Y es bastante probable que por todo eso y muchas canciones, pinturas, películas y poemas más, siempre haya admirado profundamente a un hombre cuya elegancia e independencia durante toda su vida ha sido tal que, en medio de la que nos está cayendo y virus mediante, ha ido a morirse de lo que a él le ha dado la gana.
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