El comienzo de la década de los años veinte en el siglo XXI se pone a prueba en asuntos de resiliencia. Con los mayores, por inculcar la capacidad de adaptación viviéndola en tiempos difíciles; con los menores, por vivirla día a día mientras la practica. Me explico. A viernes, día 13 de marzo de 2020, la mayor parte del profesorado ya se había hecho una composición de lugar del estado en cuestión, si no de sí mismo, sí de la materia que imparte mucho antes de abandonar las aulas previendo el inminente estado de alarma que se fijaría en el Real Decreto. Y es que ser docente no implica solo dar clase, poner exámenes y todo eso, sino la responsabilidad de proyectar y, en la medida de lo posible, adelantarse. Quiere decir que el alumnado salió de las aulas el día trece de marzo con el compendio de tareas y actividades programadas hasta el 3 de abril. Ello significa que el alumnado, al menos el no absentista, conocía el contacto de sus respectivos profesores para abordar las actividades pendientes hasta el final de la 2ª evaluación, bien por las plataformas habituales, o bien por las direcciones de correo electrónico. Desde ese día, la labor de la mayor parte de los profesionales de la Educación Española ha consistido en conectar uno por uno con la totalidad de su alumnado. Mi cómputo asciende en este curso a ciento cincuenta, pero tengo compañeros que rebasan la cifra de doscientos cincuenta. Desde aquel viernes al lunes siguiente, me cabe la tranquilidad de haber accedido al ochenta por ciento del cómputo global de mis alumnos, uniéndose el resto a lo largo de la primera semana. Tanto es así que en algunos casos me encuentro con la sorpresa de tener más alumnos en la plataforma digital que en mis listas de matrícula. Tal es la preocupación y ocupación de algunos progenitores.
Es curiosa la labor de los padres en la enseñanza de sus hijos. De un tiempo a esta parte, el profesorado se sabe menos independiente, excesivamente presionado por los requerimientos de las familias ante las notas de nuestros alumnos. Porque han dejado de ser nuestros alumnos y alumnas para convertirse en hijos de los padres y de las madres. No creo que eso favorezca la enseñanza ni la educación. Si hay un valor que hoy día debe ponerse a prueba es la independencia, pues con ella lograrán la capacidad por superar las dificultades permitiéndoles desde chicos que elijan el globo que más les guste, el azul, el rojo, el amarillo, el verde. El que sea. Pero uno solo. Porque si se le ofrecen todos, finalmente dejarán de apreciar los colores, como daltónicos, perdiéndose la belleza de la natural policromía.
Ahora a los profesores y profesoras del año COVID-19 nos toca estar ahí, junto a los niños y a las niñas. Cada uno en su casa, con su situación, a solas o en compañía, como a cada uno le haya tocado su circunstancia. Nuestros padres, madres, abuelos y abuelas estuvieron ahí en tiempos difíciles. Asumieron sus quehaceres y algunos dieron la vida en el intento por seguir adelante. Lección de resiliencia la suya que nadie usurpó porque cada uno la ejerció desde su identidad, sin pecar de impostura. No había posibilidad de que nadie ocupara el lugar de nadie. Ahora son otros tiempos, los de la sacro santa apología a la era digital que puede salvar el curso, pero que lo salve. Es imprescindible, por lo tanto, mantener las clases, como cada docente se halle más a gusto, más de acuerdo con su forma de ser y de estar en su profesión, en el mundo y en su tiempo. La confianza y entrega que le rendimos a los hombres y mujeres de la sanidad española la necesitamos también nosotros, las mujeres y los hombres de la enseñanza española. No pedimos ni requerimos aplausos. Al menos, yo no. Solo cumplimos con nuestro deber, pero permitan, queridos padres y madres, que sean sus retoños quienes aprendan la lección de la resiliencia. Magnífica oportunidad que nos ofrece esta ensoberbecida sociedad del consumismo y la globalización, hoy humillada y maltrecha, para hacer de sus vástagos, nuestro alumnado, criaturas capaces y preparadas para afrontar las duras contingencias de la vida. Estas y las que, sin lugar a dudas, quedan por venir. Y sean conscientes de que de ello depende la gobernanza de un mañana muy cercano.
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