Acostumbro a vestir de calle como si fuera a salir más allá de la puerta. Me he negado a perder este hábito. Con esta rutina he caído en dos banalidades, dos cosillas triviales que comienzan a cobrar relieve. A saber: en cuanto esto acabe realmente y no cuando dicen que terminará, asaltaré un Primark. Compraré un par de pantalones de entretiempo. El tiempo que tarde en disolver la inequívoca grasilla de más acumulada entre el esternón y la cadera y regresar a la talla de los pantalones que ahora ya dan signos de apretura. La otra menudencia está en mis pies. Llevo cuarenta, ¿cuarenta y uno, cuarenta y dos?, días en zapatillas. Hasta hoy no he caído. Como no tengo psiquiatra de cabecera ni un psicólogo a los pies de la cama, no puedo ni tengo conocimientos para dar una explicación empírica a esto. Naturalmente, aunque no me satisface del todo, la interpretación más obvia es la comodidad.
Así, al tuntún, me digo que andar en zapatillas es como un ancla de fondeo que me aferra al suelo por si surge la debilidad de ser arrastrado al pórtico de salida. Hago una ronda de llamadas: ¿tú vas en zapatillas o te pones zapatos en casa? El setenta por ciento de los encuestados calza zapatillas o deportivas. Un veinte va descalzo. El diez por ciento restante se embota zapatos ligeros, cómodos, pero zapatos que aún, me dice alguien, quedamos señoras y caballeros. Póngame a sus pies, entonces. Entre los ‘pies desnudos’, mi amigo Peter me larga con todo cariño una disertación acerca de los muchos simbolismos de andar descalzo: fluidez en captar la energía de la madre tierra, que el zapato es un símbolo de propiedad, que si en las diferentes culturas… En definitiva, me quedo con la energía propulsora de la zapatilla de mi madre volando por el pasillo.
Leo en este periódico que una mujer de 22 años ha muerto en la madrugada de ayer sábado tras ser atropellada en la carretera A-352 en el término municipal de Vera. El servicio de Emergencias 112 ha informado que el suceso se ha producido sobre las 0:55 horas de esta pasada madrugada, cuando ha recibido la primera de varias llamadas de conductores que iban por esa vía y alertaban de lo sucedido, tal y como recoge Europa Press. Aparte del triste sentimiento por el fallecimiento de esta joven desconocida, uno se pregunta qué puede llevar a una persona a caminar en soledad en medio de la oscuridad de una madrugada. Qué le pasaría por la cabeza. Qué le habría sucedido instantes previos que la llevaran a tomar la fatal decisión. Qué iría buscando adelante o qué iría dejando atrás. Quién sabe. Seguramente no lo sabremos jamás. Quedará en esto, una información de alcance en un periódico.
Vaya, mi intención era comentar una serie que he comenzado a ver. Habré de dejarlo para mañana, me queda poco espacio. Creo ahora me cabe lo justito para dejar negro sobre blanco que yo, sin dudarlo, me quedo en casa.
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