Así lo afirmamos desde el Museo de la Escritura Popular de Terque. La historia también la hacen la gente corriente, la gente sencilla. Su escritura, sus cartas, sus diarios, sus cuadernos de escuela, sus libretas de contabilidad, son rastros de sus vidas anónimas. En sus palabras y sentimientos quedó el tiempo detenido. En sus escrituras banales, en sus testimonios directos, alejados de cualquier carácter literario está la sinceridad, la vida cotidiana, las microhistorias que nos acercan a la historia colectiva.
¿Qué se ha hecho con estos documentos? ¿Qué escritos personales se han conservado en el ámbito domestico? ¿Qué ha quedado de ellos? ¿Han sido motivo de coleccionismo por particulares, colectivos o museos? La filatelia por ejemplo se fijó en los sobres y sellos, ¡pero nadie se intereso por la vida que llevaban dentro esas cartas! Los museos han conservado cartas de grandes personajes, de artistas o políticos, ¿pero dónde fue la carta de la criada, el diario del soldado, el libro de recetas de nuestra abuela?
Los documentos escritos de carácter cotidiano son un rico patrimonio cultural que debe ser conservado. Decía el poeta Pedro Salinas: “Yo sostengo que la carta es, por lo menos, tan valioso, invento como la rueda en el curso de la vida de la humanidad. Porque hay un tipo de comercio, o de trato, el de los ánimos y las voluntades, muy superior, al comercio de las mercancías y las lonjas”.
Los documentos personales son una rica fuente de información, en ellos la vida fluye y a través de la escritura se manifiesta el amor, la muerte, la economía familiar, las relaciones personales, las condiciones materiales de vida, las convulsiones sociales o políticas. Distintas clases sociales se traduce en diferentes estadios de instrucción y de alfabetización y por tanto diferentes prácticas de escritura.
La caligrafía
El progresivo abandono de la correspondencia epistolar ha barrido vivencias y fragmentos de tiempo únicos. Hemos perdido nuestras manos, que trazaban hermosas caligrafías sobre un papel, nuestra alma, nuestros sentimientos, nuestra vida contada y escrita en una carta.
Hemos perdido el tiempo interminable, infinito hasta la llegada de la carta deseada, no contestada. Hemos perdido el momento, el estremecimiento de reconocer la caligrafía del sobrescrito. El tacto y el olor del papel. Hemos perdido las alegrías, las penas al abrir o leer las cartas. Hemos perdido el tiempo de releerlas una y mil veces. Hemos perdido el momento de lanzar la carta a la boca del buzón. La voz del cartero anunciando su llegada con buenas o malas noticias. Ya no importa la hora de la salida del correo, la última oportunidad de echar la carta. Hemos perdido al memorialista, a la vecina, a la amiga que leía y escribía cartas a los que no sabían leer ni escribir.
Por eso y por muchas cosas más, en el Museo de la Escritura Popular de Terque guardamos los fragmentos del tiempo de papel.
Memoria escrita
Un abanico dedicado, una carta a los Reyes Magos, una orla caligráfica, un bargueño, una escribanía, una plana de empeño de Navidad, una receta de cocina, un dechado de costura, una carta de pésame, una estampa o un recuerdo personal manuscrito. En una carta de un consultorio radiofónico, en una carta de amor, en una tarjeta postal… en todos ellos, está el Tiempo detenido, el Tiempo de Papel. El Museo de la Escritura Popular de Terque es el único en España en conservar la memoria escrita de las clases populares.
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