Miguel Vasserot, autor de ‘¿Serías capaz de quedarte por mí?’, ultima su nueva novela en pleno confinamiento, esta vez ambientada en el Madrid bohemio de principios del siglo XX. Asegura que no ve el momento de salir, ya que estar recluido no le ayuda como narrador, y confiesa que se siente representado en los aplausos de las ocho, pero no en la crispación.
¿Cómo ha afectado a su trabajo de abogado la crisis del coronavirus?
Ha sido un desastre y hablo con la experiencia de veintiséis años de ejercicio. Y es que se han paralizado la mayoría de procedimientos, y cuando se reanuden tendremos que esperar muchos meses más para poder cobrarlos. El problema es que abogados y procuradores seguimos pagando la cuota de autónomos, los alquileres, las facturas... Y lo triste es que cuando esto termine los políticos volverán a prometer hospitales, AVE o subida de pensiones, pero ninguno prometerá aumentar el presupuesto en Justicia para ayudar a desatascar los juzgados porque la justicia no da votos.
Como escritor, ¿es feliz por estar confinado?
No, a secas. Yo soy muy de cafés diarios en las terrazas, de pasear y de tomar cervezas con los amigos y es entonces cuando descubro cómo serán los personajes que saldrán en mis novelas. Intento ser una esponja y si observo algo interesante como un gesto o alguien que habla de una forma peculiar lo guardo en la memoria.
¿Ambientaría una historia en esta pandemia global?
Creo que no porque busco originalidad a la hora de enfrentarme a cada nuevo proyecto. Si te fijas, los periodistas, y tu ‘Diario de una cuarentena’ es el mejor ejemplo, estáis creando un fondo de documentación difícil de superar. Al leerte me viene a la memoria las crónicas de Pérez Galdós que plasmaba la realidad diaria en sus columnas y de las que tanto he bebido para ambientar la época en la que vivió.
Además, ahora admiro más la inventiva de los escritores que fueron capaces de crear una historia de ficción que se ha convertido en realidad. Te hablo de ‘La Peste’ de Albert Camus o de ‘Los ojos de la oscuridad’ de Dean R. Koontz que en 1981 ya noveló una pandemia por un virus cuyo origen era un laboratorio de Wuhan.
¿Se reconoce en lo que ve al otro lado de la ventana en este momento excepcional?
He estado aplaudiendo durante cuarenta y tres días seguidos y me siento muy orgulloso de cómo mi país ha respondido, desde los sanitarios hasta los transportistas o los currantes de los súper y de limpieza. El otro día, sin embargo, cuando comencé a aplaudir hubo una cacerolada y se originó cierto enfrentamiento entre los que hacían una u otra cosa. Esa libertad para mostrar el descontento es un pilar de nuestro Estado de Derecho y la defiendo, pero considero un error que sea a la misma hora y se produzcan discrepancias.
Tardó más de dos décadas en escribir su primera novela. ¿Podemos ser más optimistas respecto a cuándo veremos la siguiente?
Espero que sí. Lo que ocurre es que la creación de una novela es un trabajo muy arduo, de muchas horas de soledad y de correcciones, más aún si te vas a una época distinta de la que vives. Y luego está la inseguridad del autor para saber si valdrá la pena hacerlo.
¿Nos desvelaría en una frase de qué irá?
Trata de cómo era la vida de los primeros periodistas de sociedad en el Madrid bohemio y alocado de 1901. La ‘prensa amarilla’ también tuvo su pasado y es curioso descubrir cuánto se parece a la de ahora. Me parece que he puesto dos frases, perdón.
¿Confía Miguel Vasserot en el mundo editorial de este país?
Voy a contestar como los abuelos, con una anécdota real: la vecina de Richard Ford, tras escucharle decir que era escritor, le preguntó: “Sí, pero ¿en qué trabaja?”. Pues así es la vida de un escritor, con otro trabajo con el que ganarse la vida. El problema es cómo se conjuga el reparto del pastel entre todos los que participan en la cadena que va del escritor al lector: Impuestos, Editorial, Distribuidora y Librería. No diré cómo se reparten los 19 euros que cuesta mi última novela impresa, lo que diré es que a mi cuenta llegan 1,36 euros en algo llamado ‘regalías’; que hasta la palabra suena a limosna o privilegio. Como le dije a un amigo que quería ayudarme: “Si no te lo vas a leer, mejor invítame a un café que me sale más rentable”.
¿Algún consejo para los creadores?
Mejor para los que disfrutan del arte en todas sus expresiones; da igual que sea baile, fotografía, pintura o un transformista. Por favor, tratarlos igual que a vuestro peluquero o farmacéutico: no le pidáis que regalen desinteresadamente su trabajo, ayudadlos a sobrevivir. Ahora más aún.
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