Los árboles mantienen su orgullo y grandeza en el espacio urbano mirando de tú a tú a los edificios que los observan desde las ventanas. Los árboles son conscientes de que constituyen símbolos de una naturaleza marginada en el urbanismo tradicionalmente. Por eso los árboles callejeros sobreviven por las aceras y parques. Y un ejemplo de ello lo contemplo desde mi terraza, en estos días de confinamiento, en la calle Rafael Alberti.
Mi saludo diario a estos árboles proletarios de mi calle nunca falta en algún momento. Con la mirada y la contemplación es suficiente para entendernos. En la misma calle unos pequeños dragos simulan un espacio intermedio cerca de las aceras.
La diversidad de Oliveros
Está enfrente el Parque de Oliveros con una pequeña diversidad, sendas reducidas al sonido de la fuente y el pequeño espacio del parque infantil, ahora ausente de juegos. Los árboles observan su entorno y a la vez dialogan entre ellos. Recuerdan los momentos perjudiciales de las podas para dejar marcado un sentido humano complejo de lo que es un parque.
El patrimonio arquitectónico cotidiano también tiene su sentimiento y ya ha aceptado a estos árboles. Son figuras donde olisquean los perros, donde se posan las palomas, donde anidan gorriones y otros pájaros supervivientes y algunos mirlos, constituyen un gran templo de encuentros para sentir que la libertad es posible.
En la distancia los árboles de Oliveros dialogan con el Cable Ingles y la cercanía de palmeras y árboles de la zona del puerto; con sus primas, hierbas gigantes, las palmeras de la Rambla, y con los hermanos proletarios del Paseo, todos sometidos cada año a la tortura de la poda versallesca.
Pero allí mantiene un gran liderazgo el gran Ficus, un espléndido monumento del patrimonio almeriense. Que superó en su momento algún que otro intento para se derribo, ante quejas vecinales que no admiten que ningún árbol proyecte su sombra sobre las ventanas. De ahí, que no se permita el crecimiento libre de los árboles.
Los ficus del Nicolás
No muy lejos destaca también el Parque Nicolás Salmerón, donde los grandes ejemplares de ficus, otros elementos arbóreos y palmeras defienden su territorio con el paseo sereno de los dominadores humanos.
A estos árboles callejeros hay que abrazarlos como personajes vivos que son y escuchar lo que nos dicen, aunque no entendamos bien su lenguaje. Es cuestión de tiempo para volver a integrarnos todos unidos como naturaleza urbana, libre y abierta.
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