Enix y su plaza han experimentado diversas transformaciones a lo largo de los siglos, no sólo en su denominación (Nix, Ynix; o Plaza del Generalísimo, de la Constitución), sino en su trazado: las viviendas han ganado en altura, unas; otras han “menguado”; se han construido calles nuevas e, incluso, barrios enteros; la casa consistorial ha perdido su “lonja” y ahora rivaliza, en altura y presencia, con la histórica iglesia; sin embargo, Ella apenas ha cambiado. Nuestro templo permanece impasible ante los difíciles momentos que nos han tocado vivir, confinados en nuestras casas, quedando huérfano de risas, voces, música, ruido... de vida. En su memoria custodia épocas pasadas y aguarda momentos futuros mejores, y ello, sin duda, será “posible”.
Esta construcción mudéjar es la más singular y relevante de Enix. A comienzos del siglo XVI la mezquita fue consagrada en templo bajo la advocación de Santa María de la Encarnación, y tras la guerra de los moriscos (1568-1571) se encontraba “toda hundida, si no es un poco de hacia el altar mayor, que era de tierra y madera y los arcos de yeso y ladrillo”. En los años posteriores Enix quedó despoblado, al ser concentrada la población de la taha en Felix. Con el regreso de los repobladores al lugar, la iglesia debió reconstruirse por iniciativa del obispo Portocarrero durante el primer tercio del siglo XVII. A inicios del XVIII, bajo el pontificado de Orueta, se acometió una remodelación que incorporó sus portadas, y cuyos gastos en 1704 ascendieron a 22.132 reales. Testimonio de la intervención de ambos prelados son sus escudos. Sería en el Barroco cuando el templo cambió de titular, que pasó a ser la Virgen del Rosario, aunque en un momento indeterminado también adoptó el título de San Judas Tadeo, patronos ambos del municipio. En las distintas restauraciones posteriores del paramento exterior, se han conservado los esgrafiados con esquematizaciones de corazones, hojas, peces y gotas, así como algún que otro grafiti con la estrella de Salomón.
De planta de cajón rectangular, la iglesia está cubierta por una armadura de lima bordón con decoración de lazo y, a sus pies, destaca un coro de madera. La talla de la Virgen del Rosario que preside el altar mayor, una de las más bellas del obispado almeriense, es la que, según tradición popular, estuvo en la nave de don Juan de Austria en Lepanto. Al exterior, el elemento más destacable es su torre campanario, que posiblemente tendría un carácter defensivo, algo que caracteriza a los edificios religiosos del siglo XVI cercanos a la costa. Sus muros de mampostería reforzados en las esquinas por sillares de piedra, contrastan con el cuerpo de campanas que, seguramente, fue reconstruido tras los destrozos ocasionados por la tormenta eléctrica que en octubre de 1891, según la prensa de la época, dejó la torre “en inminente peligro de ruina”. Poco conocida, esta torre fuerte constituye un magnífico ejemplo de transición entre las construidas antes de la rebelión morisca y las de la segunda mitad del XVII.
En la fachada occidental, la puerta de la Tercia, popularmente conocida como “puerta de los perdones”, se encontraba el “Rinconcillo”, el lugar de encuentro de las mujeres enixeras que, ocupadas en la costura, conversaban, incluso en días de viento, refugiadas del temido Eolo procedente del “reducto”. Se recuperaba así, sólo para ellas, aunque personificado en este rincón, la función que otrora tuviera este elemento defensivo que, dispuesto realmente a sus pies y a un nivel inferior de la iglesia, protegía y acomodaba sus preocupaciones, inquietudes, risas y alegrías. El rinconcillo desapareció a costa de una capilla bautismal añadida, pero el dios pagano volvió a rescatar los dominios del reducto, que es como se conoce a la calle que circunda a la iglesia. El silencio que hoy la aprieta, con sus poyos vacíos, es, quizás, uno de los mayores males que ha sufrido; pero pronto volveremos a disfrutar de su sombra, del frescor y apoyo de sus muros, del tañer de sus campanas, de las conversaciones y risas entre enixeros y “forasteros”... de la vida a su alrededor. Para esta localidad almeriense que tiene a San Judas Tadeo por patrón, nada es “imposible”.
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