Desde mi azotea diviso infraestructuras del cauce que la ciudad no ha conseguido fagocitar: balates de calicanto, balsas en Alhadra y Villablanca, canalizaciones por Chocillas, un sifón de piedra horadada en Loma de Acosta o una presa de contención sobre San Luis. También la Casa del Cine o la huerta del Blanco y Negro sobre Los Molinos. La ciudad ha ido ocupando la vega surgida al amparo del Cauce de San Indalecio hasta liquidarla pero se le resisten los vestigios de su red hidráulica, algunas casas palaciegas y las balsas periféricas.
Los Innovados, que así se llamaron los nuevos regadíos surgidos al amparo de este canal se levantaron merced a una sólida y extensa red hidráulica acompañada de huertos, cortijos y casas señoriales sobre el actual solar de la ciudad, si exceptuamos el casco histórico.
Estos nuevos regadíos creados sobre el piedemonte pedregoso de la sierra de Gádor competían en feracidad con la vega secular del río. La frontera entre ambas la fijaba una acequia procedente del Partidor de Alhadra, camuflado hoy en el polígono del Sector 20, que llegaba hasta la Puerta de Purchena pasando por El Diezmo, atravesando huertos, entrando al centro por Alcalde Muñoz y dejando a sus pies la Vega de Acá. Sobre ella, los Innovados, cuyo límite superior lo marcaba el trazado del canal serpenteando el piedemonte de la sierra por una cota próxima a 110 metros.
Y como resultado una ciudad horizontal rodeada de huertos, parrales y naranjos por el norte y bancales forrajeros entre cañaverales por el este. Agua, sombra y verde, todo el ideal del sur concentrado a las puertas de la ciudad.
La ciudad perdida
Y es que nunca Almería fue tan verde, ni jamás lo será, porque sobre los huertos han crecido edificios y junto al río invernaderos. Ningún jardín ni parque periurbano podrá competir ya con tanta extensión ni biodiversidad. La ciudad perdida de las dos vegas solo vive en la memoria de los abuelos rememorada entre boqueras y balsas, aromas de huertos, sones de campanas y un cielo con pájaros.
Y se fue liquidando a estirones urbanísticos a partir de los años sesenta, con crecimientos medios por decenio del 15% y una traca final del 28% entre el cambio de siglo y la crisis. Toda una cultura secular del agua y su vega engullida por el asfalto. Caro progreso.
Volviendo a los Innovados, comenzaron a extenderse a finales del siglo XIX. En 1875 Almería era una ciudad de apenas cuarenta mil habitantes abrazada a un puerto que la conectaba con el exterior. Un poblachón mediterráneo que vive un momento de actividad propiciado por la comercialización de la uva de embarque y los beneficios del sector minero a lo que hay que añadir un horizonte de comunicaciones creado por las nuevas instalaciones portuarias, la N-340 que se abre camino entre Callejones y Cañarete y la futura apertura del ferrocarril.
En este contexto se crea la Sociedad de Nuevos Riegos San Indalecio, una mercantil que oferta setecientas diez horas y media de agua en acciones con la pretensión de construir un canal capaz de poner en cultivo la periferia norte de la ciudad, altos de Benahadux y Huércal, así como abastecer las necesidades de la nueva industria y servir de apoyo al abastecimiento urbano y nuevas infraestructuras de comunicación. Para conseguirlo se pacta una prolongación de la Fuente de Benahadux que garantice aguas claras, se recogen sobrantes de río por la Acequia de los Siete Pueblos y se dota paulatinamente de una red de pozos.
Una nueva vega
Como consecuencia se crea una nueva vega en manos de hacendados que construirán cortijos, parraleros, enormes balsas para garantizar los riegos de estío y casas señoriales de las que aún quedan algunas como el cortijo Fisher o la Sismológica en Almería, Mascaranas en Huércal o Dos Torres en Benahadux. Pero sobre todo queda el trazado del cauce abrazando la periferia norte de la ciudad al que aún no han llegado las máquinas excavadoras. Y algunas grandes balsas como la del Polvorín, cortijo Fisher Argar, San José o Cien Escalones protegidas ahora por su declaración patrimonial.
El BOJA de 05/06/2015 publica la Orden por la que se resuelve inscribir como bienes de catalogación general, de manera colectiva, en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz, determinados inmuebles relacionados con la cultura del agua entre los que se incluye el canal aduciendo entre otras razones que: “A finales del s. XIX se produjo una transformación sustancial del paisaje y de la ciudad, merced al canal de San Indalecio y a decenas de grandes construcciones hidráulicas complementarias. Entre estas construcciones destacan las inmensas balsas ligadas al canal, cuyas proporciones obedecen a la necesidad de acumular agua para el largo estío de Almería. Se trata de una obra de más de 18 kilómetros de longitud que recoge aguas del interior de la sierra de Gádor, bajo el municipio del mismo nombre, y las lleva hasta la ciudad a través de una canalización mayoritariamente subterránea que acaba a los pies de la Alcazaba”.
Esperemos que la planificación urbanística respete el cauce y lo integre en la ciudad.
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