Guillermo Fuertes
22:14 • 22 nov. 2011
Mark Parascandola es un tipo tranquilo, callado, observador. Es de Wisconsin, del año 68, y es epidemiólogo, con estudios en Cambridge y la John Hopkins University. Trabaja en el National Cancer Institute, de Washington, pero a Almería, la tierra de donde desciende su familia y que lo fascina desde que la visitó por primera vez, siendo todavía un niño, siempre vuelve como fotógrafo.
Esta arte es su verdadera afición, su camino para indagar en la época en que vivimos, para intentar de comprender los lugares a los que viaja. “No hago trabajos comerciales con la fotografía”, dice. “En este sentido, veo mi trabajo ‘de día’ como una ventaja. Tengo muchos amigos fotógrafos que, en realidad, se ganan la vida haciendo bodas y otras cosas, no con su trabajo creativo”.
Ahora, sentado en una terraza del Paseo Marítimo, observa las imágenes que va sacando cuidadosamente de su carpeta, luminosas copias que él mismo realiza. Solitarios paisajes almerienses, edificios abandonados, viejos decorados cinematográficos en pleno desierto, pueblos de costa que la crisis ha dejado casi fantasmales.
Buscando un lenguaje propio
“Almería tiene un clima maravilloso, sus paisajes...”, dice. “Es mas tranquila, comparada con Washington, aunque cuando se conoce, te das cuenta de que tiene mucha actividad. Pero también tiene una historia fascinante, que va miles de años atrás. En Washington todo es nuevo, de hace unos 200 años, cuando más. Y eso es muy atractivo para mí”.
Empezó en la fotografía desde niño, con unos 11 o 12 años. “Me regalaron una cámara, no recuerdo de qué marca, sólo que era alemana, y comencé a hacer fotos”, sonríe. “Pero no fue hasta un tiempo después que lo tomé en serio y compré una buena cámara. De modo que llevo mucho tiempo en esto, y voy desarrollando mi propio lenguaje”.
Pero, ¿por qué se opta por la fotografía como medio expresivo? Parascandola medita por unos segundos: “Es una buena pregunta”, responde, “comencé a hacer fotos cuando viajaba. De adolescente venía a España con mi familia, a Almería, y tomaba muchas fotos. Me fascinaba ver lugares diferentes y trataba de comprenderlos”.
“En parte me gustan los aspectos técnicos”, añade tras otro momento pensativo. “Tengo una mente científica, como epidemiólogo, un entrenamiento científico, y siempre me ha interesado también la física, de modo que, junto con la parte artística, me gusta comprender cómo funciona la fotografía, la luz...”.
Arquitecturas abandonadas
Mark es sobrino nieto de Federico Castellón, el magnífico pintor y grabador al que todos los museos y catálogos consideran uno de los más reputados artistas norteamericanos, pero había nacido en Alhabia y emigrado a América siendo aún un niño. De modo que cuando llega a estas tierras nunca se ha sentido un extraño. Aquí tiene pueblo, familiares, y su obra, junto a la de federico, está en la galería Acanto de la capital.
En Estados Unidos ha expuesto sus fotos ‘almerienses’, entre otras imágenes que él mismo imprime en ediciones limitadas, en salas de Baltimore y Washington, donde, además, es miembro activo del Mid City Artists y el Washington Project for the Arts.
“Me interesan, sobre todo, los paisajes, y también la arquitectura, pero como un elemento en esos paisajes”, explica. “Sobre todo las arquitecturas abandonadas, porque trabajo como epidemiólogo y estoy interesado en las fuerzas ocultas que impulsan a las poblaciones humanas en los cambios”.
“La epidemiología no sólo estudia las enfermedades, sino también los cambios económicos, sociales y políticos”, añade. “Para mí, mirar estos edificios abandonados es como buscar en las evidencias tangibles de procesos escondidos que producen cambios en las poblaciones humanas. No fotografío a la gente en sí, sino lo que hay, lo que queda detrás”.
Esta arte es su verdadera afición, su camino para indagar en la época en que vivimos, para intentar de comprender los lugares a los que viaja. “No hago trabajos comerciales con la fotografía”, dice. “En este sentido, veo mi trabajo ‘de día’ como una ventaja. Tengo muchos amigos fotógrafos que, en realidad, se ganan la vida haciendo bodas y otras cosas, no con su trabajo creativo”.
Ahora, sentado en una terraza del Paseo Marítimo, observa las imágenes que va sacando cuidadosamente de su carpeta, luminosas copias que él mismo realiza. Solitarios paisajes almerienses, edificios abandonados, viejos decorados cinematográficos en pleno desierto, pueblos de costa que la crisis ha dejado casi fantasmales.
Buscando un lenguaje propio
“Almería tiene un clima maravilloso, sus paisajes...”, dice. “Es mas tranquila, comparada con Washington, aunque cuando se conoce, te das cuenta de que tiene mucha actividad. Pero también tiene una historia fascinante, que va miles de años atrás. En Washington todo es nuevo, de hace unos 200 años, cuando más. Y eso es muy atractivo para mí”.
Empezó en la fotografía desde niño, con unos 11 o 12 años. “Me regalaron una cámara, no recuerdo de qué marca, sólo que era alemana, y comencé a hacer fotos”, sonríe. “Pero no fue hasta un tiempo después que lo tomé en serio y compré una buena cámara. De modo que llevo mucho tiempo en esto, y voy desarrollando mi propio lenguaje”.
Pero, ¿por qué se opta por la fotografía como medio expresivo? Parascandola medita por unos segundos: “Es una buena pregunta”, responde, “comencé a hacer fotos cuando viajaba. De adolescente venía a España con mi familia, a Almería, y tomaba muchas fotos. Me fascinaba ver lugares diferentes y trataba de comprenderlos”.
“En parte me gustan los aspectos técnicos”, añade tras otro momento pensativo. “Tengo una mente científica, como epidemiólogo, un entrenamiento científico, y siempre me ha interesado también la física, de modo que, junto con la parte artística, me gusta comprender cómo funciona la fotografía, la luz...”.
Arquitecturas abandonadas
Mark es sobrino nieto de Federico Castellón, el magnífico pintor y grabador al que todos los museos y catálogos consideran uno de los más reputados artistas norteamericanos, pero había nacido en Alhabia y emigrado a América siendo aún un niño. De modo que cuando llega a estas tierras nunca se ha sentido un extraño. Aquí tiene pueblo, familiares, y su obra, junto a la de federico, está en la galería Acanto de la capital.
En Estados Unidos ha expuesto sus fotos ‘almerienses’, entre otras imágenes que él mismo imprime en ediciones limitadas, en salas de Baltimore y Washington, donde, además, es miembro activo del Mid City Artists y el Washington Project for the Arts.
“Me interesan, sobre todo, los paisajes, y también la arquitectura, pero como un elemento en esos paisajes”, explica. “Sobre todo las arquitecturas abandonadas, porque trabajo como epidemiólogo y estoy interesado en las fuerzas ocultas que impulsan a las poblaciones humanas en los cambios”.
“La epidemiología no sólo estudia las enfermedades, sino también los cambios económicos, sociales y políticos”, añade. “Para mí, mirar estos edificios abandonados es como buscar en las evidencias tangibles de procesos escondidos que producen cambios en las poblaciones humanas. No fotografío a la gente en sí, sino lo que hay, lo que queda detrás”.
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