Aun cuando había perdido la vista, Alfredo, el proyeccionista de 'Cinema Paradiso', era capaz de saber si la película estaba desenfocada nada más escuchar el sonido del celuloide serpenteando por la máquina. Tantos años encerrado en la cabina, propiciando que sus vecinos disfrutaran de dramas arrebatados, carreras de indios y vaqueros y amores imposibles --cercenados a menudo por las tijeras de la censura--, que las vidas condensadas en fotogramas acabaron por convertirse en una extensión de la suya. Y Totò, el chavalín que aprendió a su lado, no solo halló en él la figura del padre ausente sino que creció junto a un ídolo: un héroe de barrio, cercano, carismático y querido por todos. El almeriense José González Macías fue un día como Totò, un niño fascinado tanto por el brillo de la pantalla como por el corazón de hierro y luz que obraba el milagro. Y al tiempo acabó convertido en Alfredo, y llevó el evangelio del celuloide durante décadas por toda la provincia.
El pasado 16 de julio se cumplieron cinco años del fallecimiento de José, conocido en la profesión como Pepe ‘El Maquinilla’ o Pepe ‘El del cine’. El hombre que tanto amó su oficio que se construyó un cine en su hogar. Un santuario lleno de recuerdos que su hija Virginia volvió a ordenar en homenaje a él en el primer aniversario sin su padre.
Un cine en casa
La sala, más grande que muchas de las que visitamos en los centros comerciales, es realmente el sótano de la casa familiar, en el barrio de Piedras Redondas. Bajar a ella por unas angostas escaleras es como acceder a un búnker de la II Guerra Mundial. “Cuidado con la cabeza”, avisa Virginia. Superado el escollo, un pequeño salto y, como Alicia a través del espejo, entramos en otro mundo. Al fondo, una pantalla frente a la que hay, como en un altar, fotografías del actor francés Jean Marais, ídolo de ‘El Maquinilla’, una imagen de Kirk Douglas, un Óscar de pega y un trozo de bobina de celuloide. “Mi padre dijo que el día que faltara hiciéramos lo que quisiéramos con esto. Nadie quería bajar aquí, era muy duro, pero me propuse volver a dejarlo todo como él lo tenía”, relata.
La habitación es una auténtica casa del cine, con más verdad que el espacio de la ciudad con ese nombre: hay viejas enciclopedias sobre el séptimo arte, cientos de DVD, álbumes repletos de carteles, fotocromos y añejas licencias de exhibición que brotan de los cajones. Incluso butacas procedentes de salas extintas, como las del Centro Cine de la Plaza Marín. En una de ellas, junto a la escalera, se apoya el bastón que José tuvo que usar durante los últimos siete años por culpa de un ictus. “Cuando falleció quitamos todo lo que nos recordaba a la enfermedad. Pero dejamos el bastón y su butaca. Es algo simbólico, una forma de recordar que él sigue aquí. En los últimos meses no podía bajar pero su sueño era ponerse bien para volver a hacerlo”.
En su sala particular, José disfrutaba con las películas que su hijo, llamado como él y heredero de su profesión, le ponía. Aunque durante toda su vida fue él quien lo hizo para los demás. Nacido en Almería en 1952, Pepe ‘El Maquinilla’ se enamoró a los ocho años de esas historias en movimiento que desfilaban por los lienzos en blanco de los cines de barrio. “Tanto que se hizo de un proyector y le montó una pantalla a mi abuela”, recuerda Virginia. De adolescente aprendió el oficio que convirtió en su medio de vida. “Trabajó en todos los cines de Almería, con Juan Asensio y Miguel Lozano. Y siempre tuvo muy buena relación con ellos”.
El proyeccionista ambulante
Tras dos décadas en la cabina, a finales de los ochenta se zambulle en los cines ambulantes de verano, con los que recorre toda la provincia, Jaén y Málaga. Fue además proyeccionista del Apolo, del circuito municipal ‘Almería, a cielo abierto’ y de los Encuentros con Directores de la Fundación Unicaja. “Era un crack: se conocía todos los pueblos, todas las carreteras. Si la proyección era a las nueve, él llegaba a las siete y media para contar los metros que tenían que separar la máquina de la pantalla, probar el sonido, elegir el mejor foco... Mientras hacía estas cosas, ponía música y la gente empezaba a acudir. Le encantaba ver a las señoras mayores con sus sillitas y, sobre todo, que hubiera muchos espectadores”. Como aquel día que llevaron a un pueblo 'El guardaespaldas' y tuvieron que hacer dos funciones más tras la única programada.
Era meticuloso, concienzudo. “Todo un profesional. Un luchador”. Valores que junto a su mujer, Loli, transmitió a sus tres hijos, José, Verónica y Virginia, además de su amor por el séptimo arte. “Él no nos inculcó el fútbol sino el cine. Si venías a casa, su carta de presentación era una película y una frase: ‘Te voy a enseñar mi sótano’. Él no enseñaba su casa, enseñaba su cine”.
Así lo hizo, por ejemplo, con Carmelo Gómez durante una visita del actor a los Encuentros de Unicaja durante la etapa en los que los coordinaba Ignacio Ortega. “Es un tío muy campechano”, dice Virginia sobre el protagonista de 'Días contados'. “Cuando mi padre cayó enfermo, le llamamos y estuvo hablando con él”. Las cineastas Azucena Rodríguez ('Entre rojas', 'Cuéntame') y Belén Macías ('El patio de mi cárcel') también se adentraron en esta singular habitación secreta de Piedras Redondas. Y con Imanol Uribe y Emilio Martínez Lázaro compartió mantel, como prueban las fotos que cuelgan de las paredes del cine-refugio de ‘El Maquinilla’.
En un principio, la pantalla y el proyector estaban en el mismo habitáculo. Pero José reparó en que podía ampliarlo y se llevó la máquina más lejos, creando una auténtica cabina como en las trabajó durante años. De nuevo, un par de peldaños arriba y abajo y un pequeño ejercicio de contorsión para entrar a ella. Como el mago de Oz tras la cortina, ahí late la auténtica caldera: un MultiKino para proyectar en 35 milímetros que dispara un haz de luz al ponerse en marcha. Al lado, decenas de rollos de largometrajes como 'Ben-Hur', 'Los diez mandamientos' y 'Piel de asno', entre otras.
“Este cine está desapareciendo: las proyecciones son ahora en digital y las películas no son como antes, ni tampoco los actores. Este es un mundo muy bonito que a él le apasionaba y yo soy una enamorada de mi padre, así que creo la mejor forma de recordarlo, ya que mucha gente no se enteró de su marcha, es así: recuperando su amor por el cine, el valor que tenía para él”. Volviendo a poner en marcha el sueño de película de Pepe ‘El Maquinilla’.
El hombre que se parecía a Jean Marais
Las cejas pobladas en forma de puente, la nariz rotunda, los ojos pícaros, la sonrisa franca. Hay una conexión entre Jean Marais, el protagonista del 'Orfeo' de Jean Cocteau, y el proyeccionista José González Macías. Este le descubrió de niño y desde entonces se convirtió en su actor fetiche. “Le decíamos que era verdad que se parecían. No importaba que salieran actores nuevos, él siempre era el número uno”, confiesa Virginia. Así lo corroboran los carteles (“el de 'El milagro de los lobos' tiene más de 50 años”) y las fotos que pueblan la vivienda. “Bueno, él y Manolo Escobar. Siempre que iba a los pueblos llevaba una película suya, como un plan B”, narra mientras muestra el póster de 'Los guerrilleros'.
'Cinema Paradiso' era otro de los títulos de su vida. “Mi hermano le hizo un vídeo por el día del padre con fotos de él y de la película. Se identificaba mucho con ella”. José González era asimismo un apasionado de la música. “Recuerdo llegar del instituto y escuchar la banda sonora de 'El último mohicano' o de 'La vida es bella'. Ahora las oigo y es como si estuviera él”.
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