Los cambios en la distribución geográfica de la población almeriense en el último siglo han sido de tal calado que bien se puede afirmar que somos “emigrantes de nosotros mismos”.
Los babyboomers de los años ‘50 que nacimos en la ciudad de Almería contábamos con inmediatos antecedentes rurales. En mi caso, mi padre de Vera y mi abuela materna de Uleila del Campo. El crecimiento explosivo de la ciudad de Almería de mediados del XX solo se explica por el correlativo vaciamiento del interior de la provincia, conocido en la época como “éxodo rural”.
En el periodo que analizamos (1900-2019) la provincia de Almería ha doblado prácticamente su población. Es evidente que esas tasas de crecimiento demográfico no pueden achacarse únicamente a los movimientos naturales de la población, lo que llamamos crecimiento vegetativo, sino que tiene un fuerte componente migratorio, de efectivos que se incorporan a la población almeriense provenientes de otras provincias, regiones o naciones. Esa incorporación migratoria explica la intensidad del proceso, pero no su distribución geográfica. El modelo de redistribución de la población provincial estaba ya en marcha antes de que el cambio de signo del balance migratorio de la provincia acelerara, a partir de la década de los ‘70, el crecimiento demográfico.
Procesos que se solapan
En realidad, se solapan dos procesos: el “vuelco hacia la costa” de la población provincial y el incremento de la población por recepción migratoria, que acentúa el primer proceso, al dirigirse, en un amplísimo porcentaje, a municipios costeros, sedes del nuevo dinamismo económico, y crecientemente equipados y conectados
Hoy vamos a centrarnos en los cambios en la distribución geográfica de la población local, que supone un auténtico cambio de modelo territorial.
En la publicación que sirvió de catálogo de la exposición ‘50 años de transformaciones territoriales en Almería. 1957-2006. IEA.2008’, de la que fui impulsor y coordinador, adelantaba una de las características más llamativas de este proceso: la coincidencia con los modelos que describen el comportamiento erosivo en zonas áridas.
Un modelo erosivo
Las pérdidas demográficas se acumulan en las zonas de mayor altitud, en las de mayor pendiente y en las de menor densidad. Distintas “trampas de sedimentos” retienen parte de estas pérdidas en las cabeceras municipales y comarcales. Pero el grueso de los sedimentos demográficos sigue desplazándose por los valles y se dirige al litoral, donde la dinámica costera los redistribuye.
El modelo que explica el vuelco de la población hacia la costa es el mismo que describe los mecanismos erosivos y sedimentarios. Por eso hablamos de un proceso de sedimentación humana.
Como todo elemento territorial complejo, éste puede observarse a muy diferentes escalas. Si lo observamos a escala local, podemos apreciar que en gran parte de los municipios serranos de interior las pérdidas demográficas se ceban en el hábitat disperso de cortijos y cortijadas, siendo mucho más moderadas en los núcleos cabecera de los municipios. En realidad, el cambio de modelo ataca especialmente al patrón de asentamiento de base orgánica que explica la estructural y multiescalar dispersión de la población almeriense en su espacio geográfico. En cambio, estimula la concentración de población en núcleos, también a diferentes escalas.
Los elementos de base físico-ambiental que explicaban un peculiar modelo de poblamiento de baja densidad que se adaptaba a la aridez y las pendientes, son sustituidos por las economías de escala, por los mecanismos de acumulación urbana y por la conectividad que permiten los llanos sedimentarios que acogen a una población creciente.
Las actividades económicas que atraen población son costeras: la agricultura intensiva y la ocupación turístico-recreativa del litoral, por una cuestión térmica. Los nuevos modelos de distribución comercial y de movilidad, por las facilidades topográficas de terrazas litorales y zonas de depósito sedimentario.
Los datos del proceso
En 1900, la población que se asentaba en las zonas costeras y prelitorales de la provincia era el 51% , mientras que el 49%, habitaba zonas de montaña del interior. En 2019, la población costera es del 84%, y la población serrana de interior es del 16%.
Este dato resume el cambio de modelo, marco en el que cabe interpretar numerosos fenómenos territoriales que serán objeto de atención en esta colección: el gran vacío del sureste (‘Virado a jibia’ 6), la región urbana Almería-Poniente (VJ9), bases de una sociedad dual: el extrañamiento (VJ10), bases de una sociedad dual: la Almería vaciada (VJ14), desbordamiento y enajenación (VJ16).
Consecuencias
La nueva sociedad almeriense, crecientemente urbanizada y litoral, conserva la memoria de la Almería serrana y de baja densidad, una Almería rural y cortijera. Esta memoria familiar habita en las recetas, en los aromas de monte, se manifiesta en los rituales de fiestas patronales, en los reencuentros estivales y vacacionales y, en definitiva, en una cosmovisión que compagina la vivencia urbana como espacio de oportunidades con una identidad rural sentimental, crecientemente nostálgica y debilitada por el paso del tiempo.
Difícilmente se volverá a una distribución de la población como la que había a principios del XX, por lo que cabe interpretar el reequilibrio del que hablan los teóricos de la ordenación del territorio como la necesidad de redefinir las relaciones y vínculos entre la población litoral y el espacio vacío de su memoria.
La próxima semana, analizaremos el territorio provincial como sotavento mediterráneo.
El autor
Rodolfo Caparrós (Almería, 1957), autor de ‘Virado a jibia’, es geógrafo, urbanista y paisajista, además de consultor de desarrollo territorial. Promotor cultural, está especialmente interesado en la cultura popular y en la dimensión geográfica de los procesos culturales. Su tema favorito es la construcción de la mirada, de la modernidad a la posmodernidad.
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