En el fin de semana del Día Mundial del Teatro, aquí una almeriense que, a pesar de su juventud, lo ha sido casi todo en el oficio. Actriz, directora, gestora cultural, programadora y profesora de artes escénicas, Gemma Giménez vio frustrado su anhelo de capitanear las Jornadas de Teatro del Siglo de Oro a causa de la pandemia. Sin embargo, tal y como desvela en esta entrevista, esta primavera tendrá la oportunidad de brillar como se merece.
Está al frente del Aula de Teatro de la Escuela Municipal de Música y Artes de Almería, EMMA, y tiene entre sus logros haber trabajado a las órdenes de Benito Zambrano en 'La voz dormida' y haber sido el alma máter del proyecto MicroTeatro Almería.
¿Su faceta de actriz le ha tentado a la hora de fingir en determinadas situaciones?
En muy pocas, pero sí me ha salvado de alguna situación incómoda. Digamos que tengo la sensación de que ser actriz me ha permitido poner una cara más amable de lo que me apetecía en alguna ocasión.
¿Cuál es ese trabajo que pagaría por retirar de circulación?
Todos los trabajos me han aportado cosas aunque es cierto que hay experiencias de mi pasado actoral que no están grabadas y mejor. Tengo un recuerdo que eliminaría incluso de mi memoria en una feria avícola en la que actuamos para pájaros porque había poco público humano. (Risas).
¿Qué le ocurre a una ‘teatrera’ cuando se ve despojada de público y escenario como ha pasado con la pandemia?
Te reinventas. Hace ya tiempo que no estoy subida a un escenario, pero que sigo vinculada al teatro desde el otro lado. En la pandemia, cuando me vi despojada de mi motor creativo, puse a mi familia a montar una versión feminista de ‘La ratita presumida’. Yo me dediqué a dirigir y a hacer vestuarios, decorados. Mi marido era ayudante de dirección y mis hijos ensayaban.
Imparte cursos sobre cómo hablar en público. ¿Imagina a la gente desnuda como le ocurría a la protagonista de la serie de los 90 ‘Blossom’?
Eso la verdad es que no, y mira que he estado expuesta a hablar en público desde pequeña. En el típico festival de fin de curso en el que me estaba preparando como bailarina, me dieron la noticia en el último momento de que, en lugar de bailar, presentaba. Fue un jarro de agua fría, pero despertó ciertas inquietudes. Mis recursos son estudiar, estudiar y estudiar y beber mucha agua. Para mí es importante sentir que el texto no es un problema, interiorizarlo me permite ser libre.
Cuando un actor tiene que llorar en una escena, ¿en qué piensa?
Depende de cada intérprete y sus técnicas de trabajo. Está la memoria personal afectiva en la que el actor bucea en sus recuerdos, otros lloran de forma mecánica casi como un clic y luego el mentol; te pones unas gotitas y listo. Cuando hice culebrones, llegué a probarlo. Al ponerme a las órdenes de Benito Zambrano, me tuvieron dos horas llorando en un rincón antes de salir a rodar mi escena. Me dijeron ‘piensa qué le dirías a una persona de la que tienes que despedirte porque no la vas a ver nunca más’. Y vaya si funcionó.
¿Y al interpretar una escena de cama?
Mi experiencia ha sido siempre con equipos reducidos para crear intimidad. Se ponen en juego temores: desde estar expuesta físicamente a hacerlo emocionalmente. Pero al final son escenas muy técnicas y si te toca un compañero generoso, no hay problema.
Y atractivo, supongo...
Hombre, siempre facilita las cosas. Hablamos de química, de piel con piel.
La pandemia impidió su idilio con las Jornadas de Teatro del Siglo de Oro. ¿Tendrán una segunda oportunidad?
Sí, y espero que esta segunda parte sí sea buena. Estamos trabajando con toda la ilusión que teníamos guardada para hacerlas en mayo.
¿Cómo es recorrer la EMMA este curso?
Se nota que hay menos alumnos, porque cada uno tiene sus propias circunstancias a pesar de que estamos en un entorno seguro. Pero los que están, lo viven como un momento de alivio, de escapar de la realidad que nos rodea.
¿Dirigir a actores que llevan mascarilla es un hándicap?
Me está sorprendiendo, porque de repente se ponen en juego recursos que permanecían escondidos: la mirada, la expresión corporal, la voz que se proyecta más. Se puede sacar algo positivo.
¿Piensa qué habría sido de su carrera si se hubiese quedado en Madrid?
Inevitablemente, pero estoy desarrollando unas facetas profesionales que me satisfacen mucho. Pienso en volver a los casting y me acuerdo de todo lo que me hizo tomar la decisión de venirme. El que me convenció de volver fue mi marido, que es madrileño, y aunque al principio no me gustó la idea, ahora le doy las gracias. En Almería hay mucho por hacer.
Si montase una obra con talento almeriense, dígame tres nombres que estarían en su equipo sí o sí.
A mí lado querría a mi compañera de batallas María García Alarcón, ya sea como actriz, ayudante de dirección o jefa de prensa. Si fuese una obra de teatro clásico, me dejaría asesorar por Antonio Serrano, por su peso literario y como fundador de las Jornadas del Siglo de Oro. También contaría con Adán Torres, que firmaría la escenografía. Solo con esos tres nombres saldría algo súper potente.
Y un cuarto, la profesora Isabel Giménez Caro, que ha sido todo un descubrimiento para mí. Estaría como actriz y como asesora de textos por los profundos conocimientos que tiene.
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