Los autores de ‘Versos veganos’ aseguran que no había ningún propósito concreto detrás de este proyecto. Que fue cosa de la pandemia y de un anecdótico hallazgo en el frigorífico. El cadáver de una pizza, al parecer. Dicen Antonio Jesús García y Antonio Jesús Morata que detrás de esta primera incursión de ‘Producciones descerebradas’ no hay otra cosa que sinergias y recuerdos de resacas congeladas en tiempo real, editadas por José María Parra. Con estos argumentos explicaron este trabajo, sus propios coautores, introducidos por Carmelo Villar, camarada inquebrantable del neón y el Jack Daniel’s, con décadas de distancia que no pesan.
Sin embargo, daba la sensación de que había mucho más detrás de este volumen.
Antonio Jesús García, fotógrafo, articulista y -mal que le pese el término- activista cultural que es una cursilería de nuestro tiempo que en los ochenta habría costado una catarata de carcajadas. Y Antonio Jesús Morata, dibujante crónico, incurable. Compañero en aquellos fanzines de cuando cultura estaba de vuelta de todo y había que comenzar a “inventarla” de nuevo. O a destruirla definitivamente. Ellos, siendo dos, fueron los ochenta. ‘Versos veganos’ es también los ochenta, en estado puro, sin filtro. Sin concesiones, porque esta década de sinergias heroicas y resacas lúcidas no precisa argumentos antropológicos ni tesis doctorales. Todo se puede plasmar convirtiendo en un héroe de comic a un poeta urbano que atrapó los desvaríos de una generación que estrenaba la libertad sin tener que pagar una tarifa plana ni registrarse con una clave para fingir la estupidez ajena.
Che y Elmo descartan la nostalgia aunque estén hablando de hace treinta años a la canal. Los ochenteros no son nostálgicos ni conservan consignas como si fuesen mantras. Por eso, ellos han elegido a Antonio Vega para convertirlo en protagonismo de una poesía inmediata, perfumada de tierna ironía y de cierto aroma a whiskey de Tennessee. Y la canción ‘La chica de ayer’ a la que no le cuadra eso tan recurrente de llamarla “un himno” .
Mejor considerarla munición para la libertad creativa y el derecho a entrar en todas partes con la misma resolución que en aquellos antros de la movida almeriense. Aquellos santuarios sin mártires ni comuniones con piedras de molino. Camuris, Casablanca, Cairo, Garaje Central. Lugares donde se podía experimentar” el placer de hacer lo que querías hacer”, como dejó sentado Che en la presentación de esta originalidad en forma de poesía gráfica.
Como un fogonazo, la presentación de ‘Versos veganos’ terminó con el recuerdo de un tema de Sendero luminoso. Quizás el grupo almeriense más representativo de los ochenta por muchos conceptos, con permiso de Amor de madre y de otros. Carmelo Villar a las cuerdas y Juan Manuel Cidrón entretejieron las notas de ‘Romance en Marrakech’.
Todo sigue donde estaba. Antonio Vega, los ochenta, la libertad, el irreductible espíritu creativo, las resacas. Incluso, las sinergias en su sentido más auténtico. Esto es, antes de que este concepto se convirtiera en jerga de coach y predicadores del liderazgo empresarial.
‘Versos veganos’ es bastante más saludable que la pseudo dieta de nombre semejante.
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