Exposiciones como 'Lecciones de Cubismo, Joaquín Peinado, dibujos y grabados', inaugurada en la sala multiusos de Unicaja, en el Paseo de Almería, son un bálsamo en estos tiempos de pandemia. Hace tan solo unos días, comentaba Claudio Magris en una entrevista que esta pandemia cambiará el mundo más de lo que lo hizo la segunda guerra mundial. Ojalá sea así. Como él también Joaquín Peinado (Ronda, 1898- París 1975) padeció la penuria y la confusión de la guerra… pero volvamos atrás, hasta 1918, cuando el joven rondeño llega a Madrid para estudiar en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Cecilio Pla y Romero de Torres son sus profesores y como es un alumno aplicado veranea en la residencia de paisajistas del Paular, allí conoce a Benjamín Palencia y a Sáenz de Tejada, pero con quien tiene mas relación es con la gente de la madrileña Residencia de Estudiantes: Buñuel, Maruja Mayo, Moreno Villa o Dalí. A finales de 1923 Peinado decide marchar a París para continuar sus estudios. Pronto la estela de Picasso, pero también la de Juan Gris, se hace visible en sus bodegones neocubistas, tan bien pintados y concebidos desde una libertad creadora que reivindica el propio autor. Peinado mantendrá una estrecha amistad con el genio malagueño que durará casi medio siglo. Lástima no poder ver en esta exposición alguna obra de aquella época, por ejemplo Bodegón, 1925, que elogió el propio Juan Ramón Jiménez: “Peinado: Picassiano, pero con el gran talento de parecer personal…”.
Aunque nuestro artista se ha integrado en el ambiente parisino, junto a Viñes, Manuel Ángeles Ortiz, Cossío, Bores, etc., ese grupo que conocemos como pintores españoles de la Escuela de París, seguirá muy de cerca lo que se hace en España, de hecho regresa a nuestro país en varias ocasiones. Participa en 1925 en la exposición de la Sociedad de Artistas Ibéricos, y forma parte de la troupe que representa en Amberes el Retablo de Maese Pedro, de Falla, con dirección escénica de Buñuel, con quien más tarde también colabora en Un perro andaluz y en La edad de oro. Ahí acaba su faceta teatral y cinematográfica, porque Peinado ha sido siempre pintor, incluso durante ese tiempo de silencio en los años de la guerra civil española y en la segunda guerra mundial. Pocas obras quedan de ese periodo, de 1936 a 1944, alguna acuarela como Figura cubista con paloma, de 1940, elegida como imagen de esta exposición, o pequeños trabajos publicitarios que tienen el encanto de la fina mano del artista, y algún que otro dibujo como Desnudo femenino, muy pos-picassiano, incluidos también en esta muestra.
Después de la guerra Peinado retoma la pintura haciendo de nuevo bodegones en los que destacará el contorno de los objetos con una gruesa línea de color negro, reforzando así su presencia en la composición. Ese mismo trazo aparece en varios cuadros donde el tema es el de los viejos edificios de Montparnasse, remarcando puertas y ventanas, y los tejados con sus peculiares chimeneas. Cuadros que sin duda Francisco Alcaraz, nuestro indaliano más afrancesado, tuvo que ver poco tiempo después de llegar a París, porque también él los pintó influenciado por la obra de su amigo. La amistad que mantiene con Peinado la dimos a conocer en el texto del catálogo de la exposición Francisco Alcaraz, el mundo de un pintor, 2014, que comisarié con Gádor Sánchez Barazas para la Diputación de Almería, incluyendo dos cartas que en 1968 Peinado le escribe al almeriense, agradeciéndole su ofrecimiento para ayudarle con los preparativos de la que será su gran exposición de 1969, organizada por la Dirección General de Bellas Artes, el reencuentro del pintor con España.
Pero quisiera destacar lo que a mi juicio caracteriza el estilo de Peinado, lo que identifica su obra y la hace reconocible, ya desde principios de los años 50, una geometría esbozada como medio de representar el mundo, ya sean paisajes, figuras o bodegones. La línea superponiéndose al color, o bajo él, pero siempre construyendo formas, más cerca o más lejos de las propuestas neocubistas al uso pero inevitablemente recordándolas. Una de las etapas más interesantes de Peinado, bien representada en la sala de Unicaja, es la mejicana, donde ya es visible su estilo. En aquel Méjico, de mediados de los años 50, Peinado vuelve a reencontrarse con sus viejos amigos españoles en el exilio. Vale la pena una visita a esta exposición solo por ver esos paisajes urbanos de Méjico, del año 1954 y 1955, lo mejor de estas “ Lecciones de cubismo”. Lástima que no se hayan seleccionado algunos óleos como en el año 2008, con motivo de la exposición en el Museo de Almería. En aquella ocasión se reunió toda la obra, propiedad de Unicaja. Creo que hubiera ayudado, a los que no conocen a Peinado, a valorar la importancia del artista.
Peinado sigue pintando y exponiendo, individual y colectivamente, en distintas ciudades europeas y españolas. Vive como pintor, un artista con gusto, y buena mano, especialmente elegante en la composición, y en el color, en su manera de pensar y hacer la pintura, haciendo realidad aquel lema suyo de pintar bien. Su obra, con los años, se va haciendo cada vez más esencial. Recuerdo sus vistas del puerto de Honfleur, en el Norte, donde un siglo antes estuvo Courbet, y después Monet y otros impresionistas. Al español le gustaba pintar esos temas marítimos tal vez recordando su juventud mediterránea. Luego irá despojando progresivamente sus lienzos de la vieja geometría que utilizó para representar el mundo, haciendo más sutil la paleta de colores, hasta eliminar la geometría. Llegado ahí predomina el color en su obra, en esas marinas, muy desnudas, que pinta a la acuarela, de una levedad que trasmiten paz, la del mar en calma que contempla en sus últimos años. Paisajes a la acuarela que finalmente casi mimetiza en sus oleos a la búsqueda de aquella misma transparencia. En estos dibujos y grabados que pueden ustedes ahora contemplar en “Lecciones de cubismo” está el origen de sus grandes obras. Vayan a verlos, la sutileza del pintor les sorprenderá.
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