Creo que fue un martes por la noche, hace mucho tiempo, cuando mi hermano Carlos y yo estábamos como cada semana delante del televisor esperando el programa de música clásica de Canal Plus. Suena a frikis, y puede que lo fuese un poco porque éramos muy jóvenes, pero la verdad es que cada mes esperábamos impacientemente la llegada de aquella maravillosa revista mensual para abonados, con toda la programación para poder seleccionar lo que nos gustaba y programar el vídeo para grabarlo.
Aquella madrugada no programamos nada porque íbamos a verlo. Un recital de un pianista con nombre ruso. Recuerdo que el presentador hizo un prólogo llamativo, pero, en fin, forma parte de su trabajo vender bien al protagonista ¿no? Pero cuando ese señor se sentó y comenzó a tocar, no pasaron más de tres trinos de la música de Rameau cuando mi hermano y yo nos miramos diciendo: ¿Dios mío, qué es esto? y de un salto cogimos la primera cinta de vídeo que estaba al alcance para grabarlo. Tenías que agarrarte con fuerza al reposabrazos, como si estuvieses subido en la montaña rusa (nunca mejor dicho). Era de locos, una energía y una mecánica que yo solo había sentido en parte con un pianista español que tampoco fue tan conocido como debiera. Hablo de Esteban Sánchez, otra fuerza de la naturaleza. Pues bien, se trataba de la sublimación de todo, del arte, de la música, del ser humano. Por fin, llegó Sokolov a nuestras vidas.
Pensé que al ser yo guitarrista, probablemente Sokolov ya era muy famoso y no lo sabía, pero no, mis compañeros pianistas del conservatorio tampoco lo conocían.
Esa cinta de VHS se la pusimos a todo aquel que pudimos, amigos, familia, músicos. Nos juntábamos en casa como si fuésemos a ver el estreno de 'Superman' (también nunca mejor dicho), y creo que nuestra satisfacción era ver sus caras al escuchar y ver semejante obra de arte.
La vida continuó, por suerte, y en el año 2000 tuve el placer de ser director artístico del I Certamen Internacional de Guitarra Clásica Julián Arcas, organizado por Jerónimo Molina y un servidor como parte de la obra social de Cajamar. Después del éxito de la primera edición, yo tenía la intención de que este certamen no fuese otro festival de guitarra típicamente endogámico, sino que fuese un lugar de encuentro entre la guitarra y el resto del mundo de la música. Pensaba que la tierra natal de Julián Arcas y Antonio de Torres, los grandes genios de la historia de la guitarra, sería el lugar perfecto para que nuestro instrumento alcanzase las cotas más altas compartiendo cartel con los artistas más importantes del mundo en otras disciplinas. Es por esto que quería invitar al certamen al clavecinista Ton Koopman, y al contactar con su oficina en Holanda me reenviaron a su agente en España, Enrique Subiela.
Llamé a Subiela con la inocencia de un veinteañero entusiasmado, sin percatarme de que podía parecer algo un tanto extraño. Un chaval de Almería que llama para contratar a una estrella de la música antigua en un festival de guitarra, suena cuanto menos raro. Pero la cuestión es que Enrique se dio cuenta rápidamente que esto no era una broma, ni un loco (o al menos un loco peligroso…), sino que iba muy en serio y tenía un vasto conocimiento de música y del panorama de la industria. Tras casi una hora de conversación, no era posible traer a Koopman por temas de agenda y logística, pero Enrique, con gran inteligencia me dijo: “Llevo a un pianista que no es famoso pero creo que te puede gustar”. Yo le contesté: "No será Grigory Sokolov". "¿Lo conoces?", dijo asombrado, y entonces le conté todo lo sucedido.
Así que Sokolov vino por primera vez a Almería, y probablemente a Andalucía, el 3 de junio de 2001. Recuerdo que me preguntaba por todo como un niño curioso, cosas como el porqué del nombre del Hotel Torreluz y otras preguntas trampa a modo de juego. Le preguntó a Enrique por qué tocaba en un certamen de guitarra, y después de responderle le felicitó con gracia e ironía por haber tenido la habilidad de vender a un pianista en un festival de guitarra.
Aquel día, también un domingo por la tarde, Sokolov nos hizo soñar. Nos enseñó que no debe haber distinción entre lugares, que no hay ciudades de primera y de segunda y que en todo caso, Almería en este momento era de primera y marcaba tendencia. De hecho, invité al director del prestigioso Festival de Música y Danza de Granada al concierto, y obviamente al año siguiente hizo lo mismo en un concierto que los granadinos también recordarán para toda la vida. Porque nadie de los presentes podrá olvidarlo, como nadie olvidará el concierto de Sokolov en el mismo lugar este domingo 23 de mayo, veinte años después.
Este concierto lo puedo catalogar sin vacilación del mejor concierto que he visto y que probablemente veré en mi vida. Se acabaron las bromas, como cuando hace diecisiete años en una comida con el famoso empresario musical Alfonso Aijón, dije que Sokolov era el mejor intérprete del mundo, y él contestó que “no estaba mal como pianista, pero que no tenía la dimensión musical y artística de Baremboin”. Lo siento Alfonso, el tiempo me ha dado la razón o mejor dicho, se la ha dado a Sokolov ya que él no juega a esta banalidad de quién es mejor y cuál tiene el caché más alto, porque mientras discutimos la cuestión, sacrifica su vida entera por nosotros para que podamos llorar como ancianos o reír como niños al escucharlo.
Y hablando de llorar, en este concierto lloramos más y reímos menos. Desconozco el motivo, pero lo que sentí es que se ha ido despojando más y más de cualquier tipo de artificio para quedarse con la esencia. La profundidad era de tal magnitud que se hacía difícil de soportar, era como si alguien te estuviese mostrando todas las maravillas y miserias del mundo al mismo tiempo. Dios mío, era posible ir más allá…
Así que, por favor, intenten no perder más tiempo y vayan a ver a este hombre. Busquen en internet y compren las entradas en el lugar más cercano antes de que otra pandemia mundial nos deje sin conciertos.
Gracias de corazón a la Asociación Classijazz por haber organizado el evento. Gracias Pablo Mazuecos y demás locos de Almería. Sí, como lo oyen, los dos conciertos han sido iniciativas privadas. Así que, ya que el Certamen Julian Arcas descansa en paz, larga vida al Classijazz porque si muere no nos quedará casi nada.
Y gracias Grigory Sokolov, te esperamos dentro de veinte años más.
Juan Francisco Padilla es guitarrista.
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