El 23 de abril Alberto Campo Baeza, Premio Nacional de Arquitectura (2020), participó en un encuentro online organizado por el Colegio de Arquitectos. La trayectoria profesional de este arquitecto y su relación con Almería daría para varias entrevistas. Campo Baeza es coautor del proyecto de la Universidad Laboral que el Ministerio de Trabajo encarga a Julio Cano Lasso (Madrid 1920-1996) en El Alquián, uno de los edificios modernos más interesantes de Almería, no son muchos los que tenemos, pero desconocido para la inmensa mayoría de los almerienses.
Campo Baeza es también coautor de la remodelación de la plaza de la Catedral donde, aún sin sombras, siguen jugando los niños. Uno de los lugares, desde mi punto de vista, más bellos de Andalucía, pero, por favor, no lo difundan, que no pase como con las playas de Cabo de Gata, ustedes ya me entienden. A su maestro, Cano Lasso, estoy seguro que esta plaza le hubiera gustado, es sobria y elegante, y de una modernidad que contrasta con ese aire oriental que hubiera fascinado al mismísimo Théophile Gautier.
En ese artículo de LA VOZ, Campo Baeza reconoce que cuando trabajaban en el proyecto de la Universidad Laboral, en el año 1971, él “era un mocoso y, con una generosidad extrema, Cano Lasso me hizo firmar y cobrar como un arquitecto”. Mucho significan estas palabras, y refrendan la coherencia de estos dos arquitectos que consiguen sin alejarse de la realidad mantener a salvo su ética, una palabra tan frágil como el cristal.
Cano Lasso reflexiona sobre la arquitectura, el significado de modernidad, y el progreso de esta ciencia. Un progreso que a su juicio estaba más cerca de “las ideas y valores que promueve que en la novedad de las formas”. Lo pensaba ya en el año 1989. Frente a macro proyectos arquitectónicos, con todo el boato exhibicionista, prefería una arquitectura respetuosa y en armonía con la Naturaleza. Ante la desmesura del artificio y la tecnología “el orden noble de los valores que deben traducirse en logros del espíritu”. Para Cano Lasso los arquitectos debían interesarse por el humanismo y la estética porque son la esencia misma de la arquitectura, determinantes ahora en un mundo urbanizado y tecnológico. Hoy, decía “se hace un uso torpe y chabacano de la riqueza y de esa gran herramienta que es la tecnología, en una sociedad ávida de consumo y pobre de valores”.
Elisa Valero en un extraordinario libro sobre la Universidad Laboral publicado en 2008, por el Colegio de Arquitectos de Almería, destaca las influencias de Aalto, y de Luis Barragán, en Cano Lasso. En la obra de todos ellos prima ese respeto por la naturaleza y un racionalismo moderno. Para el arquitecto madrileño era fundamental la relación ciudad-paisaje, teniendo que buscar correspondencias entre el espacio habitado y la Naturaleza. Cuando realizó sus proyectos en Toledo y Santiago de Compostela, su mayor preocupación era que las construcciones se integraran en el paisaje urbano. La arquitectura de las ciudades históricas ha humanizado el paisaje, y por lo tanto, son un elemento que debe condicionar cualquier actuación sobre ellas.
Esa dialéctica entre edificio y lugar se tiene en cuenta en el proyecto almeriense. En un espacio desnudo y árido, encendido por el sol y barrido por los vientos, situado entre el Barranco del Charco, el aeropuerto y la vieja carretera a Almería, en el campo del Alquián, Cano Lasso proyecta un edificio, la Universidad Laboral, que respeta los elementos paisajísticos del entorno que le son propios. “La arquitectura nunca es un hecho aislado aunque esté en pleno desierto”, afirmaba. Además del entorno natural este maestro de arquitectos y referente para futuras generaciones, tiene en cuenta la idiosincrasia de las construcciones populares, una arquitectura sin arquitectos, y concibe un gran edificio, que puede considerarse una ciudad, y que parece que está ahí desde el origen de los tiempos.
Cano Lasso fue capaz de hacer dialogar la tradición de la arquitectura popular andaluza y mediterránea con otra puramente racionalista. Con un clima soleado y un paisaje caracterizado por su sequedad, con una luz cegadora y vientos y tierras en suspensión, tenía que construir un “edificio cerrado hacia el exterior y abierto hacia infinidad de patios interiores matizados por toldos vegetales”. La idea nuclear de esa ciudad es una gran plaza central porticada, resultado de “dos pares de ejes que se cruzan perpendicularmente”, un espacio de confluencia y por tanto de reunión que por nuestro buen clima se pensó que podría utilizarse como un gran salón de actos.
El arquitecto definía su proyecto de Almería como “un juego de volúmenes geométricos, de muros encalados, de alternancia entre espacios abiertos y cerrados, de luces matizadas por toldos vegetales y abundancia de claraboyas, todo ello dentro de una poética racionalista”. Algunas de estas propuestas resultan familiares porque surgen de la arquitectura vernácula, la que hemos visto en tantas construcciones del sur. Una arquitectura conocedora del medio y por ello adaptada a él, pero reinterpretada desde una modernidad que aún hoy nos sorprende.
Cano Lasso, junto a sus colaboradores Alberto Campo Baeza, Miguel Martín Escanciano y Antonio Más Guinda, crean un edificio de una estética austera, en las formas y también en la elección de los materiales utilizados en la construcción. La impronta del maestro es visible en este edificio, en su concepción de los espacios vacíos como reminiscencias, me atrevo a decir, de un pensamiento ascético. Otro ejemplo de ello es su consideración de los materiales, para él tenían valor por su funcionalidad, y su correcta utilización, y no por su nombre. No era mejor el acero que la madera, la piedra o la arcilla. Lo importante es cómo se utilizan y para qué. Pero lo que sí le preocupaba era cómo envejecían los materiales, porque sus ojos miraban más allá del horizonte, y porque sabía que el tiempo lo deteriora todo. Los encalados del sur, ¿no sirven acaso, para rejuvenecer el rostro de nuestras casas?
Su gusto, su sensibilidad, lo acercan también al diseño del mobiliario y a las bellas artes. La influencia nórdica es visible en algunos elementos del mobiliario que formó parte de este edificio, donde actualmente se ubica un Instituto de Educación Secundaria, el IES Sol de Portocarrero, y la Residencia Escolar Carmen de Burgos. Y como en aquellos años 70 la abstracción española gozaba de buena salud llenó la Universidad de arte, empezando por una gran escultura de Gustavo Torner que recibe al visitante y una serie de obras de artistas abstractos, vinculados al Museo de Arte abstracto español de Cuenca, renovadores de la pintura española, y que como él modernizaron nuestro país.
Sin duda, la colección de arte de la Universidad Laboral daría para otro artículo. Sólo espero que la declaración del edificio como Bien de interés cultural (BIC) garantice su larga vida, y los fondos necesarios para su mantenimiento. Tal vez algún día pueda ser la sede de un futuro museo de arte moderno. Roberto Puig, a quien Campo Baeza recuerda cuando se refiere a Mojácar, ideó un Museo de arte moderno para un viejo y abandonado castillo de Vélez Blanco, que incomprensiblemente entonces nadie miraba. Aquello fue solo un sueño. Quizás en ningún lugar mejor que en la Laboral podría ubicarse este Museo, el edificio es ya de por sí una obra de arte.
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