Se presentó el libro Antonio Rodríguez Lozano, editado por Arráez, con aportación de familia, compañeros y críticos de arte en Garrucha donde su padre fue médico durante el periodo 1958-1983.
Antonio Rodríguez Lozano (Cantoria, 1955-2020), licenciado en Filosofía y Letras, perfeccionó su inglés con vistas a las oposiciones que superó en 1982. Fue profesor en Cartagena y aquí conoció a la profesora de Lengua y Literatura, Celia Briones Perona, con la que contrajo matrimonio, en 1986, amistad que jamás se quebró. Tuvieron un hijo, José, nacido en 1988, ingeniero de caminos que trabaja en la actualidad en la división internacional de Endesa en París. Su carrera de profesor concluyó en el IES de Garrucha. “Asentados definitivamente en Garrucha y ya con la tranquilidad necesaria para que pudieran aflorar manifestaciones culturales, en 1991 Antonio se aficionó a la pintura.
No se sabe que influencia pudieron tener en esta decisión dos pintores, compañeros suyos en el instituto, que conoció en su etapa como docente en Cartagena y con los que tuvo bastante amistad. Uno de ellos fue Antonio Barceló Ballester con el que mantuvo largas conversaciones sobre arte, y el otro Enrique Nieto que lo acercó al universo pictórico de Ramón Alonso Luzzi, su gran influencia.
Aprendizaje
Tuvo un primer periodo de aprendizaje con el pintor Clemente Gerez, en una época en la que eran asiduos del estudio del maestro garruchero artistas como: Haro Navarro, Luz Márquez y Margaret Espeland entre otros, para después volar sólo. En 1994, fundó junto a Antonio Bujalance Cubillo y Federico Moldenhauer Carrillo el Colectivo Almagrera, al que se unieron otros artistas y con el que mostró sus obras en varias galerías.
Tras exponer en Almería, Murcia y Madrid, entre otros lugares, dejó de pintar en 2006. El motivo principal fue que otras aficiones pasaron a ocupar su tiempo libre, concretamente la numismática y la arqueología. En 2019 volvió a retomar los pinceles, animado por el arquitecto José Luis R-Noriega en cuyo estudio pintó en esta última etapa. En pleno encierro por la pandemia del Covid 19, le diagnosticaron la enfermedad que unos meses más tarde acabó con su vida, privándonos de su siempre entrañable compañía. Sirvan estas letras como recuerdo del amigo que se fue demasiado pronto. Hasta siempre Antonio”, es un texto biográfico, resumido, de Federico Moldenhauer Carrillo que aparece en la obra homenaje.
Para el escritor garruchero, José Siles Artés: “Era pintor. Poseía la grandeza propia de humildad… “Me asombró su asombrosa facilidad para recrear y refundir luz y color”. Su humildad hizo que su obra se diera a conocer menos de lo que merece, afirmó Jaime del Val: “Sería incorrecto asociarlo a corrientes del pasado porque lo que en él se manifiesta es un nuevo arte que sobrepasa el color y las dicotomías figurativo-abstracto, impresionista-expresionista, para crear campos de movimiento múltiple y vibración, de una luz-color fragmentada de modo vibratorio, con ritmo sin forma, potente, fresco, informe y ajeno a las modas. Insólita explosión atemporal en medio de la comarca del Levante almeriense”.
El hijo del médico
El periodista y escritor Manuel León: “Toda la vida le persiguió a Antonio el sobrenombre de ‘el hijo de don José el médico’. Eso tienen los pueblos, que todo el mundo te conoce por el padre o por la madre. Pero él, tímido e introvertido, lo llevaba bien. Ser hijo de una eminencia local a veces es un paraguas, a veces una vara de medir. Vivió casi toda su vida en uno de los mejores lugares del mundo: enfrente del Malecón, enfrente de la playa, viendo a las vacas entrar por la bocana por la tarde y a las traíñas encender el bote lucero de madrugada entre las olas. En ese paisaje marino y en ese aroma a algas fue creciendo Antonio, en una de esas casitas de Amando Roca, donde su padre José Rodríguez y su madre María Lozano formaron un hogar, donde su progenitor instaló su consulta médica, donde íbamos los niños cuando se nos desgobernaba un hueso”.
El editor y profesor, Juan Grima, narra un amplio y detallado perfil humano sobre la amistad y colaboración repleta de lealtad a un artista al que compró un cuadro que retrata el paisaje de Mojácar. “El año 1996 fue clave en nuestra amistad. Aquel año tuvo diversos acontecimientos en los que interactuamos. En primer lugar, de unas reuniones entre miembros del Colectivo Almagrera (en particular Federico Moldenhauer) y yo mismo, como representante de la editorial Arráez, se vio la conveniencia de crear una revista de ámbito comarcal que sirviera para divulgar y dar a conocer nuestra historia, pero también el manantial artístico que en aquellos momentos brotaba en nuestra comarca. Antonio gozaba y era feliz con ese continuo aprendizaje de la cultura y la numismática hispano-árabes. Y lo mismo de su saber de las monedas púnicas de Baria (Villaricos), pues poseía en su colección una rareza poco usual, como es una Tanit de tipo clásico de las que existen solo dos o tres ejemplares conocidos. Sobre todo, su gran interés fue el aprendizaje –con gozo y deleite– de una cultura como la de Al-Andalus, que amaba con pasión”.
El periodista de Canal Sur Radio y Televisión Joaquín Amérigo Segura lo recuerda como una persona entrañable, conversador: “Vivía intensamente esos ratos maravillosos en la puerta de la casa de su madre en el Malecón de Garrucha. ¡Qué pena que te fuiste tan pronto para mí! Porque yo he sido el ultimo que llegó a tu familia y por consiguiente la persona que menos tiempo he tenido para saborear y vivir intensamente tu calidad humana. Eres el primer golpe duro que he sentido en mi nueva familia y te aseguro que me he quedado tocado porque siempre echaré de menos las charlas futboleras contigo y tu hermano”. La conclusión del profesor Tomás Ruiz es otra lección de vida que le dejó Antonio Rodríguez: “No enfadaros por cosas vanas, disfrutad mucho de vuestros hijos y darle importancia a las cosas realmente importantes que la vida se pasa en un tris”.
La alcaldesa María López inauguró una exposición que se prolongará hasta el 15 de agosto y concluyó el acto con Antonio Gallardo que interpretó canciones al piano. Garrucha imprime carácter. Se entregan con los suyos desde la corporación hasta el último vecino.
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