Hace 37 años que Manuel Siles murió de un derrame cerebral sin saber que, tanto tiempo después, la Universidad de su provincia le iba a publicar su obra cumbre -Crónica de Tartesa- la que nadie quiso editarle en vida; han pasado casi cuatro décadas desde que dejó de escribir sus historias en la Olivetti y uno tiene la certeza compartida por muchos de sus lectores de que este almeriense nacido en Santa Fe de Mondújar en 1921 ha sido el narrador más desdeñado por sus propios paisanos: de treinta novelas que urdió, tan solo le publicaron tres en vida (Amor Prohibido, Tentación y La Bestia) y cuatro póstumas (Clase piloto A, El gran triunfo de Marcos Calderón, Alitur y Las Cuevas del Cementerio) por el empeño tenaz de su viuda.
Uno no puede dejar de recordar con emoción a Guadalupe Lucas, con una cartera de cuartillas mecanografiadas yendo por redacciones y editoriales abogando por la calidad literaria de su esposo. Pocas veces se ha podido encontrar semejante grado de lealtad, de amor al trabajo legado, de respeto a la memoria del marido muerto como el de aquella perseverante Guadalupe.
Ya no está la almeriense vinculada a la familia de Almacenes La Llave, pero debería haber estado por lo menos esta tarde para ver cómo en el Castillo de Garrucha, el pueblo adoptivo de Manuel, presentan por fin Cronica de Tartesa, ese manuscrito que ella tanto paseó con orgullo de mujer enamorada de un lado para otro.
Manuel Siles era almeriense, pero sobre todo y con permiso de Santa Fe, garruchero. Allí creció, pandilleó y se trazó un proyecto de vida; allí conoció la amistad de muchachos como Ginés Moreno, sobrino del cura, Diego Garrido, hijo de Tejidos La Catalana, Emilio Moldenhauer, hijo del farmacéutico don Federo, Pepe Fernández, hijo de un tendero o Gregorio Fuentes ‘el de la perra gorda’, allí fumó sus primeros cigarrillos leyendo a Tolstoi en el ventanal de su casa del Malecón; allí fue al colegio y al Instituto de la República que se acababa de crear en Cuevas y en el que fue alumno del insigne catedrático Manuel Blecua.
Su padre, Juan Siles, fue una institución en la Garrucha de las primeras décadas del siglo XX: fue concejal republicano, maestro, el primero que hizo ondear la bandera tricolor en la Escuela Graduada y profesor de Orientación Marítima. Su madre, María Artés, fue maestra en El Cantal de Mojácar, al tiempo que criaba a siete hijos. Después de la Guerra se hizo maestro Manuel y su primer destino fue Villaricos. Pero su verdadera inclinación fue siempre la literatura. Su sueño fue convertirse en novelista profesional, aunque nunca pudo lograrlo. Durante cuatro años, en la década de los 60, fue finalista del Premio Nadal y de otros certámenes literarios. Siempre se quedaba a las puertas Manuel. Mucho apretón de manos mucho golpe en la espalda, pero nada más.
Ningún escritor almeriense ha dejado tanto escrito como él y uno intuye que le faltó un padrino para publicar, a pesar de las felicitaciones que continuamente le llegaban. En La Granja Balear leyó algunos textos de sus novelas inéditas y fue un indaliano, José Andrés Díaz, uno de los que más creyó en su talento.
Hoy por fin sale a la luz Tartesa, su Tartesa, un topónimo que no es otra cosa que Garrucha y un personaje, Juan Landín, que bien podría ser él mismo; hoy por fin se hace algo de justicia -37 años después- a este valioso almeriense de las letras, gracias, sobre todo, al empeño personal de su familia, del editor José Heras, de Unicaja y de la UAL. Nunca es tarde.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/5/vivir/221657/manuel-siles-trae-cronica-de-tartesa-37-anos-despues-de-su-muerte