El diseñador Daniel Cerdán (Almería, 1981) se crió entre La Fuentecica, de El Quemadero, y Rambla Alfareros, donde sus padres regentaban un bar, Parrilla Almería, en el que él siempre jugaba con sus pequeños ponys. A los cuatro años descubrió que quería dedicarse a la moda y a las 20 se trasladó a Madrid, donde enseguida fue forjando un estilo propio.
A partir de ahí, su ascenso fue fulgurante: ha trabajado con Elio Berhanyer, ha visto desfilar sus creaciones por la pasarela Cibeles y la London Fashion Week, ha vivido cómo algunas de sus prendas se convertían en betsellers de Zara y ha expuesto en el Museo del Traje de Madrid. En la última década, ha impulsado desde Londres su propia marca de ropa exclusiva cuya primera colección presentó en París y ha sido director creativo de una multinacional con sede en Estambul. Con todo ese bagaje en la mochila, al fin ha llegado el momento de que vuelva a casa.
¿Cómo descubrió que quería dedicarse a la moda?
Cuenta mi madre que, siendo niño, pusieron ‘Lo que el viento se llevó’ en la tele y mi hermana, que era algo mayor, no aguantó y se fue a dormir, pero yo la vi entera. Tenía cuatro años y, al día siguiente, ya le empecé a decir que quería hacer vestidos. Todavía no entendía lo que era la moda.
¿Su familia apoyó la decisión?
Mis padres eran de la idea de que había que estudiar una carrera, porque pensaban que lo de ser diseñador era algo abstracto. Empecé Matemáticas y luego hice Diseño de Interiores en la Escuela de Artes, pero me acabé yendo a Madrid, donde se me abrió un mundo brutal.
Enseguida conocí a gente muy creativa y excéntrica entre la que me encontré como pez en el agua. Y, al mismo tiempo, comencé a ver la moda de manera más real, como una industria con sus entresijos. No tenía contactos, pero fui abriéndome hueco trabajando desde el primer curso.
Estando allí también me di cuenta de que era muy ignorante. Conocía a pocos iconos de la moda, tampoco quiénes eran los modistos importantes. Sin embargo, mis compañeros me veían trazando las líneas de los patrones y decían que parecía algo innato en mí.
Uno de sus primeros maestros fue Elio Berhanyer.
Sí, a los pocos meses de graduarme, empecé a trabajar con él y pensé que no se podía llegar más alto. Al tiempo, surgió la oportunidad de hacer algo para Cibeles ya como Daniel Cerdán.
¿Fue entonces cuando fundó su propia marca?
Antes de eso lo dejé todo en Madrid y me fui a Londres a trabajar de dependiente en una tienda de Zara. Allí empecé a ascender hasta que firmé un contrato para diseñar para Inditex desde Coruña. Eso marcó un antes y un después, porque me permitió tener bestsellers mundiales y ver mi ropa en escaparates lo mismo en París que en Almería.
Después, en Turquía, también trabajé con proveedores que vendían a Mango, Hugo Boss o Adolfo Domínguez. Una vez estaba en París y vi un vestido mío en el escaparate de Mango y luego llegué a Londres y me pasó igual en el de Zara y H&M. Aquel día pensé: ‘Mirá el de la Fuentecica’.
¿A quién ha vestido y a quién le gustaría ver con un Daniel Cerdán?
Han llevado mis prendas las actrices Eva Longoria, Gwyneth Paltrow, Blake Lively, Kate Winslet y Margot Robbie. Y me encantaría vestir a Kate Middleton.
Vemos en pasarela prendas algo estrambóticas. ¿La moda debe ser ponible?
Lo
que se ve en pasarela parece difícil de llevar por cómo está
combinado, pero si luego lo diseccionas, las prendas son bastante
ponibles. También te digo que el mercado del lujo es completamente
diferente al high street. Hay gente que lleva esta ropa para el día a
día y resulta de lo más normal.
Yo considero que la moda tiene
que ser ponible, pero también especial y divertida. Para mí es algo que
nos puede ayudar a expresar. En España menos, pero en Inglaterra la
gente se divierte vistiéndose. Y a mí ahora me gustaría ser mucho más
creativo, quiero enfocarme en ello aunque siga siendo comercial.
Pretendo hacer prendas que perduren en el tiempo.
¿Tuvo algo que ver la pandemia en su idea de regresar a su tierra?
Hace un tiempo me compré un apartamento aquí y mi chico, que es inglés, siempre fantaseaba con la idea de venirnos. El ritmo de Londres es terrible y las distancias enormes, quería más tranquilidad. Y mi trabajo en Estambul era muy duro también. Pero sí, la pandemia me dio el empujón definitivo, hubo un momento en que no sabía si iba a volver a ver a mi madre.
¿Y qué espera de su vuelta?
Los 30 han sido muy internacionales, pero para los 40 quiero otra cosa. Durante estos veinte años fuera, he vivido solo todo lo que me ha pasado, no he podido compartirlo ni con mi familia ni con mi gente de aquí, donde conservo a los amigos de toda la vida. Ahora necesito estar arropado por la gente que quiero.
En un par de meses quiero abrir un atelier en el centro donde recibir a clientas que vengan a encargar ropa y ver mis colecciones. Me encanta tener ese trato personalizado. Estoy muy nervioso porque siento una presión añadida, más en Almería que en Estambul. Quizá porque hay expectativas.
¿Alguien le ha dicho que regresar es un suicidio profesional?
Muchísima gente. Cuando sugería que iba a volver, mis amigos de toda la vida se mostraban encantados, pero mucha otra gente me advertía de que esto enseguida se me iba a quedar pequeño. Yo no lo creo. La idea es tener mi ciudad como sitio estratégico para viajar. Ahora por el tema del covid no me he atrevido a moverme mucho, pero en cuanto me sienta más capaz, yo creo que va a estar genial. Han sido muchos años fuera, quiero estar aquí. Embellecer la ciudad y traer alegría en la medida de mis posibilidades.
Si Almería fuera una prenda, ¿cómo sería?
Tendría el aire de las pinturas de Jesús de Perceval. Hace un tiempo empecé a diseñar una colección inspirada en su obra, en el traje de los pescadores y la ropa de las aguadoras. Faldas con volúmenes y a media pierda, tops que te permiten moverte y colores muy vibrantes.
¿Le inspira Almería?
Mi madre siempre ha sido mi mayor inspiración, es muy carismática. Ha sido el motor que ha movido a mi familia, por trabajadora y por luchadora. Yo siempre me he dicho que si tengo a esta madre que no se para ante nada, tampoco yo puedo pararme.
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