Carolina Aznar
21:28 • 27 feb. 2012
No hace falta irse muy lejos para vivir una tradición carnavalera diferente, arraigada y vivida con intensidad por parte de sus vecinos. Overa, una de las pedanías del municipio de Huércal-Overa, cuenta con las ‘máscaras de camisa’ o ‘peloteros’ que se han celebrado este fin de semana.
El origen de esta actividad no está totalmente definido, ya que se no se sabe exactamente la fecha en que comenzó a realizarse, aunque podría remontarse al siglo XVI cuando comenzó la repoblación de la zona. Una tradición exclusiva, por lo menos de momento, de hombres, pero sin edad fija, ya que se va trasmitiendo de padres a hijos y entre los participantes se pueden ver niños de cinco años a hombres de más de sesenta que continúan vistiéndose cada Carnaval.
El disfraz está compuesto por una saya o camisa blanca que va sujeta con una cuerda o cinturón ensartado de cencerros, la cabeza tapada con un pañuelo y la cara cubierta con una careta o ‘caracha’ que originalmente se hacía con plumas y pieles. El resto del cuerpo se tiñe con un tizón o con la parte trasera de una sartén. Aunque hoy día debajo de la camisa llevan la ropa interior, es muy probable que en otros tiempos no llevaran nada y de ahí el nombre de ‘peloteros’.
Ceremonia
Vestirse de ‘pelotero’ supone asumir una serie de ritos y ceremonias que conforman el significado de la tradición y que se viven en grupo. Se comienza con la comida de hermandad, donde los asistentes comen cordero y toman vino y comienzan a conectar. Es en este momento cuando los vecinos comienzan a meterse en el papel de ‘peloteros’. Posteriormente, todos se trasladan juntos a vestirse, donde los mayores enseñan a los más pequeños la manera de vestirse y el comportamiento animándose unos a otros. Los cencerros comienzan a sonar y es el inicio de una fiesta que se alarga hasta que el cuerpo aguanta.
Una vez que están vestidos, empiezan los encuentros entre peñas y las competiciones de cencerros que no dejan de sonar en toda la tarde. Son los momentos más especiales para los vecinos y, sobre todo, para los ‘peloteros’ ya que con ellos demuestran la fiereza, la fuerza y la virilidad y son muy valorados la prestancia, el tamaño y el sonido de los cencerros que los hombres hacen sonar moviendo rítmicamente las caderas.
Los ‘peloteros’ recorren las calles de la pedanía buscando mozas para abrazarlas y auparlas, que cada vez se esconden menos y participan más activamente en la fiesta, convirtiendo el acontecimiento en el centro de atención de la pedanía y tiznando también la cara de quienes encuentran por el camino. La fiereza del disfraz y la actitud forman un espectáculo digno de ver y de compartir con los vecinos que viven orgullos una de sus tradiciones más arraigadas.
El origen de esta actividad no está totalmente definido, ya que se no se sabe exactamente la fecha en que comenzó a realizarse, aunque podría remontarse al siglo XVI cuando comenzó la repoblación de la zona. Una tradición exclusiva, por lo menos de momento, de hombres, pero sin edad fija, ya que se va trasmitiendo de padres a hijos y entre los participantes se pueden ver niños de cinco años a hombres de más de sesenta que continúan vistiéndose cada Carnaval.
El disfraz está compuesto por una saya o camisa blanca que va sujeta con una cuerda o cinturón ensartado de cencerros, la cabeza tapada con un pañuelo y la cara cubierta con una careta o ‘caracha’ que originalmente se hacía con plumas y pieles. El resto del cuerpo se tiñe con un tizón o con la parte trasera de una sartén. Aunque hoy día debajo de la camisa llevan la ropa interior, es muy probable que en otros tiempos no llevaran nada y de ahí el nombre de ‘peloteros’.
Ceremonia
Vestirse de ‘pelotero’ supone asumir una serie de ritos y ceremonias que conforman el significado de la tradición y que se viven en grupo. Se comienza con la comida de hermandad, donde los asistentes comen cordero y toman vino y comienzan a conectar. Es en este momento cuando los vecinos comienzan a meterse en el papel de ‘peloteros’. Posteriormente, todos se trasladan juntos a vestirse, donde los mayores enseñan a los más pequeños la manera de vestirse y el comportamiento animándose unos a otros. Los cencerros comienzan a sonar y es el inicio de una fiesta que se alarga hasta que el cuerpo aguanta.
Una vez que están vestidos, empiezan los encuentros entre peñas y las competiciones de cencerros que no dejan de sonar en toda la tarde. Son los momentos más especiales para los vecinos y, sobre todo, para los ‘peloteros’ ya que con ellos demuestran la fiereza, la fuerza y la virilidad y son muy valorados la prestancia, el tamaño y el sonido de los cencerros que los hombres hacen sonar moviendo rítmicamente las caderas.
Los ‘peloteros’ recorren las calles de la pedanía buscando mozas para abrazarlas y auparlas, que cada vez se esconden menos y participan más activamente en la fiesta, convirtiendo el acontecimiento en el centro de atención de la pedanía y tiznando también la cara de quienes encuentran por el camino. La fiereza del disfraz y la actitud forman un espectáculo digno de ver y de compartir con los vecinos que viven orgullos una de sus tradiciones más arraigadas.
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