Un interesante artículo publicado en www.theconversation.com por los profesores de la Universidad del País Vasco José Javier Meana y Luis Francisco Callado concluye que el uso del ácido gamma-hidroxibutírico (GHB) como sustancia utilizada para la sumisión química responde más a un fenómeno mediático que a una realidad contrastada por datos científicos y sanitarios. Además, los efectos conocidos del GHB harían muy poco probable, cuando no imposible, su uso como facilitador de relaciones sexuales no deseadas por parte de la víctima.
Todo indica que este asunto de los "pinchazos" en los macroconciertos o en las discotecas con el fin de perpetrar abusos sexuales es el enésimo bulo de la prensa sensacionalista, impulsado por el descomunal éxito de topic sexual en las redes sociales. También parece ser la serpiente de verano con más pegada de este 2022.
El mito de una sustancia que permite a uno o varios hombres forzar a una mujer a soportar prácticas sexuales sin su consentimiento ya tuvo en los años setenta un tímido ancestro. Los adolescentes de aquella década se contaban unos a otros que añadir una aspirina a la coca-cola que iba a ingerir una chica convertía a la víctima en una especie de ninfómana desatada. Probablemente hubo quien creyó este bulo, perfectamente contextualizado en los estertores del nacional-catolicismo y lo levó a cabo sin obtener resultado alguno...
Como siempre, el bulo necesita un determinado contexto, un puñado de verdades a medias y una gran mentira ampliamente compartida. Y, por supuesto, un imprescindible ejercicio de supeditación ética a las aspiraciones personales. Si el sexo es una inevitable componente actual de éxito personal, ¿por qué no alcanzarlo obviando la ética más básica? Incluso, sin pagar, un detalle que es preciso tener en cuenta al analizar este fenómeno en nuestro país, que es líder de Europa en materia de prostitución. Tanto del lado de la oferta como en el demanda. Un país que se quedó helado hace unos años cuando comenzaron a aparecer en todos los medios las noticias sobre las agresiones sexuales de las llamadas "manadas" en los Sanfermines y en otras fiestas multitudinarias.
Sexo como consecuencia del dominio entre el fuerte o el audaz sobre la persona desavisada o débil . Un principio que invita a comparar el mito de los "pinchazos" envueltos en reggaeton con el del amor libre y el LSD del festival de Woodstock, envuelto en el recuerdo de la guitarra de Jimi Hendrix o en la voz de Janis Joplin. Es decir, la comparación entre el mito de la droga que sirve para alcanzar un estado de conciencia casi trascendente comparado con el de la creencia en una sustancia que permite doblegar la voluntad de una potencial víctima sexual.
Mitos ambos, en cualquier caso. Pero también, dos estaciones de referencia en el viaje sin rumbo de la civilización occidental. La mayoría de los asistentes a aquel célebre festival celebrado en 1969 en el estado de Nueva York habían leído a Marcuse, o decían haberlo leído. Quienes se mueven en el contexto cultural donde se ha generado el mito del "pinchazo" como mucho han visto 'Juego de tronos'. Aquellos admiraban a la recatada Joan Baez; estos necesitan que sus ídolos aparezcan casi desnudos. En 1969, el psicoanálisis freudiano hacía furor en las vanguardias; en la actualidad el gimnasio se ha convertido en el antídoto para cualquier malestar.
De nada sirven los juicios de valor a comparar una época y la otra. Si acaso, la comparación puede ser útil para plantearse el valor de las cosas, sin necesidad de contextos ni de mitos.
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