En un lugar apartado del mundo, entre Sorbas y Mojácar, junto a una rambla seca, más camino que lecho, tiene su casa el artista alemán Thomas Neurkirch, que como José Ángel Valente me gusta pensar que vino a Almería en busca del país donde florece el limonero.
Son estas tierras almerienses más fértiles y generosas de lo que uno pudiera imaginar: almendros, olivos y naranjos se prodigan cerca de la costa, bañados de sol y de sal, y de tanto en tanto ocultando una vieja construcción, antiguas casas de labor con cuadras y huertos, y el rastro de lo que un día tuvo que ser una era y es hoy solo un círculo mágico, anónimo land art. Seguramente muchas de estas construcciones serían ruinas sino fuera por el amor de unas gentes, la mayoría extranjeras, que cuidan aquello que nosotros abandonamos pensando que así dejábamos atrás un tiempo de penuria y necesidad.
En una de esas cortijadas reconstruidas, alejado del mundanal ruido, vive Thomas intentando reconciliar el espíritu del hombre con el de la tierra. Su casa, sencilla, de una arquitectura sin arquitectos, con vigas de madera y techos de caña, bien encalada, guarda la esencia de lo popular y la belleza de lo antiguo. Hasta esa isla de belleza, extraña a tanta modernidad vulgar, me llevó el abogado madrileño José Luis González, coleccionista de arte, mojaquero desde hace muchos años, y amigo del pintor.
Vínculos
Los vínculos que unen a Thomas con estas tierras de levante, una naturaleza a la que atiende y respeta, son reconocibles en su pintura. El artista retrata casa y paisaje y mucho de lo allí vivido: sea un baño en la playa, la floración de unos almendros, o la visita de un amigo, y siempre con la viveza de su temperamento de pintor. Thomas utiliza formatos rectangulares para pintar, idóneos para el paisaje reuniendo cientos de ellos, los más pequeños, bajo el título de Thomanga, un guiño a esa tradición japonesa de las historietas. Los Mangas de Thomas, de factura rápida, tienen el virtuosismo de gran dibujante por la facilidad y la técnica empleada. En su obra el paisaje se presta a la ensoñación pero el artista reconcilia lo imaginario y lo real. Mediante trazos bien definidos de tinta negra, que después rellena con colores, perfila libremente figuras y paisajes de enorme fuerza expresiva.
En los formatos de mayor tamaño es más visible la gestualidad, a veces extrema. Los cuadros muestran, asimismo, una melancolía que bien podría ser de raíz romántica, en una pintura atraída por las luces crepusculares, atormentada a veces, cuando los árboles, las montañas, los animales, se deforman expresando un desgarro interior. Visiones que liberan el inconsciente pero sin perder la lucidez, con imágenes que lo relacionan con diferentes estéticas modernas, me atrevería a aventurar que desde la visionaria de William Blake, a la de los fauvistas, los expresionistas, los Cobra o los últimos neoexpresionistas alemanes.
En otras composiciones, la obra de Thomas se aparta de lo figurativo como medio de representación de la realidad y busca en la abstracción otros horizontes, acaso más libres. En cualquier caso ya sea en lo figurativo o en lo abstracto Thomas vuelca toda su intensidad emocional y su diario de vida en la pintura. Es una suerte para los almerienses que haya decidido tener aquí su casa, su proyecto de vida, su futuro de artista, aquí en estas tierras que alimentan su inspiración.
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