Almería, 27 de julio de 2050. 19:53 horas.
El barco que trae a los visitantes al Faro acaba de atracar. Una plataforma se desliza lentamente para que los pasajeros desembarquen, mientras comienza el concierto de la bigband dirigida por Pablo Mazuecos, interpretando una versión de Blue moon.
Los pasajeros participan en una acción organizada por la red social de contactos Clasijazzmylove y vienen a conocer a sus posibles parejas mientras disfrutan de las vistas del ocaso y del concierto que continúa desde la cubierta del barco.
Los primeros momentos son para los recuerdos atropellados, las miradas de inquietud, y las palabras atropelladas por los nervios. Un hombre cuyo brazo muestra una reciente intervención para eliminar los tatuajes rompe el fuego invitando a bailar a su cita. Todavía hay quien se resiste a dejar de fotografiar las vistas de la ciudad o se entregan a perder la mirada mar adentro, libre de las instalaciones de las piscifactorías que salpican la Bahía a Levante.
Las placas fotovoltaicas de los edificios que se dominan desde el Faro inician la armoniosa danza para orientarse hacia los últimos rayos del sol. Un silencioso catamarán entra por la bocana, majestuoso y calmado, con un extraño pabellón ondeando en la popa. El buque sigue el vuelo de un dron que envía señales luminosas constantes.
La desaladora que ocupa el espacio histórico del Club de Mar enciende sus pantallas de luz LED y se convierte en una especie de plataforma de blancura impactante según se ve desde este lado del Puerto.
Falta muy poco para que comience el espectáculo en holograma que cada anochecer reproduce la vida de la corte de Al-Mutasin recorriendo el trozo de cielo que va desde la Alcazaba hasta el Cerro de San Cristóbal. Las imágenes se dominan desde casi toda la ciudad, aunque es en el espacio lúdico que hay a los pies del Corazón de Jesús donde mejor se disfruta de este espectáculo. Desde el Faro las escenas entretejen una gran estampa traslúcida por la que pasan visires, poetas y dignidades de la Taifa de Almería.
El otro holograma del anochecer almeriense cubre el flanco interior del Cable Inglés. Es una recreación digital del funcionamiento de este icono de la ciudad. Las imágenes creadas virtualmente muestran el trasiego de las vagonetas y la carga de los vapores. Pero, también el color rojo del mineral devorando las frentes y las miradas de los operarios mientras una amenazante nube de polvo y de muerte envuelve toda la estructura.
Se han encendido ya los postes de la luz que iluminan los extremos de los espigones que tratan de defender la playa de la irresistible obsesión del mar por acabar con ella.
La inminencia del crepúsculo borra los contrastes de color de la cuerda de los montes fundiendo el verde oscuro de los bosques de repoblación con el pardo milenario de las faldas que tratan de abrazar a la ciudad sin conseguirlo.
Los últimos momentos de la tarde sirven para rescatar recuerdos, para alumbrar deseos, para dejarse llevar por la vida y la inspiración. Es hora de volver. La pasarela de acceso al buque se desliza para que los pasajeros embarquen mientras suena Begin the beguine como si fuese la primera vez. Hay parejas que apenas se dedican una mirada o unas palabras de cortesía. Otras, en cambio, suben a la embarcación como si un hilo invisible hubiese entretejido sus miradas.
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