A finales de agosto, Paloma del Río (Madrid, 1960) cerró 37 años de vinculación con Televisión Española. Lo hizo al lado de Almudena Cid retransmitiendo desde Valencia el campeonato del mundo de gimnasia rítmica, uno de los llamados deportes minoritarios a los que ha dado voz (y mucho más) a lo largo de su carrera. Una trayectoria profesional que no acaba con la jubilación del ente público: por delante, algún que otro proyecto y sobre todo tiempo libre. Y, quizás, volver como tantas veces a Almería, tierra de su abuelo materno, Miguel Cañadas Bretones.
Las palabras que Almudena Cid le dedicó en ese adiós la emocionaron a usted y a nosotros.
Llevamos juntas desde que tenía 14 años y ahora tiene 43. Primero como periodista y gimnasta y luego desde 2011 como comentarista conmigo de la gimnasia rítmica. Se ha forjado una amistad muy intensa a la hora de hablar tanto de gimnasia como de temas personales. Ella ha visto mi carrera, todo lo que he peleado por el deporte minoritario, por el femenino, por el mundo LGTBI, por la igualdad, por la equidad de derechos entre los hombres que hacen deporte y las mujeres que hacen deporte. Siempre me ha dicho: “Qué valiente eres”.
Y lo es.
Creo que es una cuestión de conciencia, de compromiso, de militancia con el deporte femenino para tratar de tener las mejores condiciones. Y Almudena ha sido testigo de primera mano.
Cuando escucha a mujeres retransmitiendo partidos de fútbol masculino pensará que ha abierto camino.
En cierta manera, sí. Cuando llegué a la televisión en 1986 solo estaba TVE. En los 90 llegan las autonómicas y las privadas, y a partir de 2000 internet y las plataformas digitales... Pero en aquel momento éramos tres y el de la guitarra, y muy poquitas mujeres en el deporte en televisión, en radio y en prensa. Ahora hay muchas más pantallas y más posibilidades tanto para hombres como para mujeres.
Su voz, más que popular, es absolutamente familiar.
Si hay un acontecimiento que ve todo el mundo, le guste o no, son los Juegos Olímpicos. Siempre están marcados por deportes que habitualmente la gente no sigue: en los de verano, la gimnasia, y en los de invierno el patinaje. La gente se queda colgada con ellos. En los últimos casi 38 años la voz de esos deportes ha sido la mía, así que es lógico que me reconozcan por ella más que por la cara.
¿Nunca ha extrañado narrar deportes de más calado?
Cuando llegas a una redacción no es virgen, los deportes están asignados. En mi caso, Olga Viza hacía la gimnasia artística y María Escario la rítmica, y a la vez presentaban programas. El jefe quería que se centraran en ellos y no estuvieran viajando si había competiciones, así que las empecé a hacer yo. Luego heredé el patinaje artístico cuando mi compañera Esperanza Solano se jubiló. Y así he ido asumiendo responsabilidades en función de que otras compañeras lo han ido dejando.
¿Se le ha quedado algún hito pendiente de contar?
Lo que más quería hacer, y al final hice, eran las ceremonias de los Juegos Olímpicos, tanto de invierno como de verano. Los Juegos tienen una épica especial, sobre todo cuando hay posibilidades de medallas españolas. Hay una emoción que te lleva incluso a perder un poco los papeles: quieres ser un aficionado más, no la persona que está narrando. Le he dado la suficiente emoción como para que la gente en casa notara que también estaba pasando la misma tensión y nervios que ellos. Creo que es lo que ha hecho que mis transmisiones fueran didácticas y cercanas.
Y ha hecho mucho por la visibilidad LGTBI. En el deporte de elite las mujeres también van por delante de los hombres, muestran su opción sexual de forma más libre y natural.
Ellas han sido más valientes y, sobre todo, más prácticas. En el momento en el que tú dices tu condición sexual (si es que la tienes que decir) y la vives con naturalidad, te quitas un problema: tu esfuerzo va para el entrenamiento, no para tapar algo personal que no quieres que salga a la luz. Es inaudito pensar que no existe colectivo LGTBIQ+ en el fútbol masculino porque existe, al igual que en el femenino. Lo que pasa es que en la categoría masculina no se da esa valentía: en la femenina, sin aspavientos y de forma natural, compiten y hacen su vida sin importarles mucho lo que digan los demás.
Con más tiempo libre, ¿la veremos más por Almería?
Sí, voy siempre que puedo. En los Juegos del 2005 estuve allí prácticamente tres semanas. Y el año pasado en unas conferencias en el centro, enfrente del puesto de las pipas calientes, que siguen vendiéndolas y que me gustan mucho. Me encanta ver la ciudad así, tan bonita, tan luminosa como siempre.
¿Qué le evoca?
Almería es mi familia. Y mi infancia son los veranos en Ciudad Jardín, los helados de leche merengada en la Plaza Manolo Escobar, La Chanca, subir a la Alcazaba, ir a la Feria.
¿Cuáles son sus rincones favoritos?
Sobre todo Ciudad Jardín: mi madre alquilaba una casita, teníamos enfrente un cine de verano, íbamos a la playa. Desde ahí nos movíamos a Cabo de Gata, a Aguadulce, a Roquetas, donde todo era muy incipiente. También a Mónsul, recorríamos toda la costa. Almería está muy ligada a los veranos y a una etapa muy bonita de mi vida.
¿Y ahora qué toca?
De momento estoy desacelerando. Y luego me gustaría escribir alguna columna relacionada con el deporte o la televisión. No quiero apalancarme en el sofá, pero sí seguir disfrutando de charlas, mesas redondas y conferencias que tengo apalabradas. De manera tranquila, sin prisas.
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