El Taranto se llamó, en una noche inolvidable, Peña Fosforito

El homenaje al insigne cantaor fundió sabiduría flamenca por tantos años de cante

Fosforito regaló una clase magistral sobre el Flamenco y su profunda conexión con lo más profundo del alma humana.
Fosforito regaló una clase magistral sobre el Flamenco y su profunda conexión con lo más profundo del alma humana. La Voz
Jacinto Castillo
21:38 • 22 oct. 2023

Antonio Fernández Díaz impartió una clase magistral sobre Flamenco en la noche del sábado en la Peña El Taranto, que se llamó Fosforito por unas horas, porque pareció sobreponerse su nombre al de la laureada y prestigiosa entidad flamenca, mientras su voz pausada y sugerente iba desgranando los arcanos de este arte.



Este generoso regalo de parte del cantaor fue su manera de agradecerle a la Peña el homenaje que le dedicó, con un cariño que hunde sus raíces en el tiempo y en las emociones. En la amistad y en el respeto a una sabiduría flamenca inmortal de la que solo unos pocos pueden dar testimonio con la autoridad de Fosforito. Tras  la sincera y cabal introducción de José Antonio López Alemán, Fosforito sentó cátedra desde la silla de anea, como lo hiciera cantando en otras ocasiones. Esta vez con la palabra, que fue solea y seguiriya, pero, sobre todo, taranto, acompañándose solo con la guitarra de su honestidad de artista.



Fosforito recordó su propuesta para que la Peña, que pudo llevar su nombre, se llamara El Taranto. Vivió la Guerra Civil como niño y, como niño comenzó a cantar por aquella Andalucía con todos los vientos en contra que logró encontrarse a sí misma en el Flamenco. Las claves de este fenómeno son fáciles de desentrañar para Fosforito: el cante surge de las mismas raíces que conforman el alma humana. Los sentimientos más profundos son un hilo de seda invisible que cose, cante a cante, la historia del Flamenco, las historias personales de quienes lo han convertido en un arte ya universal.  



Fosforito engastó entre sus palabras joyas del pensamiento y la poesía andaluzas, citando a Lorca, a María Zambrano o a Manuel Machado. Pero también, recordando las vidas al borde del heroísmo vital de artistas históricos, los unos conocidos y reconocidos; los otros evocados desde la memoria flamenca inagotable de Antonio Fernández Díaz, que se subió a los escenarios convencido, quizás sin saberlo aún, de que el cante le da sentido a la vida.



Luego vendrían el reconocimiento del Concurso Nacional de Cante en 1957 y su consagración. Pero, de sus palabras se deduce que  entonces como ahora, entiende el Flamenco desde la humildad de quien se sabe depositario de un legado valioso que vence al tiempo. Fosforito dejó clara la razón, profundamente humana, de la supervivencia del Flamenco en sus palabras, como lo hizo con su cante. 



Retrato de artista y memoria de amistad

A Fosforito le esperaba un recibimiento muy especial: junto con el presidente de la peña, Rafael Morales, descubrió un excelente retrato suyo, obra de la pintora Emilia Resina que, a partir de ahora saludará a quienes visiten la peña. El homenaje a Fosforito incluyó momentos entrañables. Fernando Díaz Gálvez, recordó la amistad de su hermano Alberto con el insigne cantaor.


El gran documentalista recordó como su hermano Alberto acudió en 1962 al Restaurante Imperial para “rescatar” a Fosforito tras una actuación en el Cervantes organizada por el Niño de la Rivera, que dejó sin pagar hoteles y caché.  Además, regaló al cantaor un valioso dossier de sus vínculos con Almería y con su familia.

 





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