El aventurero de 85 años que pedalea 140 Km semanales por la sierra de Bédar

Inglés superviviente a la Segunda Guerra Mundial trabajó en una plataforma petrolera

La Voz
Melanie Lupiáñez
19:54 • 09 feb. 2024

Barry Clegg tiene 85 años y recorre dos veces por semana una distancia de entre 60 y 70km por la Sierra de Bédar. En este singular pueblo almeriense en 58% de sus 1009 habitantes son foráneos, según el ceso. Unos amigos de Clegg conocían el territorio y sabían que era perfecto para el ciclismo. Entonces el inglés cogió su bici italiana Colnago, sus pertenencias más preciadas y se plantó en un cortijo de fachada albero y recibidor grana.



Nació al norte de Reino Unido, Manchester, durante la Segunda Guerra Mundial. Como la ciudad era el centro industrial del país los nazis la castigaron duramente, atestigua el intrépido ciclista. “La mayoría de las bombas que cayeron sobre nosotros o cerca de nosotros fueron pocas, pero causaron suficiente daño y la muerte nunca se olvida, ni los horrores de la guerra. Tampoco la interminable búsqueda de conquistar por parte de reyes, déspotas y líderes lunáticos de países de todo el mundo. La paz ha sido relativa y breve, y la brutalidad de la guerra y la opresión siempre está presente y nunca está lejos de nuestras puertas”, dice Barry.



El hombre padece artritis cree que la humedad, el frío y la lluvia de la zona donde se crió, son la causa de su padecimiento. “Cuando era pequeño los niños llevábamos pantalones cortos y caminaba hasta la escuela con las rodillas hundidas en la nieve, unos 5km. Me pasaba todo el invierno con las rodillas azules”, remueve el polvo del aire para disipar la queja de sus palabras.



Aventurero



“Me considero a mí mismo un aventurero y creo que la única razón por la que estamos en pareja es para tener familia. Pero no hay que olvidarse a uno mismo cuando estás con alguien”, dice con sabias palabras. Es padre de tres hijos, aunque por desgracia uno de ellos murió cuando era joven en un accidente de moto. En su salón de estilo inglés cuelga un retrato en blanco y negro de una exquisita composición en forma de rombo con cuatro caras sonrientes. Señala al muchacho de pecas y dice: “Ese era Ian”.



En esa foto de familia falta la madre. La primera mujer de Barry y madre de los niños, había muerto en un accidente, Barry no especificó muy bien cómo ocurrió. “Crié a mis hijos solo, ellos crecieron salvajes. Había mucha violencia en el país los chicos iban a un internado en Sudáfrica. La rivalidad entre los Zulús y los Xhosa era terrible”.



Inquieto, curioso, lector voraz, amante de la música y honesto comunicador. Abre una carpeta de archivador que ha dispuesto cuidadosamente en la mesita de té. En el interior algunos artículos de un periódico de Seychelles y otro de Sudáfrica, el Cape Times, las publicaciones para las cuales escribió durante sus años en la zona. Los recortes se despliegan sobre el papel amarillo y viejo que conserva la tinta nítida. Esas pertenencias llevan a Barry a recuerdos llenos de vida.



“Dormía con mis hijos al raso, rodeado de leones en Botswana. No puedes imaginar la experiencia, es muy difícil de describir”. El hombre se levanta apresurado y señala en un viejo mapa del país africano el punto donde acampaba. “Mira todo esto es desierto, es la nada y es enorme. Para llegar no había caminos, ni GPS, me orientaba usando instrumentos y mapas”, sonríe satisfecho. Vuelve a su sofá orejero que tiene vistas al monte. Los almendros están en flor


y el gato salta a sus brazos increpando atención. Lleva el pelo cano y despeinado, como si el espíritu de ese niño travieso con las rodillas heladas no hubiera envejecido nada.


Su segundo matrimonio lo llevó hasta el Golfo Pérsico. Se casó con una de las heredas de la prestigiosa porcelana inglesa Wedgwood. En Arabia Saudí trabajó en una plataforma petrolera en mitad del mar durante seis años hasta el divorcio. Entonces Barry se hizo al mar, se dedicó a cruzar grandes barcos desde Sudáfrica a las Seychelles. Conserva un sextante sobre una estantería, el instrumento que utilizaba para orientarse por el Índico.


A lo largo de sus mudanzas siempre ha llevado consigo su biblioteca y su colección de discos. “Mis libros son mi vida, cada vez que los releo descubro una aventura nueva”, dice Barry. Se pone en pie y saca de una de las vitrinas un ejemplar antiguo de Alicia en el País de las Maravillas.“Mira que ilustraciones, ¿no te parecen increíbles? No me gusta prestar mis libros porque hay gente que no los respeta, que escribe sobre ellos”.


Jubilado volvió a Reino Unido, compró una cabaña en el bosque y se instaló durante un par de años, pero una mañana se despertó y pensó: ¿qué hago aquí? Cogió su bici, echó en los petates un saco de dormir, dos mudas de ropa y recorrió el sur de Francia y el norte de Italia. A sus 79 años se mudó a Bédar.


Barry se despide simpático y como cualquier abuelo del mundo pregunta si tengo novio. Después dice: “Vuelve cuando quieras -podemos escuchar discos”.


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