Máscaras de cerámica coloristas y burlonas cuelgan de una fachada encalada. Los geranios rojos que se asoman por la reja anuncian la primavera. Un borrico de esparto custodia el portalón de madera y en el mosaíco situado más a la derecha de la pared se lee Bédar Arts Center. El lugar es el universo propio de la ceramista y pintora canadiense Trina Doerr.
El taller de la artista se sitúa en la Plaza de la Ermita de la Virgen de la Cabeza de Bédar, una atalaya desde donde se divisa Mojácar y Águilas unidos por el recto horizonte del Mediterráneo. Las calles del pueblo son estrechas y empinadas y, no hay tráfico porque los coches no pueden acceder a sus vías. Las casas blancas y bajas, están mimosamente decoradas con motivos añiles, cactus o florecillas. El ambiente invita a la quietud y los pocos transeúntes que se cruzan en mi camino ofrecen un cálido buenos días, una bienvenida a la forastera.
Y precisamente el carácter de los vecinos fue una de las razones por las cuales la canadiense decidió quedarse. Han pasado 15 años desde entonces y Trina se siente como un miembro de la comunidad, una bastante distinguida además. El pasado 28 de febrero, día de Andalucía, el pueblo de Bédar entregó un diploma como reconocimiento a la artista por mantener la artesanía en la villa.
Trina sale del taller dirección a la plaza del pueblo con el delantal que le cubre hasta los tobillos puesto. Lleva terracota fresca en las manos que impregna la piel con su pigmento rojizo. Después de ser cocida en el horno se fabrican azulejos que dejan la huella del ser humano por siglos en la historia. Cuando la artista llega hasta el mural en la plaza consistorial señala su nombre y posa sentada delante. Su índice acusador quiere decir - aquí estoy yo, este es mi legado- .
Era amiga del alcalde del pueblo, Ángel Francisco Collado, desde hacía años quien confió en ella para el mural. “Nunca había hecho una pieza tan grande, el alcalde me dio una foto del pueblo para que representara la imagen en los azulejos. El mural mide 3x1,5 metros y tardé unos dos meses en elaborarlo. Ángel pasaba por el taller de vez en cuando y revisaba que todo fuera bien. Es muy curioso ver cómo el público interactúa con la obra. El día de la inauguración había un señor mayor señalando con su bastón donde estaba su casa”, dice la arista con una sonrisa enorme en los labios.
Aquel primer mural del año 2011 fue un gran impulso para la carrera de la canadiense. Desde entonces recibió el encargo de dos murales. Uno en Bédar, el cual representa la fiestas moros y cristianos y otro en Lubrín. Además también recibió numerosos encargos privados, como el que podemos apreciar en la fotografía. “Los colores cambian después de salir del horno. Tengo que ver cómo quedan para añadir más color”, dice Trina llevándose la mano al pecho como si el proceso fuera más emocional que visual.
Autodidacta, vibrante, curiosa, creativa y obsesa de los camellos. Como una tienda de caramelos o como el corazón de un niño, que huele a esmalte y a barro, así es Trina. La mujer imparte clases de pintura y cerámica los martes y viernes. Los grupos son reducidos, no más de ocho personas, las alumnas suelen ser británicas, francesas, alemanas y también se han acercado por el taller algunos locales.
“Lo que más me gusta de dar clases es mostrar a mis alumnos que son creativos, y son capaces de hacer algo. Todos los seres humanos somos creativos y para utilizar el lenguaje hay que ser creativo. Pero no hay que tener miedo de crear o de ser juzgado. Tienes que crear para ti mismo”. La artista tampoco busca ser famosa, ni hacer exposiciones que reconozcan su obra.
A través del color, las formas y las texturas pueden apreciarse tanto el lenguaje propio de la artista como sus influencias tales como Van Gogh, Picasso, Klimt o Gaudí. “Crear un lenguaje propio artístico, es como tu caligrafía. Podrías enviar una carta a un amigo y que reconociera tu letra. Me gusta explorar y me concedo el permiso para hacer otras creaciones. Mis influencias provienen de los nativos de Canadá y de muchos pintores del siglo XX ”.
Trina prefiere elaborar las piezas totalmente a mano aunque en el taller haya torno, que hace de pisapapeles. A veces deja que la pieza hable. En el caso de la cerámica ve las semejanza con un objeto cotidiano en la forma espontánea y trabaja sobre esa idea. Sin embargo cuando pinta oleos tiene una imagen concreta en la mente, esta viaja a través del pigmento hasta el lienzo.
Me despido de su universo luminoso y azul. El color que baña el cielo de una mañana despejada en Almería y que enamoró a la artista canadiense.
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