Todo empezó en una lata de carne de membrillo que albergaba un rosario de fotografías, de rostros silentes con mil y una puertas por abrir. Aquellos protagonistas iban desfilando por la mente de Agustín Belmonte (Almería, 1951) mientras escuchaba, al abrigo de la falda de su madre, los relatos de sus vidas. Hoy, esos hombres y mujeres caminan de nuevo por las páginas de ‘Retrato parcial en rojo’ (Instituto de Estudios Almerienses), una mirada a la primera mitad del siglo XX desde la atalaya de las pequeñas historias que edificaron la Historia. “La Historia es importante para los políticos y los militares pero las consecuencias que esos hechos tienen para la gente de pie, lo que nos ocurre a nosotros, la intrahistoria, es fundamental”, explica el autor junto a un descafeinado con leche y un ejemplar de su primera novela, que presentará el próximo martes, a las 20 horas, en la sede del IEA.
Aquellas narraciones de su madre, “un puzzle” que explicaba sus orígenes, se plasmaron en una primera versión escrita a mano, con pluma Parker y tinta Pelikan verde, hace treinta años. “La idea surgió a partir del golpe de Tejero, último intento del franquismo por perpetuarse. Pero ahora, con la crisis haciendo resurgir los fascismos, sigue siendo contemporáneo”.
Dos familias
En ‘Retrato parcial en rojo’ confluyen las aventuras y desventuras de dos familias, una de Cuevas del Almanzora y otra de Almería, desde el desperezar del siglo XX, con el ocaso de la minería del plomo y el hierro en Sierra Almagrera, hasta los días del hambre de posguerra. “Cada época, tiene su protagonista pero luego la Historia se lo lleva, le pasa el testigo a otro. A veces se pierden, otras sobreviven y van tirando. Hay muchos perdedores, como la vida misma”, detalla. Como Dolores, “una mujer de armas tomar, decidida, femenina pero fuerte, guapetona, la típica mujer del Barrio Alto”. O Pedro, que comenzó la guerra como anarquista en el Batallón Floreal y regresó como falangista tras la Batalla del Ebro. “Cargó con su amigo Camarasa porque tenía inutilizadas las piernas y cuando llegó, estaba muerto. Se habían prometido enterrarse el uno al otro si fallecían y lo primero que hizo fue pedírselo al sargento legionario, que quedó maravillado de su fidelidad. Luego se echó a la bebida y amaneció muerto en las calles de Barcelona. Es mi personaje favorito”.
Con esta obra, el autor del relato corto ‘Soldaditos de Pavía’, editado por LA VOZ y Arráez el pasado verano, busca ofrecer un texto ameno, que huye de los “detalles escabrosos” sin perder un punto de vista explícito desde el título. “No engaño a nadie aunque el libro gusta a gente de uno y otro lado. Sólo quiero entretener al lector pero hay un tema evidente: el paso del tiempo, el daño que hace, lo mal que lo asimilamos”. Reflexión que late en el corazón de la fantástica imagen de cubierta, donde un mujer sin rostro sostiene a un bebé. “Este personaje tuvo a esa niña con 23 años. Cuando llegó a los 70 rompió la foto por la parte de su cara. Ya no soportaba verse joven”.
Agustín Belmonte ya trabaja en una segunda parte, ‘Barrio Alto’, que continuará la historia desde los años cincuenta hasta nuestros días y en la que el propio escritor aparecerá convertido en un ser de tinta y papel.
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