Elizabeth ha vuelto a Almería con 81 años a visitar a su amiga Emilia en San Miguel, a recordar el paisaje de su admirada Colombine. Es como un cierre de capítulo, como una catarsis de la autora que ha absorbido su vida.
Una neoyorquina de origen polaco obsesionada con una escritora almeriense casi desconocida. Explíquese.
Yo era una jovencita que estudiaba filología española en Nueva York. Se me daba bien. Y quise hacer una tesis doctoral sobre una mujer española y progresista.
Había otras mucho más conocidas.
Pensé en Emilia Pardo Bazán, Sofía Casanova, Carolina Coronado, pero mi profesor, Rafael Olivar, me dio un librito de biografías llamado Dinamita cerebral y ahí estaba ella.
Y empezó a tirar la de hebra.
Empiezo a buscar obras de Carmen de Burgos en Estados Unidos, en la Universidad de Boston, intentando profundizar. No se había hecho ningún estudio sobre ella. Fue cuando por primera vez oí el nombre de Almería.
Y no dudó en viajar hasta aquí para saber más.
Sí, sí, para hacer las investigaciones. Primero pasé en Madrid muchos tiempo, en la Biblioteca Nacional, entre periódicos viejos, haciendo miles de fotocopias. Era muy joven, americana, los años 70 y los bibliotecarios, todos hombres mayores, me miraban raro. Franco aún vivía y se corrió la voz de que había una extranjera buscando cosas de Carmen de Burgos y el personal empezó a ponerme caras raras. Después viajé a Almería, a través de Carmen Martín Gaite y de José Navero, que me ayudó muchísimo.
¿Cómo recuerda ese tiempo?
Con mucho agrado. Me acogieron en su casa e iba con Emilia, su mujer, al Rastro de Madrid a conseguir novelas cortas de Colombine. Después hice un primer viaje a Almería y conocí también a José María Artero que me editó tres capítulos de mi tesis sobre Carmen.
La biblioteca municipal lleva su nombre, le ganó a Colombine en una votación ciudadana.
El pueblo es soberano.
¿Qué le apasionó de la escritora almeriense?
El poder haberse abierto camino en un mundo de hombres por ella misma. Y después, la variedad de sus temáticas, la poesía, la novela, el cuento corto, los artículos. Y su activismo como feminista defendiendo los derechos de la mujer en una época tan remota. Se enfrentó a Unamuno, fue pionera en la lucha por el divorcio.
Usted también ha sido pionera en estudiar su vida y su obra.
Abrí la puerta y me encanta que se haya incorporado mucha gente a escribir y a investigar sobre Carmen de Burgos. Debería estar en los programas de las universidades.
Es difícil ser universal si no hay libros de Carmen traducidos al inglés.
Creo que no hay nada. No se entiende muy bien.
Escribió mucho, para muchos críticos demasiado y se la ha etiquetado de ser demasiado prolífica y poco brillante.
Es cierto que escribía a destajo, para poder vivir. La Pardo Bazán tenía pollo en casa y sirvientas. Pero tiene obras extraordinarias como La mujer moderna o La Rampa. Para mí describía los ambientes de las ciudades como Dickens. Y sobre todo, en las aulas y en los periódicos supo abrir la mente a muchas jovencitas de la época. Entre recetas de cocina y consejos de belleza, Colombine metía doctrina liberal, derechos, igualdad.
¿Qué paisajes ha conocido de la vida de Carmen en Almería?
Rodalquilar y ahora el Paseo Marítimo que lleva su nombre. En Madrid estuve con Asunción Valdés viendo su retrato en el Ateneo, del que formaba parte.
El mayor coleccionista de obras de Carmen de Burgos ha donado la su colección de 1.500 volúmenes a Alcalá de Henares. ¿No debería estar en Almería?
Conozco a Roberto Cermeño y si lo ha hecho, será por algo. Las obras deben estar donde haya mejores condiciones de divulgación. Hoy día todo se puede digitalizar.
¿Qué le queda por hacer o decir sobre Colombine?
Ya nada. He cerrado página. Le dediqué una década entera. Ahora que sigan otros. Yo me dedico a mis telares en México.
¿Sabe que le quieren poner a la Estación de tren de Almería el nombre de Carmen de Burgos?
Seria maravilloso, quién mejor que ella que tanto viajó y dio a conocer su tierra natal para que se la recuerde así.
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