El pintor de brocha gorda zapillero que encontró en el arte su terapia perfecta

“Si no pintaba me volvía loco de tanto que extrañaba a mi hija”, Maximiliano Galdame

Maximiliano Galdame.
Maximiliano Galdame. La Voz
Melanie Lupiáñez
19:29 • 14 jun. 2024

Un ponientazo de tres pares de pantalones en Almería y Maximiliano Galdame sentado en la terraza de Santa Clara con una cerveza bien fría. Lleva gafas de sol, camiseta básica y el brazo izquierdo tatuado en estilo old school americano, la tinta le llega al cuello. Su acento lo sitúa al otro lado del charco, “¿argentino o uruguayo?”- pregunto, “que sé yo, todos venimos del mismo indio” -contesta.



El Maxi es un artista zapillero que no gusta de llamarse artista porque su don nació como terapia. “Si no pintaba me volvía loco de tanto que extrañaba a mi hija”, dice. Pero la creatividad siempre estuvo ahí, su crisis le dio forma. Desde entonces interviene guitarras y proclama lemas incendiarios en apulgarados colchones. Ante todo basurero y buscador de nueva vida en los objetos cotidianos olvidados por otros.



La guitarra se ha convertido en su fetiche desde su primera exposición en 2019 en el extinto café cultural Cyrano. Maxi recuerda a su paisano, el cantautor Atahualpa Yupanqui en aquello de que la guitarra antes de ser instrumento fue árbol y en él cantaban los pájaros, que la madera sabía de música. “Aprecio la guitarra como es, veo su música. A pesar de todo lo que les hago, más me dolía verlas en la basura”,dice él.



En la actualidad trabaja en una empresa de limpieza en el hospital Torrecárdenas. El laboro integra a la perfección subsistencia y su obra de autor. En el barrio lleva una vida tranquila, se levanta temprano hace las compras con su carrillo, saca tiempo para el arte y después el deber. “Vivo en el mismo piso que cuando vine de Mendoza con mi madre y mis dos hermanos. Les pregunto a las vecinas si me recuerdan y me dicen cuanto he cambiado, porque uno ya no es el mismo, ya me siento de aquí”.



Tenía 14 años cuando llegó a Almería. “La pasta siempre fue el problema. El día de los libros en el colegio era duro, porque mi vieja no llegaba para comprar el material a todos. Siempre me tenía que sentar con algún compañero que me prestara o pedir fotocopias”. Él era el mayor y a los 18 empezó a trabajar.



Su primer maestro fue el Cacho, un viejo de La Plata, que le enseñó la picaresca argentina, que con menos se puede hacer más. “Me enseñó a pintar con los peores pinceles y rodillos. Entonces no soy artista, pero pintor si soy y me encanta pintar casas”. En aquella época también aprendió a no tener las manos en los bolsillo, siempre hay trabajo.



A los veinti pocos cuidó de un marinero en silla de ruedas porque había sufrido un ictus. Pepe y él eran amigos. Cada día paseaban por el paseo marítimo sin importar el tiempo que hiciera. “Cuando se cabreaba le decía que no se preocupara porque a mí también me iban a limpiar el culo de viejo”. La voz de Maxi se entrecorta sobrecogido por el recuerdo de alguien que ya no está y, un pasado laboral clandestino y subestimado.



Poco después se enamoró de una belga con quien tuvo una hija. Maxi se mudó a Amberes para formar su familia. Aquella ciudad le dio la oportunidad de conocer el arte de cerca a través del escultor Avi Kenan. Aunque él solo habla español, descifraba a su mentor y adivinaba de sus palabras que belleza y juventud son destino. Pero no había pasado un año cuando empezaron a surgir los problemas en la pareja, entonces el argentino regresó a Almería.


“Cuando volví se caducó mi residencia. Me vi como cuando llegué en 2002, pero siendo mi madre”. Uno de sus amigos de rugby, agricultor, le dio trabajo en el invernadero, también regularizó su situación.


Maxi pasó tres años bajo el plástico en la Puebla de Vícar. Entre los pepinos practicaba meditación activa, escuchaba audiolibros e hizo grandes amigos. “Empecé a leer a Allan Wats, Krishnamurti, etc. Un día escuché la frase que decía que fuera chapucero de mi don y me puse en marcha”.


En ese momento de pérdida de la pareja, distanciamiento de su hija y una situación laboral irregular, Maxi encontró el arte. Se levantaba a las 04.00 am para pintar antes de irse a trabajar en el invernadero. Durante su práctica los problemas se esfumaban, perdía la noción del tiempo, se olvida de comer, todo era presente. Poco a poco empezó a crecer como artista y realizó exposiciones en La Guajira y Classi Jazz. Cuando le propusieron su primera exposición tuvo que ponerse a trabajar para realizar doce obras porque no tenía ni cuadros.


El crecimiento de este artista fue orgánico y aunque al principio hubo pretensión de dedicarse al arte, hoy es una expresión de sur ser y punto. Utiliza la metáfora visual y literaria, pone especial cuidado en el audiovisual y la música como conductor de su lenguaje propio. Se apropia de las calles, los terrados y las playas almerienses, pero nunca falta un mate. Su obra se puede consultar en la web galdame.com y en su instagram: @galdamearte.


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