La casa del almeriense Joaquín Pierre está más orientada a ser un taller de laudería que una vivienda. Y es que nada más traspasar las puertas de su humilde morada el visitante es recibido por una sala repleta de herramientas, la mayoría de época victoriana, y de cajones en cuyo interior asoman plantillas de instrumentos de cuerda.
Pierre, uno de los lutieres más experimentados de Almería, es un hombre cuyos conocimientos le han brindado a lo largo de su larga vida experiencias preciosas, pero también algunas decepcionantes. Hastiado de farsantes e interesados, presencia el panorama guitarrero de la capital con un brillo de astucia en la mirada y con la seguridad de que se mueve en un sector en el que aún queda mucho por mejorar.
Un currículum diferenciador
Zapillero de nacimiento, califica como “sencillos” los derroteros que lo condujeron hasta el oficio que hasta hoy le ha dado de comer. “Mi abuelo estaba emparentado con Antonio de Torres por parte de los Moya. Los Moya eran ebanistas de la ciudad de Almería y Torres podría decirse que era un carpintero de provincia. Ambos empezaron a colaborar: Torres podría ser diseñador y los que construyeron la guitarra fueron los Moya. Yo me enteré de esto y me llamó mucho la atención, ahí empecé mi andadura, a los veintipocos”, recuerda.
Décadas después de su primer flechazo, Pierre es maestro de modelaje industrial, experto en lacería mudéjar, técnico de Patrimonio Histórico y, sobre todo, un valorado lutier que ha colaborado con los tres espacios expositivos que tratan del gran Torres, un personaje almeriense del siglo XIX a quien a veces se le ha tildado de inventor de la guitarra actual.
Pierre explica su trayectoria mientras camina distraído por los habitáculos de su vivienda, dando saltos narrativos de un recuerdo a otro, desde sus vivencias hasta su forma de trabajar. Señala sus herramientas una a una, indicando su función: “Esta sirve para hacer los moldes, para pelar, para hacer clavijas...”, enumera. Todas las ha ido heredando de los talleres de los Moya o adquiriendo en subastas internacionales. Algunas reproducciones las ha hecho él mismo, con sus propias manos y con toda la investigación que ello requiere.
Aunque desprende adoración al hablar, reconoce que el destino de algunos de los instrumentos que va enseñando es la donación. De hecho, uno de sus últimos proyectos consistió en “donar una cantidad importante de herramientas históricas para conformar una exposición en el auditorio de Vera”. Lo cuenta con la sapiencia de que no hay un lugar mejor para ubicarla y de que haría lo mismo por la capital almeriense si así se le permitiese. No todos sus tesoros son, sin embargo, potenciales donaciones: “Yo he mandado que, cuando me muera, me tiren al mar con algunas de estas preciosidades atadas al pie”, ríe.
Intervenciones
Una vez recorrida la planta principal, encamina sus pasos hacia la parte baja, una especie de sótano a la que él mismo apoda como ‘el inframundo’ y donde su gata Perséfone campa a sus anchas entre maquinaria de modelaje industrial y mesas de trabajo. Mientras pasea, continúa narrando un currículum que no hace más que engrosar: “Mi última colaboración de prestigio fue el montaje de la exposición sobre Francisco López para el Museo del Realismo”, rememora.
Pero si algo destaca de entre sus actuaciones son las copias que el lutier ha llevado a cabo: “Las mejores réplicas de Torres las he hecho yo”. La más importante es la que realizó del tripodísono, una réplica del invento ideado por el maestro Aguado que sirve como un extraño trípode de guitarras.
Sus recreaciones no se limitan únicamente al ámbito musical. Pierre es capaz de explorar desde campos tan arriesgados como el bélico -con la recreación de la bomba termonuclear que cayó en Palomares- hasta algunos tan particulares como la cámara de colodión húmedo del fotógrafo de Isabel II.
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