En busca de las setas perdidas

En busca de las setas perdidas

Carmen López
21:46 • 17 nov. 2012

Érase una vez que se era, Abla, un pequeño pueblo de la provincia de Almería al que llegaban cientos de visitantes llegados desde muy distintos puntos para descubrir el maravilloso mundo de las setas y los hongos en el Parque Natural de Sierra Nevada.
Nada más llegar al Aula de la Naturaleza Paredes, la lluvia, que “venía por Granada” -como bien explicaba el alcalde, Antonio Ortiz, antes de la salida de los excursionistas- hizo su aparición y acompañó ya durante toda la jornada. Impermeables, paraguas, bolsas, buen calzado y muchas ganas pudieron con todo y los ‘descubridores’ de hongos se ponían manos a la obra, acompañados y asesorados si era menester por el micólogo Jesús Martínez y el profesor de Biología Vegetal de la Universidad de Almería, Eduardo Gallego.
Es, sin duda, una aventura la de enfrentarse a la naturaleza en su estado más puro -decía el alcalde que lo de las setas es una estupenda e inmejorable manera de enfrentarse por primera vez al medio ambiente- y sólo hay que ver las caras de quienes encuentran su primera seta para darse cuenta de que es, además, una experiencia inolvidable. Primero la búsqueda entre los pinares, ahora rodeados de verde por las últimas lluvias; luego, el momento del encuentro y, por último, el orgulloso instante de urgar con la navaja en la tierra para extraer la seta con toda su base para colocarla en la cesta.
Los más de 150 intrépidos buscadores de setas, se perdían entre la falda de los pinos y lograban estupendos ejemplares, también entre los arbustos. A la ilusión de los profanos en la materia, el orgullo de quienes ya pueden incluso dar explicaciones de dónde y cómo encontrarlas. La experiencia es un grado, como en todo; y a recolectar setas sólo se aprende haciéndolo.
Los amateurs y quienes ya tienen auténtica afición a esto de la micología demostraron su destreza y el haber aprendido bien la lección de que no todo vale y que no todas valen para llevárselas a la boca. Al final del camino, las cestas llegaban a rebosar de boletus y de níscalos, entre otras especies menos conocidas y cotizadas. Y es que hay setas de texturas bien distintas y para paladares muy refinados.
Bien regados por el agua de lluvia, después de varios kilómetros entre los pinares, la llegada al Serbal. Allí había quienes bregaban con una inmensa paella de conejo y setas, entre ellos el delegado de Agricultura, José Manuel Ortiz, quien rasera en mano y con el delantal de la asociación gastronómica ‘El choto pelao y la buena mesa de Abla’, dieron buena cuenta de sus dotes culinarias.







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