El niño Juanma Gil (Almería, 1979) veía a su padre enfrascado cada noche, al volver del trabajo, en aquellas novelitas del Oeste que engrandeció Marcial Lafuente Estefanía. Hoy, el adulto Juanma Gil se bate en un divertido duelo dialéctico con su progenitor en ‘Mi padre y yo. Un western’, su nuevo libro, una pequeña joya editada por El Gaviero siguiendo los cánones de aquella literatura de bolsillo que reproduce casi setenta diálogos paterno-filiales tan corrosivos como tiernos. La librería Picasso acoge esta tarde, Día de los Inocentes, a las 20 horas, la presentación.
¿Cómo surge la idea del libro?
Fue hace año y medio, cuando colgué en Facebook una conversación con mi padre, muy breve y sintética, como todas las del libro. Definía muy bien el sentido del humor de mi padre y dibujaba de un solo trazo cómo es él, o parte de él. Tuvo una gran aceptación, algo que no sospechaba, lo que me hizo seguir atento a sus frases, como un cazador.
Y sus seguidores, cada vez más pendientes de esos diálogos...
Con cinco o seis más ya había construido un personaje que a la gente le interesaba más que yo. La gente, escribiera de lo que escribiera, me preguntaba qué opinaba mi padre, buscando siempre su análisis, su punto de vista con ese sentido del humor, tan parco y directo a la sien.
Así que el libro nace antes de saber que lo estaba escribiendo.
Sí, de forma paralela, hablando con amigos y sobre todo con Ana [Santos, editora de El Gaviero], que me dijo que estarían encantados de sacar un libro con esas conversaciones. Al principio no lo tuve claro porque pensé que no tenía consistencia pero la propuesta me parecía interesante. Ahora estoy encantado con la edición que han hecho: tiene sentido y funciona, algo que al principio no podía sospechar.
Los diálogos entre usted y su padre están concebidos como un duelo entre dos pistoleros bien distintos...
Cada una de las conversaciones es un duelo pero existe además algo poético que todo el mundo reconoce: es un continuo duelo donde mi padre es más rápido con el revólver que yo y a veces incluso no me fulminaba sino que me daba en el gorro y me dejaba expuesto ante la opinión pública, ante quienes salían del ‘saloon’.
Todo, por supuesto, con mucho sentido del humor.
El libro está atravesado de principio a fin por el humor. Este tipo de comentarios no se entienden sin el humor, es un libro que solamente pretende divertir. Si tiene más trascendencia y va más allá lo hace por sí solo, no porque lo pretenda.
Pero también hay una mirada sobre esa generación de padres, menos preparados que sus hijos pero más sabios en muchos aspectos.
Hace el retrato de unos padres que pertenecen a una esfera independiente a la del hijo pero que colisiona y como fruto salen ese tipo de duelos lingüísticos o dialécticos. El libro tiene muchas lecturas: una ligera, divertida y cómica pero también ese disparo certero de reflexión que te congela la sonrisa. Yo represento un personaje muy relacionado con la literatura, con lo poético, lo bohemio, lo casi volátil, lo ingrávido, mientras que mi padre es muy sensato, apegado al suelo. La confluencia de esos mundos hace que salten chispas pero lo llevamos bien porque en sus palabras, aunque sean duras, hay un poso de ternura. En el fondo, si tuviéramos qu
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