“Lo que debe primar en un montaje es la obra sobre el espacio”, dice Rogelio Mañas, paseando la vista por la amplia sala de la planta baja del Centro andaluz de la Fotografía. “Hay que acomodarla en el espacio que tengas, y tiene que tener un sentido, una armonía, la obra tiene que respirar.... Entonces, a partir de ahí, hay espacios más o menos agradables...”.
Rogelio es técnico de montaje del CAF, y por estos días se afana en la exposición antológica del gran Gervasio Sánchez, que se inaugurará el próximo miércoles, 30 de enero, en las dos salas del centro. “Es un montaje muy complejo, pues son imágenes de diferentes medidas, y todas tienen que quedar centradas en la sala”, comenta. “En este caso tenemos la tarea de la distribución hecha por el comisario, que lo ha mandado todo documentado. Pero si no, eso también lo hacemos nosotros”.
Por los rincones de la sala, se ven cajas de herramientas, escaleras y cintas métricas. Al fondo están varias cajas de madera, aún sin abrir, con las obras. Algunas fotos ya están fuera, colgadas o colocadas en el suelo escrupulosamente limpio. Varios operarios trabajan por allí, silenciosos y concentrados.
El mérito de la invisibilidad
Este es uno de esos trabajos que ‘no se ven’, pero son esenciales en el mundo de los centros de exposiciones. Una de esas labores que esconden muchos conocimientos y planificación, pero cuyo principal mérito consiste, precisamente, en planificar su invisibilidad. Un buen montaje hace la diferencia entre una exposición agradable o incómoda, entre un discurso comprensible o farragoso, entre una experiencia interesante o aburrida. “Es un proceso bellísimo y muy creativo”, dice Pablo Juliá, director del CAF. “Requiere estudiar bien la obra, establecer valores, una claridad en el discurso, un circuito para los visitantes...”.
Rogelio se inclina sobre los planos que ha mandado el comisario de la muestra. Anota números y saca cuentas en un borde. Luego coloca un medidor láser frente a una pared, ajusta una altura y marca. “Antes se hacía manual, el láser es más preciso, y más cómodo”, sonríe. “Lo que pretendemos es establecer una altura para todo tipo de público, que tanto una persona alta como una baja, un niño, un adulto, la puedan ver bien”.
¿Y cuál es esa altura? Se encoge de hombros. “Eso es según”, dice. “Nosotros trabajamos con el centro del cuadro a 1,45 metros, pero lo que te mandan son los ojos. Y luego la sala, si es de techo alto te permite subir un poco más la obra, si es de techo bajo, la bajamos... Ya nos adaptamos”.
Tamaños, niveles, paredes...
De todas formas, no es fácil nivelar una exposición con tantas imágenes, sobre todo cuando viajan con alguna de las que el CAF itinera por otras ciudades. “A veces los niveles te mandan recto, pero luego el edificio está inclinado, o una pared está de lado, o tiene una perspectiva que hace que tengas que subir o bajar un cuadro...”, explica “No es llegar y decir, aquí pongo un cuadro y ya está”.
El CAF, por otro lado, tiene dos salas bien diferentes. En la de abajo, más pequeña, pondrán la obra más íntima; en la de arriba, más amplia, la de mayor formato, mas espectacular. “Es un espacio muy acogedor, y tiene una luz muy buena. Transmite tranquilidad”.
Pero, además, otro aspecto de este trabajo es el transporte de las obras, que muchas veces hace el propio CAF. “Seguros, transporte de seguridad, cajas de un volumen, pesadas, que hay que mover”, señala, y sonríe. “Tambien es un trabajo físico importante”.
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