“Es que a mí me parece que he tenido en mi vida una suerte, excepto en lo del accidente, en todo lo demás...”, dice Maty Rodríguez y por un instante se queda en suspenso, mirando por la ventana de su casa de Costacabana, “que parece que hay una estrella ahí que me está ayudando...”.
La frase le sale del alma en un momento de una conversación en la que ha ido rehaciendo los caminos de su vida. Maty Rodríguez es una de las profesoras de música más importantes que ha tenido Almería. Y también de las más queridas. Por sus manos han pasado todos los guitarristas, profesionales o aficionados, que han salido de estas tierras en las últimas décadas. Y todos la adoran con ese amor mezclado con respeto que inspiran los buenos maestros, esos que además de enseñar, marcan algo en la vida de sus alumnos.
Volver a caminar
Estamos hablando del concurso de guitarra que lleva su nombre, organizado por el Conservatorio de Música de Almería, pero la conversación deriva hacia su vida, la guitarra y sus muchos alumnos.
Matilde Rodríguez Expósito nació en Montevideo, Uruguay. Sus padres eran almerienses que tuvieron que emigrar, como tantos paisanos, en los años de la posguerra. Y cuando tenía sólo dos años, la vida le deparó una dura prueba con un accidente en el que quedó dañada su médula.
Cuando tenía cinco años, sus padres decidieron volver. En Almería quedó la madre con ella y su hermano, pero aquí la cosa no mejoraba, y el padre, “un carpintero con muy buenas manos para la madera”, recuerda Maty, tuvo que seguir camino hacia Alemania.
La suya, hasta los 13 años, fue una infancia de médicos, operaciones, y una madre luchadora que la llevaba a Barcelona a ver al doctor José Bastos y su ayudante José Velasco, que fueron quienes, cuando todos ya la veían en cama o silla de ruedas, le prometieron que la harían andar. “Y ya con muletillas comencé a moverme, subía y bajaba escaleras..., y me sentía una niña normal”, dice. “Mis padres nunca me han sobreprotegido. Yo lo que he querido, me han animado a hacerlo, y nunca he tenido ningún complejo”.
Una ciudad sin profesores
“Y unas Navidades mi padre apareció con una bandurria y una guitarra”, sonríe, y hace un gesto con la mano en el aire. “Sería el 68 o el 69, aproximadamente. Y me enseñó lo que sabía, pero era poco. Aprendí un poco con el método Hilarión Eslava, y con un músico que me enseñó un poquito de solfeo en su casa. Era la época de Richoly, el único que llevaba aquí el tema de la guitarra. No había más nada, ni Conservatorio. Estaba vendida, realmente no había profesores”.
Un día su madre pasó por una casa y oyó tocar música. Entró, habló con un señor, y este le dijo que daba a clases gratis a los niños. “¿Quieres ir?”, le preguntó, y Maty saltó: “¡Pues claro!”. El señor se llamaba José Coca, y “resulta que era muy amigo de Rafael Barco, el pianista. Y qué casualidad que este señor tiene un hijo, que era profesor de Conservatorio en Tarragona, y cuando me vio le dijo a mi madre: “Esta niña no puede quedarse aquí tocando pasodobles conmigo. Tiene que hacer como hizo mi hijo, estudiar música, ir a un Conservatorio y hacerse profesora”.
La forja de una maestra
Así que Maty, “con apenas 12 añillos”, llamó al Conservatorio de Murcia, que era donde iba la gente de Almería. Le mandaron los papeles y libros para hacer el primer examen libre, y allá se fue a examinarse. Y aprobó. La historia de sus estudios en la provincia vecina son todo un ejemplo de tesón en la vida. Maty narra sus viajes de madrugada en el Alsina, con su madre “cargando de niña y de guitarra” para estar allá a las ocho de la mañana, cuando comenzaban las clases, y vuelta por la noche.
Al final, como la situación era mala, no pudo ir cada semana, y el profesor Bonifacio Bermejo se quitaba una vez al mes a todos los alumnos del día para dedicarlo a ella. Le daba todas la materias, le ponía los ejercicios, y ella lo preparaba todo en casa.
Con el tiempo, como el padre seguía en Alemania y la época era mala, Maty pensó en dar unas clases de guitarra con lo que iba aprendiendo. Puso el cartel, y en poco tiempo la “cocherita” de la casa de su madre se llenó de niños.Cobraba 300 pesetas, y con eso se costeaba los estudios. “Yo vengo dando clases toda mi vida”, dice. “El hecho de que me conozca tanta gente no es sólo por el Conservatorio, sino porque yo me llevaba a mis niños de clases particulares y ellos se iban examinando, y en Murcia me conocían como alumna y como profesora”.
Terminó la carrera, que le dejó grandes amigos, como Juan Vicente García y su esposa, Pepita. Y entonces vino una etapa “muy bonita” en la que se fue gestando lo que hoy es el Conservatorio de Música de Almería. Comenzaron un grupo de músicos ya graduados dando aquí las clases de elemental y trayendo a los examinadores de Murcia. Luego, ellos mismos pudieron examinar, haciendo un consorcio con Diputación y el Ayuntamiento, y montaron un local en Obispo Orberá. Las colas para matricularse eran de varias manzanas, y ellos hacían de todo, desde dar las clases hasta limpiar y atender los teléfonos.
Luego se anunció que la Junta haría un Conservatorio en Almería. Maty se había matriculado en Ciencias de la Educación, pues lo que le gusta en la vida “es la Psicología”, reconoce. Pero cuando hizo las oposiciones, las aprobó, y en el 89 le dieron la plaza en el Conservatorio, lo tuvo que dejar para dedicarse por completo al trabajo.
Durante muchos años fue jefa del Departamento de Guitarra del Conservatorio, y ha conseguido que a Almería vengan los mejores guitarristas a dar cursos, ha promovido intercambios y actividades de todo tipo, ha colaborado en el desarrollo del certamen internacional ‘Julián Arcas’...
Pero, sobre todo, se ha dedicado a sus alumnos, “sus niños”, como ella les llama, que un día llegaron a ella con un instrumento más grande que ellos mismos en sus manecitas, y hoy, guitarristas profesionales o no, la quieren como antes, o como siempre, se quiere a los buenos maestros.
“Tengo fama de ser dura, en el sentido de exigente. ¡Pero los niños me quieren!”
“Yo tengo fama de ser dura, en el sentido de exigente”, afirma Maty Rodríguez cuando le preguntamos cuál es su famoso método para enseñar la guitarra, y sonríe. “Pero sobre todo, me encantan los niños. Me gusta cogerlos desde el principio y hacerlos yo. Cuando me entra un niño por primera vez, empiezo a meterle el gusanillo, el gusto por la guitarra, del estudio, que sea responsable y me prometa que va a estudiar”.
“Y que ame la música, que no haya que obligarlo”, añade. “Y en eso parece que tengo un don especial, porque lo consigo. Soy convincente.Y soy seria, no soy de la típica profesora enrollada... Soy seria, ¡pero todos los niños me quieren! Y me los llevo por ahí, a concursos, a lugares... Es decir, les meto mucho respeto pero al mismo tiempo soy muy cercana”.
“Tal vez por la psicología que estudié, yo conozco a cada niño por él mismo. No pongo la típica obra a cada uno, la que corresponde por el curso y tal. Procuro que sea una canción que le guste. Y la música me ha ayudado a cambiarle el carácter a muchos, en el sentido de...”, se encoge de hombros, “al que es muy introvertido, por ejemplo, lo pongo a que toque con otros niños, que colabore, que se asocie y haga amigos. Cuando me llega alguno sobrado, lo bajo... Y así”.
Un instrumento maravilloso
¿Y qué tiene la guitarra, que atrae tanto a la gente? Le preguntamos. Maty queda un instante en silencio. “Yo creo que la guitarra es que es muy cercana”, dice al cabo. “A lo mejor me equivoco, pero en todas partes, en cada casa hay una guitarra. Al menos aquí en Almería, vas a cualquier casa y es raro que no tengan una guitarra, aunque sea malilla, para rascar, cantar, llevarla de aquí para allá...”.
“Es un instrumento muy íntimo”, prosigue la guitarrista y profesora. “La coges, la abrazas, te sientes muy cerca de ella, vibra y la notas en tu cuerpo... Es un instrumento muy cercano a la persona, y muy cómodo para transportarlo. Las notas de la guitarra, para mí, se ponen por encima de las de cualquier instrumento. Es cálida, armoniosa, dulce... Es maravillosa”.
Se detiene un momento, como dudando. A final se decide: “Para mí, y se va a enfadar mucha gente, pero si quieres, ponlo, te diría que es el instrumento más difícil que hay”, dice. “Porque todos son difíciles dominarlos, pero para empezar con la guitarra, para sacar una nota, el primer dedo que pisa con la mano izquierda, para que suene... Eso es...”.
“Poner a un niño con siete u ocho años a que apriete ahí, que se le clava la cuerda...”, sonríe. “Es doloroso, se sufre. Con la guitarra se sufre, por eso mucha gente lo deja, cuesta trabajo llegar a tocar. Y luego, tocar bien. Hace falta trabajo, investigación, disciplina, verdadero amor por la música”.
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