Apenas ha dormido seis horas, lleva concediendo entrevistas desde que ha aterrizado en Almería pasadas las nueve de la mañana y aún así el entusiasmo y la pasión se imponen al cansancio cuando se sienta a tomar un café con LA VOZ minutos antes de las ocho de la tarde. Entonces se encontrará con sus lectores para presentar su nuevo libro, ‘El maestro del Prado’ (Planeta) en la Casa de las Mariposas, en el ciclo ‘Encuentro con el autor’ de la Fundación Cajamar. “Si no hubiera sido escritor y hubiera nacido en el siglo XIII habría sido trovador. Me hubiera gustado ir de plaza en plaza contando historias y eso es lo que me permite la literatura. Primero lo hago por escrito, para que quede constancia para la eternidad, y luego en estas giras”, explica Javier Sierra (Teruel, 1971). Y después apostilla que en esta actitud hay algo de aquel “chico de provincias” que echaba de menos más “actividad cultural” en su tierra natal. “Agradecíamos mucho cuando venía un escritor, un dibujante, un músico. Ahora quiero ser ese artista y por eso me entrego a estas promociones”.
No es la primera vez que viene a Almería, donde también recaló con ‘El ángel perdido’. Y él, acostumbrado a tener los cinco sentidos (y no me extrañaría que un sexto) siempre alerta, disfruta con cada visita a esta esquina peninsular. “Quizás para la mayoría de la gente Almería sea playa, sol y el Cabo de Gata pero a mí me evoca prehistoria. El indalo me dice que hay mucho por excavar e investigar en esta tierra aparentemente árida. Almería siempre ha estado expuesta en la prehistoria a las migraciones desde África, así que para entender el origen de los ‘sapiens’ en Europa hay que pasar por aquí, como por Granada o Cádiz. Y todo eso excita mi imaginación”.
Volvemos a ‘El maestro del Prado’ donde Javier Sierra, el autor, se reencuentra con un Javier Sierra mucho más joven, que acaba de iniciar sus estudios de Periodismo en el Madrid de 1990 y descubre, de la mano del misterioso mentor del título, los secretos de la pinacoteca. “Es la más singular de mis obras. Tiene elementos de novela, porque hay una trama de misterio e intriga, pero también hay un componente autobiográfico. Y en una tercera columna es un libro de arte”. Esta combinación permite que el lector observe las obras que cita de forma distinta. “En el fondo son unas gafas con las que gradúas tu vista para darte cuenta de que el arte no es sólo estética sino que también hay trascendencia, espíritu y una intención del autor que permanece oculta si no le dedicas un tiempo”, apunta.
‘El maestro del Prado’ es una aventura vital y el testimonio de la fascinación por contar y descubrir de uno de los mejores comunicadores españoles, ya hable de este mundo o de cualquier otro, esté aquí o no. Un poco al estilo de lo que hizo ‘El mundo de Sofía’ con la filosofía en los años noventa, sólo que aquí con El Prado como espacio de conocimiento. “Está bien visto. Hasta ahora, El Prado había sido secuestrado por las élites: parecía que uno tenía que ser un experto para poder disfrutar de la pinacoteca, y no es cierto. Sus cuadros nunca fueron pintados para que fuesen materia de examen sino para provocar emociones en quienes los contemplasen”.
Emociones como las que descubrió a los diecinueve años cuando se detuvo frente a obras como ‘La Gloria’ de Tiziano, la que más le impactó. “Ahí aparece representada el alma de Carlos V y no Carlos V. Los primeros pintores de Altamira no representaban bisontes sino el alma de los bisontes. Creen que en ese acto animista hay algo mágico que se transmite 30.000 años más tarde a Tiziano”. Y recuerda cómo el hijo del monarca, Felipe II, también murió delante de otra obra de arte, ‘El jardín de las delicias’. “Creía que esas figuras le iban a servir de guía para que su alma encontrara el camino al más allá”.
En el libro, Sierra mira a través del espejo de creaciones de genios cuyas pinturas susurran mucho más de lo que dicen. “El ojo del visitante del Prado del siglo XXI da mucho por sabido. Si ve a la Virgen y al Niño Jesús piensa que eso remite a los Evangelios pero hay escenas que no aparecen en las Escrituras. Cuando descubres que bebían de libros prohibidos, algunos casi destruidos por el Santo Oficio, te tienes que preguntar cómo tuvieron acceso a esa información. Ahí surge esta historia”.
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