Sin miedo a comerse el mundo. O cómo las becas de la Fundación Eduarda Justo ayudaron a tres jóvenes a cambiar sus vidas,aut

Guillermo Fuertes
20:48 • 21 sept. 2013

A los tres la experiencia les ha cambiado la vida. Y para mejor. En sus palabras se nota que ahora se sienten más plenos, mas capaces de afrontar los retos que plantea el mundo y la época en que viven. Ha sido duro, sobre todo al principio cuando tuvieron que abandonar sus casas con apenas 16 años para estudiar en países extraños, pero ha valido la pena, dicen, y volverían a hacerlo sin dudar.


Azahara García Espejo, Alberto Carrillo y José Antonio Cabrera son tres de los primeros jóvenes almerienses que han concluido sus estudios en los Colegios del Mundo Unido (CMU, o UWC en inglés), una organización internacional sin ánimo de lucro que cuenta con 12 centros de excelencia académica en países de cuatro continentes, en  los que estudian el Bachillerato Internacional y conviven jóvenes, la práctica totalidad becados, de más de 80 países.


Azahara es de Almería, y estudió en el CMU de Gales, y luego en la universidad. José Antonio es de El Ejido, y estuvo en el CMU de Hong Kong; y Alberto, que es de Carboneras, en la de Noruega.




En la experiencia de los tres ha jugado un papel vital, además, las becas de la Fundación Eduarda Justo, del Grupo Cosentino. Alberto y José Antonio entraron al CMU con ellas; y Azahara, que había entrado en 2004 becada por el propio colegio (la segunda almeriense en lograrlo), luego realizó su master en Estudios de Desarrollo International en la Universidad de Ámsterdam con estas ayudas.


Convivencias




Sus recuerdos y valoraciones de su paso por CMU son casi unánimes. “Estudiar allí, conviviendo con estudiantes de más de 80 nacionalidades, en un país extranjero, absorbiendo y experimentando una nueva cultura y creciendo como una persona más independiente y formada en todos los sentidos, me ha ayudado a aprender a tomar mis propias decisiones y a vivir como ciudadano del mundo como aldea global”, dice José Antonio.


“Sin duda fue la experiencia más enriquecedora de mi vida”, afirma Azahara, “no sólo por lo que esos años me aportaron, sino porque mucho de lo que he hecho después ha sido gracias a contactos o formación que allí adquirí”. “En lo personal, me ha aportado amistades que sé que van a perdurar para siempre”, añade Alberto. “En lo intelectual,  este diploma de Bachillerato Internacional me ha abierto la puerta a universidades de todo el mundo...”.
Los tres se enteraron de la existencia de estas escuelas, y de las becas, por la prensa. Y para los tres el primer paso fue el riguroso proceso de selección de CMU. Más que a la planificación, el haber sido elegidos se debió, opinan, a un proceso que habían comenzado hacía tiempo, y en la que influyeron muchos factores vitales. “La verdad es que no me ‘preparé’ para esto”, reflexiona Alberto. “Fue algo que surgió. Siempre he sido muy inquieto y desde pequeño me ha gustado formar parte de actividades extraescolares. La formación fuera de las aulas es tan importante como saberse las tablas de multiplicar, es la clave de una educación redonda”.




“En el proceso de selección son muchas las cosas que se tienen en cuenta”, dice Azahara. “Las notas son una de ellas, y el motivo es muy sencillo: son un reflejo del compromiso, la madurez y la actitud ante el proceso de formarse a sí mismo con vistas a un futuro profesional y personal. No es ver cuánto sabes, sino un reflejo de tu actitud”.


Amigos, recuerdos


Al principio, repiten, fue difícil. La separación de la familia, los idiomas, la edad... Pero enseguida sonríen y repiten que fueron años maravillosos, y que la Fundación Eduarda Justo siempre estuvo pendiente de ellos. “Recuerdo mi primera semana en el colegio”, dice Alberto. “El frío, los nombres imposibles de pronunciar, los problemas con el inglés... ¡Y terminé yendo en pijama por la nieve, aprendiéndome todos y cada uno de los nombres de mis compañeros y analizando Shakespeare!”.


“Hay momentos que jamás olvidaré”, afirma José Antonio, “como tampoco olvidaré a los buenos amigos que gané allí, o las numerosas experiencias explorando los lugares más remotos o céntricos de Hong Kong, o las comidas en el comedor, donde doce países se sientan a comer juntos, y así el mundo se reduce a una mesa de comedor...”.
“Los españoles somos de los estudiantes que más inglés damos, y los que peor nivel tenemos, y eso me costó un par de semanas duras de adaptación”, añade Azahara. “Pero cuando vives en una habitación con una chica nigeriana, una malaya y una holandesa, la convivencia es el mejor de los aprendizajes”.


“Abrir los ojos”


Pero, sobre todo, en los Colegios del Mundo Unido los tres reconocen haber encontrado una sólida formación académica y una auténtica escuela de valores  fundamentales para su futura vida como universitarios, y como adultos en el mundo en que les tocará vivir.


“Siempre he sido una persona indecisa, y tras mi experiencia en CMU he ganado mucha más confianza conmigo mismo para tomar mis decisiones”, afirma José Antonio. “Además considero que he desarrollado cualidades de liderazgo y planeamiento, tras haber sido por ejemplo el líder del equipo de debate del CMU de Hong Kong”.


“El vivir aquello me abrió los ojos al mundo y a todo lo que podía ofrecerme, ayudándome a elegir lo que podía hacerme feliz y en qué persona quería convertirme”, dice Azahara. “Pienso que esto no habría ocurrido con las opciones limitadas que se dan si no sales nunca de tu ciudad e intentas probar experiencias nuevas”.


Ahora, Alberto se va becado a la Universidad de Rochester, Estados Unidos; José Antonio, que se ha enamorado de China, a la Universidad de Nueva York en Shanghai; y Azahara, tras licenciarse en la Universidad Carlos II de Madrid, un año de intercambio en la Humboldt de Berlín, y un proyecto de investigación en Ruanda, hace un master en Amsterdam. Tres jovenes almerienses, de familias normales, que, en estos tiempos convulsos se han lanzado al mundo. El futuro es de ellos.



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