“Mira qué hojas”, dice el padre Francisco Martínez inclinándose sobre el pequeño arbusto al borde del camino que bordea el santuario de la Virgen de la Cabeza en Monteagud. “La encina de la Virgen ha rebrotado después de 126 años de haber caído al suelo”.
Francisco es párroco de Sorbas y rector del santuario de Monteagud, y además un estudioso de la historia, las tradiciones y las costumbres de la región y sus habitantes. De modo que este brote, que hubiera pasado inadvertido para cualquier visitante o peregrino, lo entusiasma y lo impulsa a recuperar una de las crónicas más interesantes de las muchas que atesora este cerro de historia milenaria y miles de fieles.
La encina
Allá por el siglo XVI, explica, los 14 pueblos originales de esta devoción a la Virgen de Monteagud constituían una Mesta, una especie de gremio que agrupaba a los ganaderos dedicados a la transhumancia en una zona. “Como una Mancomunidad de ahora, vamos”, dice.
La sede de esta Mesta estaba en el santuario de Monteagud, “y cada último domingo de abril, en la feria del ganado, se reunían bajo una enorme encina milenaria que había a la entrada de la ermita”, continúa. La encina, está documentado, “cayó en los primeros días de noviembre de 1887, seca ya de tener dos mil años, después de cinco días de lluvias y vientos huracanados. Cuando la midieron, medía 22 metros de altura, y dos y medio de diámetro”.
“Pequeña aún”
“Y en este año, de forma cuasi milagrosa, una raíz de la encina de la Virgen de la Cabeza ha rebrotado”, dice, señalando las tiernas hojas que cuida con mimo. “Es pequeña aún, pero es señal inequívoca de los nuevos tiempos y los nuevos aires que soplan en el santuario. La Virgen está contenta porque por fin se le va a hacer su iglesia aquí de nuevo”, sonríe.
“Y quién sabe, lo mismo que el roble nuevo de Guernica sustituyó en el siglo XIX al viejo, aquí está la nueva encina de la Virgen de Monteagud...”.
En la cuesta, un poco más abajo, se escucha de pronto un cencerro, y los ojos del padre Francisco se iluminan. “¡Y también está lo de las vacas!”, exclama. “Esa es otra historia extraordinaria...”.
Almanzoreñas
Tras una cerca comienza un prado, y allí pastan dos vacas de color marrón. Llegaron hace pocas semanas, y “son de las últimas que quedan de una raza autóctona de Almería: la vaca almanzoreña, uno de los ganados bovinos domésticos más antiguos de Europa, pues ya en Los Millares había”, dice.
Quedan 30 vacas puras de esta raza, y tres toros, explica, pero se ha hecho una asociación para recuperarla. “Además, como al santuario sube mucha gente”, añade, “ya hay seis personas de la provincia que las han visto, las recuerdan porque sus ancestros tuvieron de estas vacas, y que han solicitado el libro de explotación ganadera para poder volver a tenerlas”.
Estos dos ejemplares habitarán en el cerro, pues, donde siempre hubo. Allí les han construido un refugio para el invierno, e incluso ya tienen dos becerras. El cerro de Monteagud, milenario e impregnado de símbolos, continúa generando vida.
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