Quién no ha querido descubrir dónde lleva María Cassinello las pilas, de qué marca son o cuál es su receta para que nunca se agoten. Hoy su secreto se desvela: las guarda en el corazón, como a todas las personas con las que se ha cruzado en su vida de entrega. No podía ser de otra forma. En su inmenso corazón infatigable caben los niños de La Chanca que iba a visitar en los años 60 y 70, los enfermos y drogadictos que llamaron a su puerta en la Cruz Roja, las familias que atendió como presidenta de Unicef, los sacerdotes que han hallado en ella un apoyo en el Obispado, las religiosas que cuentan con su tiempo y cariño, sus amigas de siempre, del colegio, de la vida en Almería. Pero sobre todo caben en su corazón sus 19 sobrinos, sobrinos políticos, hermanos, cuñados y sobrinos nietos que el pasado sábado la sorprendieron con una fiesta en Madrid para celebrar su 80 cumpleaños.
Y aunque iba con la mosca detrás de la oreja -¡de qué no iba a enterarse la tía María!- verlos a todos reunidos, estar con ellos en un día de recuerdos y también de añoranzas, sobre todo hacia su marido, Fernando Roda, cinceló en ella una nueva sonrisa de las suyas. Una sonrisa que nunca ha perdido, aun en los malos tiempos, y con la que lo mismo pedía que le regalaran una ambulancia para la Cruz Roja o cuadros para sortear en Unicef que regañaba a los periodistas de este diario por sus artículos, en su etapa de jefa de prensa del Obispado.
Hoy esa sonrisa continúa al hablar de la fiesta. “¡Me quedé helada!”, dice.
Aunque a 500 kilómetros, casi parecía que la reunión era en La Roca, el ‘castillo’ de Cruz de Caravaca, como lo llamaba Andresito, en el que María ha vivido tantas y tantas cosas. Casi estaban allí, comiendo bocadillos preparados por la tía María, jugando con su perro Bari, escuchando las historias de Almería, de la familia, del tío Fernando.
Eligieron un gran nombre, La Roca, por sus apellidos, Roda y Cassinello, pero también fue roca como cimiento sobre el que construir una vida de generosidad. Porque si María no tiene rival en el tamaño de su corazón y su energía, tampoco lo tenía Fernando con su paciencia.
En la fiesta de su 80 cumpleaños, se repartieron botellas de vino etiquetadas como ‘La Roca’ y sus cinco ahijados, Fernando, María, Pepe, Mercedes y Macarena, prepararon un álbum con fotografías y un vídeo de recuerdos.
Junto a ella estaban sus hermanos, Andrés, y Mercedes, y sus cuñados, Pili y Alfonso. No pudieron asistir Pepe y Chita. Además, sentían la falta de otros dos hermanos, Concha y Fernando, que desde el cielo observan a diario cómo su hermana pequeña cuida de sus hijos y sus nietos, como si fueran los suyos propios. Para todos los que la han conocido, son 80 años de infatigable generosidad; son 80 años de ejemplo.
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