José Marín Rodríguez disfruta cuando habla de sus cencerros. Lleva cerca de ochenta años conviviendo con ellos y, tantos años después, se ha convertido en el último gran maestro de los cencerristas almerienses. Sólo tenía seis años cuando se inició como pastor. Fue entonces cuando comprendió la importancia de los cencerros, convertido en un valioso instrumento para el buen gobierno de los rebaños.
José tenía sólo nueve años cuando comenzó a arreglar los primeros cencerros: primero fueron los de sus ovejas, luego los de todo aquel que se acercaba a su casa. Y así, con sólo 12 años, empezó a hacer cencerros para la calle y hoy, cuando han pasado más de 70 años, continúa su labor.
El 15 de enero próximo cumple 84 años y vive en La Cañada su jubilación, pero sólo en invierno. Cuando llega el buen tiempo vuelve a su sierra, a Ohanes, a Laroles, a La Alpujarra. Allí lo esperan los pastores que buscan su sabiduría para hacerles cencerros, o para ‘afinar’ los que se han estropeado.
Porque un cencerro no es sólo una campana que se cuelga al cuello de las reses, sino una especie de GPS prehistórico que identifica los rebaños e incluso a los grupos de cabras o de ovejas de cada pastor.
José lo explica diciendo que los cencerros “hay que saber trastearlos, y eso es mucho más difícil de lo que parece”. Ese trasteo del que habla supone afinarlos, buscarle a cada uno el tono adecuado “lo mismo que una guitarra, para que el sonido sea armómico”.
Hasta 28 tonos diferentes puede tener cada cencerro en función de la forma, el grosor, el tamaño del badajo o la lengüeta (hecha de Palain o de Espino Negro) y hasta del collar, que puede ser de cerrojillo o de hebilla. Por supuesto, el tamaño importa.
Al final, cada cencerro tiene su sonido y cada sonido es identificado por los pastores que, de esa forma, pueden identificar sus rebaños de los del resto a larga distancia sólo gracias al sonido de los cencerros de su ganado. De ahí la importancia de mantenerlos afinados.
“Cada pastor y cada rebaño tienen sus tonos -explica José- y de esa forma cuando en el monte oyes un rebaño sabes, por los cencerros, si el que viene es el de Marín o el de cualquier otro”.
La pasión del maestro no se queda en ese particular GPS, cuenta con pasión que “hay que jugar con ellos y cada rebaño lleva en realidad cencerros con varios tonos, es lo que se llama un ‘alambre’, un conjunto de treinta cencerros y cada uno debe sonar en su tono exacto para que haya combinación, para que haya música, porque al final ese sonido tan particular no deja de ser la música de la sierra”.
Evidentemente José Marín no es el único que fabrica o que afina cencerros, pero sí el ‘gran maestro’ de un arte que corre el riesgo de desaparecer “porque el oficio de pastor es muy duro, muy sacrificado, y no siempre obtienes la recompensa por ese trabajo. Por eso hay cada vez menos pastores”.
Pero mientras los haya, y a José le queden fuerzas, habrá cencerros y un maestro capaz de fabricarlos, de afinarlos para obtener su mejor tono y de disfrutar con ellos.
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