En plena promoción de ‘El niño’, Daniel Monzón (Palma de Mallorca, 1968), su director y guionista, habla para LA VOZ de la película que lidera la taquilla española y de su trabajo en Almería, donde se rodaron algunas de las mejores escenas de acción del filme.
’El niño’ ha supuesto la mejor entrada en taquilla del año para una película española. Tras las expectativas creadas, ¿se ha quitado un peso de encima?
Es una alegría. Uno hace una película para que la gente vaya a verla y cuanta más gente vaya, mejor. Al fin y al cabo, el cine es comunicación, contar una historia. Y una historia no tiene sentido si no hay nadie que la escuche. Este es el mayor premio que puede tener un cineasta.
Fue crítico antes que director. ¿Lee las críticas después de sus estrenos?
No es lo primero que hago pero suelo leerlas, siempre hay puntos de vista interesantes sobre lo que has hecho. Es un tópico pero cada persona que ve una película, ve una película distinta. Lo que más me interesa es recibir lo que la gente tiene que decir de una película. Más que la crítica, la respuesta del público es fundamental: de la ‘crítica’ que más aprendo es de la del rumor de una sala. Cuando la película ya está estrenada, intento absorber lo que la gente me dice con sus silencios, con sus risas o con su inquietud. La mirada del crítico está más condicionada, está viendo la película y estructurando un pensamiento sabiendo que tiene que hablar sobre ella. No es la misma libertad que la del espectador, que sólo tiene que preocuparse de si disfruta o no; ve una película de una manera más pura. En cualquier caso, valoro todas las críticas, las leo con mucho respeto y procuro tomarme con bastante distancia tanto las muy positivas como las muy negativas, los extremos: ni uno es un genio ni un desastre absoluto.
Como tantas otras veces, Almería se transforma en la ficción; en este caso, en las aguas del Estrecho. ¿Cómo eligió la provincia?
Almería para mí es un lugar fetiche: antes de rodar todas las películas que he hecho, me he ido unos días de paz y serenidad, para coger fuerzas, a la zona del Cabo de Gata, como un ritual. Es una zona que me parece única, extraordinaria, donde han rodado Spielberg, Lean, Leone... Y ahora reunía las características que necesitaba. Por ejemplo, muchas de las secuencias de acción se rodaron en el mar de Almería, a priori menos aventurado que hacerlo en el Atlántico. Luego, esas costas de Cabo de Gata que podrían ser españolas o africanas. Y una vez establecidos allí, donde estuvimos unas cuatro semanas, buscamos otras localizaciones. Lo que pedí fue estar en San José: cuando estás rodando una película en la que te dejas la piel, en la que te pasas once horas en una lancha bajo el sol, volver a puerto y estar en San José, pasear por allí, no tiene precio. Toda esa parte de la película que era tan complicada requería tener un ambiente muy ‘karma’, muy sereno y sosegado para poder soportar semejante descarga de tensión y adrenalina. Almería es un espacio fetiche para muchos del equipo: para mí, para el director de fotografía, para el director de arte, para Luis Tosar, para los propios chavales. Era el sitio ideal para acometer esta parte de la película.
¿Podrá reconocer el espectador almeriense algún rincón en la pantalla?
Prácticamente todo lo rodado es en el mar aunque hay algunos interiores, como la casa del ‘Compi’, y un par de calas: Cala Príncipe y Cala Carbón. En mar abierto rodamos durante una semana entera una persecución y usamos la playa de Genoveses como puerto de operaciones para filmar una persecución nocturna.
¿Cuál fue el momento más duro del rodaje en estos escenarios?
Fueron tres semanas especialmente intensas. Estas secuencias se coreografiaban de forma real para después rodarlas desde distintos puntos de vista y que el agua salpicara a la gente y se les encogiera el estómago, como si estuvieran dentro de una lancha. Estoy un poco harto de esos espectáculos que se gastan millones de dólares en efectos digitales y dan la impresión de estar viendo un videojuego. Tuvimos hipotermias, estómagos golpeados... Había una seguridad exquisita e íbamos protegidos con arneses pero esas lanchas van a ochenta nudos y botan por encima de las crestas de las olas, así que en ocasiones salíamos volando y caíamos contra los fardos de hachís de atrezzo, tenías salitre hasta las pupilas... Todo eso era al mismo muy estimulante, una descarga de adrenalina al saber que estabas haciendo algo inédito hasta la fecha en nuestra filmografía.
Almería, para lo bueno y lo malo, está alejada de todo. ¿Echó en falta algo?
A veces es un inconveniente para producción pero nosotros llegamos con nuestra propia maquinaria. El tema de alojamiento y demás estuvo perfectamente cubierto y aunque desplazamos catering, maquinaria y equipo, contamos con mucha gente de la zona, con experiencia en el cine, en los departamentos de producción, arte y figuración. Almería es un plató extraordinario, así que por parte de las instituciones no estaría mal poner algo de atención en apoyar y fomentar este espacio, en formar profesionales y en captar rodajes americanos, a los que les encanta Almería.
Han contado con una empresa almeriense, Helifilm, especializada en tomas aéreas. ¿Cómo ha sido trabajar con ellos?
Fantástico. Los octocópteros son muy precisos menos cuando hay viento y debíamos rodar en el Estrecho, con corrientes muy fuertes. En ambos casos los planos son espectaculares, quedaron perfectos. Lo que más me gustó, además del trato, la profesionalidad y la experiencia, es que mi petición era muy compleja y nunca me dijeron que no se podía.
Su rodaje coincidió con el de David Trueba, ahora vendrá Imanol Uribe. ¿Almería vuelve a estar en boca de la industria española?
Siempre lo ha estado porque es un plató legendario, mítico, del que han salido obras que han influido en la historia del cine universal. Es posible que ahora exista una revitalización por lo que sugeriría no dejarlo al azar, sino que desde las instituciones se propicie que la gente siga interesándose por ir allí: el material, la humanidad y la profesionalidad son extraordinarias.
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