Busca novia a los 97 años

José Cruz Cañadas, de Pescadería y viudo dos veces, quiere compañía

José Cruz Cañadas, en su barrio, junto a la Iglesia de San Roque de Almería
José Cruz Cañadas, en su barrio, junto a la Iglesia de San Roque de Almería
Manuel León
19:25 • 18 mar. 2015

Tiene la vitalidad de un bisonte, a pesar de que ya mira de reojo la centena. Su secreto: “la ilusión de vivir, levantarme del catre por la mañana pensando que va a ser un día bueno, por qué no, la vida es bella”, repite una y otra vez, como Guido a Dora.




Hubo un tiempo en el que  este abuelillo de Pescadería, que nació en 1918, el año de la gripe, fue guapo y pinturero, como lo demuestran sus fotos a lo Rodolfo Valentino, cuando gastaba bigote fino y sombrero calabrés.




José, aunque él no lo diga sentado en su butaca frente a la Iglesia de San Roque, con su bata y su gorra de lana, también ha sufrido lo suyo: ha enviudado dos veces y tuvo que pasar una Guerra cruenta con solo 18 años. Por eso, no quiere estar solo, quiere compaña, a pesar de que está cuidado y atendido por Mary, por su hija Isabel y por su nieto Miguel Ángel, y tiene siempre a mano el botón conectado al Servicio Andaluz de la Salud, “por lo que pudiera pasar, porque yo estoy bien”.




Con Juan Imedio
Tan bien como que el pasado lunes agarró un Mercedes con el que le vinieron a buscar desde Sevilla para participar en el programa del lucareño, Juan Imedio, ‘Aquí y Ahora’, en el que mujeres y hombres de Andalucía, en el otoño de sus vidas, acuden a buscar yunta.




Pero nadie con tanta vitalidad y al tiempo tan veterano (récord en el programa),  ha defendido con tanto vigor su derecho a encontrar una nueva compañera: “Quiero una mujer para ir a comer a los pueblos, para jugar a la lotería, para los pequeños placeres de la vida, me gustaría que fuera de Almería o de cerca”.




Cuatro pretendientas
Tan bien se explica, José, el de Pescadería, el hijo de un cenicero que vendía la ceniza de los barcos de vapor a las caleras, que ya lo han llamado cuatro señoras, una de ellas de Mojácar, con quien ha quedado en verse.




José, no deja de ser delicado: quiere una mujer limpia y elegante, que no fume ni beba, como él, que a lo máximo que llega es a tomarse un mosto con su nieto, en Los Sobrinos, acompañado de una tapa de boquerones.




Pocos hombres quedan ya en esta ciudad, en esta provincia, con su cabeza, con su memoria, con unos ojos, gastados ya, que hayan visto pasar  el charlestón,   los coches de caballos, los hangares llenos de barriles y una Guerra miserable.


Está orgulloso de su vida, de sus dos mujeres, que en gloria estén, “porque me han pasado más cosas buenas que malas”. Su chiquillo mayor, su Esteban, tiene 73, y su pequeña, 68. Pero aún se preocupa por ellos, como si aún fueran esos niños que él fue criando con cariño y con la paga que ganaba como mecánico en Talleres Trino, en Las Almadrabillas.


Se viste solo, “los calcetines es lo más difícil” y aún tiene carné de conducir en vigor, ¡desde hace 70 años! y de vez en cuando da algún viajecillo a la zona de la playa, porque le gusta ver el mar azul. “El mes que viene tengo que ir a que me lo renueven por tres años más, aunque creo que ya habré cumplido los cien años”.


Tiene amistades en la Playa del Zapillo, como las tuvo cuando jugaba de niño a la pelota en alpargatas con Gumersindo Clemente, con Pepe Lápiz,con Marcos, con Jesús, que fue patrón de altura; como cuando se iba con una gramola a poner discos de pizarra a una casa de la calle Restoy a oir a Jorge Sepúlveda. “Le echábamos  a escondidas,unas pastillas blancas a las muchachas en la limonada, decían que se animaban más”.


Conserva aún algo de pícaro, este José, a pesar del tiempo transcurrido, y de su honradez en apnea, de la laboriosidad que ha gastado durante toda su vida. Pero aún sigue siendo el mismo conquistador que los domingos se ponía gomina en el pelo, cogía su sombrero y se iba al Paseo a ver las muchachas pasear.


Sombrerero, barbero, mecánico y guardia de asalto
José vive aún en el barrio donde nació, junto a la Plaza San Roque. Allí fue creciendo, allí fue a la escuela del Jorobado, donde aprendió las cuatro reglas y los partidos judiciales. Tenía cinco hermanos más y a los doce años se metió a trabajar de dependiente en la Sombrerería Plaza, de la calle Las Tiendas, donde despachaba boinas y sombreros: antes, los hombres llevaban cubierta la cabeza.


Después entró como aprendiz en la Barbería Robles, en la calle Hipócrates. Allí le hizo algún que otro estropicio con la navaja al autor de sus días. Y es que lo suyo era la mecánica, tenía buenas manos, y su hermano Lorenzo, que era chófer de pescado, lo metió en Garaje Trino. Allí le pilló la Guerra, cuando la República requisó la instalación lo nombraron Guardia de Asalto. Se casó con Elena Figueredo, de su barrio, emigró a Barcelona, a la Pegaso, y al enviudar, se casó con Mariana Ortiz, que era peluquera y que falleció en 2012.



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